VII Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Sabado
a.- St. 5, 13-20: Mucho puede hacer la oración del justo.
b.- Mc. 10, 13-16: El que no acepte el Reino de Dios como un niño, no
entrará en él.
Este evangelio va muy unido al de ayer, en que se hablaba de la santidad del
matrimonio, de la dignidad de la mujer y ahora, los protagonistas son los niños. Si
bien los otros Sinópticos narran esta escena, sólo Marco, menciona que los
abrazaba y bendecía imponiéndoles las manos, mientras que en los evangelios: le
piden que les impusiera las manos y orase por ellos (cfr. Mt. 19, 13-15), en el otro
que los tocara (cfr. Lc. 18, 15-17). Era costumbre que los rabinos bendijeran a los
niños que les presentaban los padres. La molestia se la llevaron los apóstoles que
no dejaban que se acercaran al Maestro por esto reacciona: “Mas Jesús, al ver esto,
se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque
de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el
Reino de Dios como niño, no entrará en él.» Y abrazaba a los niños, y los bendecía
poniendo las manos sobre ellos.” (vv. 15-16). Con estas palabras Jesús declara que
también los niños, como sus madres, son parte del Reino de Dios, ya que en ese
tiempo la religión era cosa de adultos y de hombres. La condición para entrar en el
Reino es acogerlo con humildad y sencillez, con la gratitud de un niño. Esta actitud
de Jesús para con niños no es para favorecer el infantilismo, al contrario, quiere
destacar el talante, la disposición del adulto, que como niño ante Dios Padre, se
sabe dependiente, pequeño, pobre de espíritu, necesitado de su gracia y amor,
como también de la ayuda que los hermanos de fe le puedan brindar en el
seguimiento de Cristo. Es poner todo el caudal humano en actitud de apertura ante
Dios para recibir su Reino predicado por su Hijo en la existencia diaria. Hacerse
niños, es en palabras de Jesús, volver a nacer, del agua y del Espíritu, como
Nicodemo (cfr. Jn. 3, 1-21), para entrar en el Reino de Dios. Como don del Padre y
del Hijo, es su iniciativa y por lo mismo la actitud del discípulo es aquella de quien
recibe un regalo, con madurez y responsabilidad, con sentido de gratitud. Es asumir
la filiación divina, sabernos hijos en el Hijo, que saben apreciar su dignidad y la
viven para hacer presente los valores del Reino particularmente el amor y la
justicia para con Dios y el prójimo. Queda de manifiesto el amor del Padre, en la
experiencia de quien se siente hijo de verdad y lo llama Abbá, principio de
conversión y de vida nueva, porque se siente seguro en ÉL y amado sin límites.
Vivir este amor, es ser ya ciudadano del Reino de Dios (cfr. 1 Jn. 3,-3). Si todos
asumimos nuestra condición de hijos, vamos a ver en nuestro prójimo, verdaderos
hermanos (cfr.1 Jn. 4, 11), y de esta manera ser como niños con la confianza, la
libertad y la gratitud de quien ama a su Padre, solo porque lo que ÉL es. El amor
sólo se paga con amor. Importa mucho cuando se está echando los cimientos de la
vida espiritual, el conocimiento personal, y mucho más cuando se está en las altas
experiencia de la vida teologal que el Señor permite que le conozcamos y amemos
como experiencia de salvación por la participación en esa intimidad divina.
Santa Teresa insiste en que aprendamos a conocernos con el pan de la humildad,
es decir, aceptarnos como somos no para quedarnos así, sino para con la gracia
divina comenzar el camino de conversión y reconocer con la gratuidad del niño que
todo es gracia y don de responsabilidad ante tanto amor y benevolencia. “Y,
aunque esto del conocimiento propio jamás se ha de dejar, ni hay alma en este
camino tan gigante que no haya menester muchas veces tornar a ser niño; y en
esto de los pecados y conocimiento propio es el pan con que todos los manjares se
han de comer, por delicados que sean, en este camino de oración, y sin este pan no
se podrían sustentar” (V 13,15).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD