VII Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Miercoles
a.- St. 4,13-17: Quien conoce el bien, hace el bien.
b.- Mc. 9, 38-40: Empleo del Nombre de Jesús.
La narración de este pasaje evangélico, es curiosa por decir lo menos, ya que un
exorcista usa el nombre Jesús, sin ser del número de sus discípulos. Juan es quien
le advierte al Maestro: “No venía con nosotros” (v.38), la misma impaciencia que el
apóstol mostró, cuando pide caiga fuego sobre los samaritanos (cfr. Lc.9, 54s). Si
esto es extra￱o, más son las palabras de Cristo: “Pero Jesús dijo: «No se lo
impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego
sea capaz de hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por
nosotros.» (vv. 39-40). Es una palabra de Jesús que habla de tolerancia y
magnanimidad a la que debe apuntar la comunidad cristiana. Pero palabras
enigmáticas, pues dicen todo lo contrario, de otras afirmaciones conservadas por la
tradición que se justifican en su lucha contra el mal, pero Jesús también vino con
amor y paciencia infinita a buscar el bien ahí donde se encuentre, salvar en
definitiva, lo que estaba perdido (cfr. Mt. 12,30; Lc.11,23; 19,10). Algo parecido
había sucedido en los tiempos de Moisés, cuando Josué quiso impedir que dos
hombres Eldad y Medad, recibieran el espíritu profético, porque no habían asistido a
la asamblea con el resto de ancianos para recibir tal poder. La respuesta de Moisés,
fue que ojala todo el pueblo recibiera el espíritu profético de parte de Yahvé (cfr.
Nm. 11, 29). En ambos casos, se trataba de monopolizar un carisma, partiendo de
una estrechez de espíritu y de mente. Moisés y Jesús, coinciden en su postura de
apertura a la obra del Espíritu de Dios. Bien a las claras, Jesús enseña que su
comunidad eclesial, no es algo cerrado, sino abierta a todos. Es una exhortación a
superar la mezquindad humana y nos abramos a todos los hombres que defienden
una buena causa aunque no pertenezcan a la comunidad de Jesús. Existen
personas buenas, honradas que a su modo buscan a Dios en sus vidas, practicando
el bien, la caridad, la justicia y el amor, mejor incluso que los mismos bautizados.
Todos esos, aunque no lo sepan, están con Cristo, es decir, con la comunidad
eclesial. Cristianos anónimos, se les ha denominado, el problema está en que son
los inscritos, los bautizados, los que los ignoran, porque como decían los apóstoles,
no son de los nuestros. La exclusión sectaria, aunque sea eclesiástica, es extraña al
espíritu de Jesús. ¿Quién es el hombre al que se le promete una recompensa por
dar un vaso de agua a los discípulos de Cristo? Hoy encontramos hombres y
mujeres, que adhieren a Jesucristo, su Reino de Dios, pero no a la Iglesia
formalmente. El Reino es mucho más que los límites de la Iglesia, por lo tanto,
existen muchos que de buena voluntad aman a Dios y al prójimo, y se
comprometen en causas justas y nobles, como los derechos humanos en países en
conflicto o luchan por una sociedad más humana; mientras no rechacen a Cristo,
están a su favor, es decir con la comunidad eclesial, con sus seguidores. Antes de
la Pascua de Jesús y de Pentecostés, los apóstoles se sienten depositarios únicos
del mensaje, del poder y misión de Jesús. Luego de estos acontecimientos la
comunidad cristiana comprende que lo que enseñó, entregó y mandó el Señor
Jesús, no pertenece a nadie sino a la comunidad eclesial: jerarquía y fieles. Lo que
se necesita es que los carismas y funciones estén claras y en sabia y prudente
armonía, se sirva a Dios y al prójimo, sin sentirse dueños de los mismos sino
humildes administradores.
Nuestra Santa Madre, Teresa de Jesús, ante la realidad que le toca vivir con la
reforma protestante eleva, cual sacerdote al Padre, una oración para que conserve
entre nosotros a su Hijo en la Eucaristía, salve a la Iglesia, y entre los hombres
exista paz verdadera. “Suplícoos, Padre Eterno, que no lo sufráis ya Vos; atajad
este fuego, Señor, que si queréis podéis. Mirad que aún está en el mundo vuestro
Hijo; por su acatamiento cesen cosas tan feas y abominables y sucias; por su
hermosura y limpieza no merece estar en casa adonde hay cosas semejantes. No lo
hagáis por nosotros, Señor, que no lo merecemos; hacedlo por vuestro Hijo. Pues
suplicaros que no esté con vosotros, no os lo osamos pedir. ¿Qué sería de
nosotros? Que si algo os aplaca, es tener acá tal prenda. Pues algún medio ha de
haber, Se￱or mío, p￳ngale Vuestra Majestad… Pues ¿qué he de hacer, Criador mío,
sino presentaros este Pan sacratísimo, y aunque nos le disteis, tornároslo a dar y
suplicaros, por los méritos de vuestro Hijo, me hagáis esta merced, pues por tantas
partes lo tiene merecido? Ya, Señor, ya haced que se sosiegue este mar; no ande
siempre en tanta tempestad esta nave de la Iglesia, salvadnos, Señor mío, que
perecemos.” (CV 35, 4-5).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD