NOVENO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO A
LECTURAS:
PRIMERA
Deuteronomio 11,18.26-28.32
Pongan ustedes estas palabras en su corazón y en su alma, átenlas a su mano
como una señal, y sean como una insignia entre sus ojos. Mira: Yo pongo hoy ante
ustedes bendición y maldición. Bendición si escuchan los mandamientos de Yahveh
su Dios que yo les prescribo hoy, maldición si ustedes desoyen los mandamientos
de Yahveh su Dios, si se apartan del camino que yo less prescribo hoy, para seguir
a otros dioses que ustedes no conocen. Cuidarán ustedes de poner en práctica
todos los preceptos y normas que yo les expongo hoy.
SEGUNDA
Romanos 3,21-25.28
Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado,
atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para
todos los que creen - pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están
privados de la gloria de Dios - y son justificados por el don de su gracia, en virtud
de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de
propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia,
habiendo pasado por alto los pecados cometidos anteriormente. Porque pensamos
que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley.
EVANGELIO
Mateo 7,21-27
"No todo el que me diga: "Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el
que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel Día: "Señor,
Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en
tu nombre hicimos muchos milagros?" Y entonces les declararé: "¡Jamás los conocí;
apártense de mí, agentes de iniquidad!" "Así pues, todo el que oiga estas palabras
mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa
sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron
contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo
el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre
insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes,
soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su
ruina".
HOMILÍA:
El libro del Deuteronomio, o de la Segunda Ley, del que se extrajo la primera
lectura de hoy, nos recuerda que la Alianza que Dios hizo con el pueblo de Israel es
exigente, y comparte bendiciones y maldiciones.
Aquellos que pertenecen a la Alianza, es decir, todos los miembros del Pueblo de
Dios, tenían que ser fieles a la misma. Esa fidelidad sería premiada con abundantes
bendiciones de parte del Señor. Pero si, por el contrario, se extraviaban en la
búsqueda de dioses falsos y caían en la infidelidad y la idolatría, lo único que podían
esperar eran maldiciones.
Las maldiciones son la propias consecuencias de los actos malvados de aquellos que
se han comprometido en Alianza con Dios.
No es que necesariamente Dios los maldiga, sino que su infidelidad los llevará
tambien a la infelicidad, pues en la propia infidelidad es que han estado buscando
una felicidad efímera, que no será capaz jamás de llenar sus corazones.
Para que no se les olviden los preceptos de Dios, se les pide a los que han aceptado
la alianza, que los pongan en su corazón, y hasta las escriban y aten en las manos,
como constante recordatorio de que han de cumplir aquello con lo que se han
comprometido.
Lo que leemos en el Deuteronomio es esencialmente lo mismo que nos dice Jesús
en el evangelio. No podemos quedarnos con decir “Señor, Señor”, sino que
debemos poner en practica lo que ya era obligación en la Antigua Alianza, pero que
ahora, con la Nueva que El mismo ha de iniciar, se hará todavía más obligatoria.
La peor cosa que nos puede pasar no es la muerte, sino la eterna maldición de
vernos apartados de la felicidad que Dios nos había preparado.
Esto nos obliga a tomar muy en serio lo que Dios exige de nosotros, pues El debe
estar en el primer lugar dentro de nuestro corazón.
¿Qué significa tomar en serio la palabra del Señor?
El mismo Jesús nos responde la pregunta. El nos dice que “todo el que oiga estas
palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su
casa sobre roca”.
Tomar en serio la palabra de Dios es no sólo escucharla, sino ponerla en práctica.
No podemos quedarnos en un simple oír, como quien oye llover, sino escuchar
atentamente, para después actuar conforme a lo que Jesús nos ha enseñado.
Es entonces cuando adquirimos la verdadera sabiduría, que consiste en saber vivir,
conociendo la meta hacia la que nos dirigimos, sin andar perdidos, sino sabiendo
que el camino que nos conduce al Padre es el propio Jesucristo.
Poner en práctica la Palabra del Señor es obrar conforme a los mandamientos
recibidos. Así llegaremos a alcanzar la eterna bendición, que consistirá en una vida
plena, maravillosa, que es a la que Dios nos llama, pues nos ha creado con el fin de
que vivamos con El en su propia Casa, el Cielo.
Seremos, pues, como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca, que así
puede resistir los embates y furias de los vendavales, y permanecerá en su sitio,
pues está bien firme. Y ya sabemos que la Roca es Dios, como nos dice el libro del
Deuteronomio: "El es la Roca, su obra es consumada, pues todos sus caminos son
justicia. Es Dios de la lealtad, no de perfidia, es justo y recto" (32,4).
Cuando nuestra vida está centrada en Dios estamos firmes, pues tenemos la casa
edificada sobre roca, pero si nos apartamos de El podemos estar seguros de que
esa casa, que es nuestra vida, se deslizará por los abismos más profundos, pues
perderemos todos los derechos a la ansiada felicidad, ésa que bulle en lo más
intimo de nuestro ser desde que nacemos.
No basta, pues, que reconozcamos el señorío de Dios y hasta lo alabemos e
invoquemos. Nuestro amor por El debe ser demostrado con nuestra obediencia a su
Palabra.
Y la Palabra Viva de Dios es su Hijo, Jesucristo, que es a quien debemos seguir, ya
que Él es también el Camino.
Para ir a la eterna felicidad no existen muchos caminos sino uno solo, Él. Incluso
aquellos que no lo conocen, pero lo buscan en la oscuridad de su ignorancia, y
tratan de cumplir en sus vidas la ley natural que todos llevamos impresa en el
corazon, se salvarán sólo por Él.
Los que sinceramente practican una religión en la que Cristo no está presente, pero
lo hacen porque no han conocido otra, y desean sinceramente adorar a Dios de la
forma en que lo conocen, se salvarán sólo por Él.
Y es que la salvación no es la obra nuestra, sino la de Dios. Lo único que nosotros
podemos hacer es prestar atención y someternos a su Voluntad. Eso es lo que
llamamos “fe”.
La fe no es simplemente decir “Señor, Señor”, o “yo creo”, sino es algo que
demostramos cuando pasamos por la vida haciendo el bien. Sólo entonces
estaremos edificando sobre roca, pues aún sin conocerlo, estaremos haciendo la
voluntad del Padre.
Padre Arnaldo Bazan