DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO A
Sir 15, 15-20; Sal 119,1-2, 4-5, 17-18, 33-34;
No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino
a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase
una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de
estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más
pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése
será grande en el Reino de los Cielos. «Porque os digo que, si vuestra justicia no es
mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.
«Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás; y aquel que mate será reo
ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano,
será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano "imbécil", será reo ante el
Sanedrín; y el que le llame "renegado", será reo de la gehenna de fuego. Si, pues,
al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo
tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a
reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda. Ponte
enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea
que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel.
Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo.
«Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pues yo os digo: Todo el que
mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si, pues,
tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene
que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la
gehenna. Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti;
más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo
vaya a la gehenna. «También se dijo: El que repudie a su mujer, que le dé acta de
divorcio. Pues yo os digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto el caso de
fornicación, la hace ser adúltera; y el que se case con una repudiada, comete
adulterio. «Habéis oído también que se dijo a los antepasados: No perjurarás, sino
que cumplirás al Señor tus juramentos. Pues yo digo que no juréis en modo alguno:
ni por el Cielo, porque es el trono de Dios, ni por la Tierra, porque es el escabel de
sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran rey. Ni tampoco jures por tu
cabeza, porque ni a uno solo de tus cabellos puedes hacerlo blanco o negro. Sea
vuestro lenguaje: "Sí, sí"; "no, no": que lo que pasa de aquí viene del Maligno.
La palabra de la presente semana nos pone frente al anuncio de la salvación que
Dios ha realizado en Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros. A través de la
palabra se nos manifiesta que el creyente está invitado a acoger la Buena Noticia y
que esta se realice en nuestra vida, así la llamada vida nueva se convierte en
testimonio de lo que Dios ha realizado por nosotros.
La primera lectura, va muy relacionada con el evangelio, ya que el libro del Sirácida
nos pone también de manifiesto la importancia de los mandamientos: “…Si quieres,
guardarás sus mandamientos, porque es prudencia cumplir su voluntad; ante ti
están puestos fuego y agua, echa mano a lo que quieras; delante del hombre
están muerte y vida; le darán lo que él escoja…”, aquí se pone en evidencia la
vinculación íntima existente entre mandamiento y voluntad libre del hombre: “…Si
quieres...” Y al mismo tiempo se manifiesta claramente que de la elección y
decisión del hombre depende el bien o el mal, ir por el camino de la vida o la
muerte. Vivir los mandamientos es caminar por el camino del bien, de la vida, su
trasgresión significa enrumbarse por el camino del mal, el camino de la muerte.
El evangelio nos habla de la ley, pero no en el sentido humano de cumplimiento o
legalismo, como era el caso de los fariseos, sino que a través de la palabra de Jesús
se nos hace ver que la ley está basada en el amor y la misericordia por lo cual está
al alcance de todos. Nos dice San Juan Crisóstomo: ᆱ…Jesucristo llevó a su plenitud
a los profetas cumpliendo todas las cosas que éstos habían dicho de Él. Primero, la
ley, no quebrantando ninguna prescripción legal. Segundo, justificando por la fe lo
que la ley no podía hacer por medio de la letra…ᄏ (San Juan Crisóstomo, Homiliae
in Matthaeum, hom. 16,2). Jesús no contradice la primera alianza, sino que viene a
perfeccionarla, realizando lo que anunciaron los profetas: “pondré mi Ley dentro de
ellos, y la escribiré en sus corazones” (Jer 31,33). Solo un corazón que es
transformado por la gracia puede comprender que es mejor perdonar que odiar,
servir que aprovecharse. Solo una ley hecha vida desde el corazón puede expresar
la alianza con Dios que se revela como Padre y nos invita a vivir una dignidad más
alta y una vida de hijos y hermanos con la misma dignidad que nos da el ser
creaturas a imagen y semejanza del Padre. La nueva ley no viene a nosotros como
una obligación impuesta que nos abruma y no nos deja ser libres, todo lo contrario,
la ley que Jesús proclama es profundamente humana y misericordiosa.
Nuestro Papa emérito Benedicto XVI dice: ᆱ…Jesús (sobre la ley) lo explica
mediante una serie de antítesis entre los mandamientos antiguos y su modo
proponerlos de nuevo. Cada vez comienza diciendo: «Habéis oído que se dijo a los
antiguos...», y luego afirma: «Pero yo os digo...». Por ejemplo: «Habéis oído que
se dijo a los antiguos: “No matarás”; y el que mate será reo de juicio. Pero yo os
digo: “todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado”ᄏ
(Mt 5, 21-22). Y así seis veces. Este modo de hablar suscitaba gran impresión en
la gente, que se asustaba, porque ese «yo os digo» equivalía a reivindicar para sí la
misma autoridad de Dios, fuente de la Ley. La novedad de Jesús consiste,
esencialmente, en el hecho que él mismo «llena» los mandamientos con el amor de
Dios, con la fuerza del Espíritu Santo que habita en él. Y nosotros, a través de la
fe en Cristo, podemos abrirnos a la acción del Espíritu Santo, que nos hace
capaces de vivir el amor divino. Por eso todo precepto se convierte en verdadero
como exigencia de amor, y todos se reúnen en un único mandamiento: ama a Dios
con todo el corazón y ama al prójimo como a ti mismo. «La plenitud de la Ley es el
amor», escribe san Pablo ( Rm 13, 10)…ᄏ (Benedicto XVI, Ángelus, 13 de febrero
de 2011).
Hoy Jesús nos llama a vivir acogiendo su palabra en el corazón, a no creer que
somos buenos por el hecho de vivir en el cumplimiento esforzado de unos requisitos
(mandamientos), con lo que penamos que podemos reclamar méritos a Dios, tal
como hacían los maestros de la Ley y los fariseos. Hoy estamos invitados a poner
énfasis en el amor a Dios y a los hermanos, amor que nos hará ir más allá de la
Ley, nos llevará a reconocer nuestros pecados y así poder alcanzar la conversión.
Por ello San Pablo nos enseña que la única deuda que tenemos con el prójimo es el
amor, porque la caridad no hace mal al prójimo. Esto significa vivir en la plenitud
de la Gratuidad del amor de Dios. Juramento-ley, según el Antiguo Testamento,
llega a su plenitud por el nuevo mandamiento, que como garantía del mismo, Dios
al crearnos a su imagen y semejanza nos ha hecho libres; para que libremente (por
decir explícitamente), respondamos con libertad a su amor. A este amor que se ha
revelado y manifestado gratuitamente en su Hijo Jesucristo que inaugura la Nueva
Creación con su muerte y resurrección. ¡Cómo no amar a Aquel que desde el
vientre de nuestra madre nos ha llamado por Amor a vivir en la santidad de su
Amor!
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar