VII Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Viernes
a.- St. 5, 9-12: Mirad que el juez está ya a la puerta.
b.- Mc. 10, 1-12: Lo que Dios ha unido, que no separe el hombre.
El matrimonio cristiano, ha sido siempre un camino de santidad, un modo concreto
de vivir el compromiso de la fe en sociedad, en comunidad. Frente a la pregunta de
los fariseos si es posible el divorcio, Jesús ratifica la doctrina de la indisolubilidad
del matrimonio cristiano. Se trata de volver la mirada al proyecto original de Dios
Padre. “Ellos le dijeron: ᆱMoisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla.ᄏ
Jesús les dijo: «Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió para
vosotros este precepto. Pero desde el comienzo de la creación, Él los hizo varón y
hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una
sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que
Dios unió, no lo separe el hombre.» Y ya en casa, los discípulos le volvían a
preguntar sobre esto. Él les dijo: «Quien repudie a su mujer y se case con otra,
comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro,
comete adulterio.» (vv. 4-12). Con esta afirmación, Jesús le devuelve a la mujer su
dignidad, en una sociedad machista en las que apenas tenía derechos. Marcos,
refleja la posibilidad del divorcio de parte de la mujer respecto al marido, es decir,
que ella lo pueda repudiar, admitido por el derecho romano vigente, no así en la
ley judía, en que sólo el hombre gozaba de ese derecho. Esta divergencia diferencia
a Marco respecto de Mateo en este mismo pasaje (cfr. Mt. 19, 3ss). El divorcio
permitido por Moisés, consistía en una carta de libertad y de repudio que firmaba el
hombre, el marido y devolvía la mujer a su padre o familia. (cfr. Dt. 24,1-4). Para
Jesús este acto responde a la terquedad e incapacidad moral de los judíos respecto
a los valores del matrimonio y la familia. Abolida esa ley, Jesús proclama la
indisolubilidad del matrimonio, volviendo a la voluntad de Dios que manifestó desde
el principio. Por lo tanto esta condición de indisolubilidad no nace de una norma
externa al mismo matrimonio, sino de su misma naturaleza y condición, tal como
Dios lo quiso desde el principio. San Pablo, luego de la experiencia de Pentecostés,
añadirá su fundamento cristológico y eclesial, al sacramento del amor de los
esposos cristianos, como una prolongación del amor de Cristo por su Esposa la
Iglesia (cfr. Ef. 5, 21ss). El amor para que sea fiel necesita una gran dosis de
sacrificio personal, oblación pura y sincera del propio egoísmo, para hacer feliz al
otro, donde en lugar de pensar cada cual según su proyecto personal, converjan
todos los proyectos afectivos, familiares, profesionales, amorosos, eclesiales. Es
lógico entregarse a un amor fiel, único e indisoluble, un proyecto matrimonial y
familiar para toda la vida. En el sacrificio está la voluntad de vivir una fidelidad
enamorada del amor verdadero y fecundo en lo matrimonial y eclesial.
Santa Teresa de Jesús, pone como condición del orante la frecuencia en el trato con
el Esposo del alma, es decir, la oración. Para que sea diálogo con quien sabemos
nos ama, como ella la definió (Vida 8,5), deber ser diálogo entre amigos. Amistad
que crece y se fortalece hasta descubrir que es el Esposo amado con el cual nos
desposamos el día de nuestro bautismo y luego en la consagración religiosa en el
caso de las monjas contemplativas. Hay que agregar que en la vida mística existe
el desposorio y el matrimonio espiritual, los más altos grados de unión con Dios.
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD