CICLO B
TIEMPO DE NAVIDAD
FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR
Celebramos hoy el Bautismo del Señor. Después de la Pascua, es la fiesta
más antigua. Celebrada con gran solemnidad en la comunidad cristiana
primitiva, algunos Padres de la Iglesia comparaban el Bautismo de Cristo
con el paso por el río Jordán (Jos 4); consideraban también el paso de Jesús
de la vida oculta a la vida pública como un segundo nacimiento de Cristo.
“Nace de la Virgen, renace en el Jordán” (San Gaudencio de Brescia). Lo
acontecido en el Jordán había tenido mucha importancia: todos los
evangelistas lo recuerdan y lo ponen de relieve; y así mismo formó parte de
la predicación y el testimonio de los apóstoles (Hch 1, 21-22; 10, 37-41).
Concluyen con esta fiesta las celebraciones del misterio salvador de la
Navidad: “Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios” (San
Agustín). El Hijo eterno de Dios tomó la naturaleza humana para que los
hombres participáramos de la naturaleza divina. Dios nació para que
nosotros podamos renacer como hijos de Dios. Cristo es unigénito, pero
también primogénito: “siendo único no quiso ser solo” (San Agustín).
El Bautismo del Señor fue también manifestación y epifanía: el Niño de
Belén, que ya de treinta años, pasando por uno de tantos, como un hombre
cualquiera (Flp 2, 6-7) acude al Bautista, es el “Dios de Dios, que por
nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo” (Credo). Este
Jesús de Nazarte, el hijo del carpintero, ahora es ungido con la fuerza del
Espíritu Santo y es proclamado “Hijo amado” de Dios.
En esta ocasión se manifestó el ser trinitario de nuestro Dios. El Padre (“una
voz del cielo”) proclama que aquel Jesús de Nazaret es Dios, (“tu eres mi
Hijo amado”) sobre el que bajó el Espíritu. Se nos revela cómo es Dios en sí
mismo. No es una soledad. Es una eterna comunión de personas: Padre,
Hijo y Espíritu Santo. Tres Personas distintas y un solo Dios verdadero.
En el Jordán el hombre Cristo Jesús recibe la fuerza del Espíritu Santo. San
Lucas en varias ocasiones habla de “unción”, para referirse a la venida del
Espíritu sobre Cristo, que significa “ungido” (Lc 4, 18; Hch 4, 27 y 10, 38).
Es la “unción profética”, que habilita a quien la recibe para la predicación y
para hacer milagros en nombre de Dios. El Espíritu del Padre unge la
humanidad de Jesús para la evangelización. También en nosotros habita el
mismo Espíritu (Co 3, 16): “Como sois hijos, Dios envió a nuestros
corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡ Abba, Padre!” (Ga 4, 6).
Así en el Jordán se nos revela el misterio del nuevo bautismo (Prefacio de la
misa de hoy). El bautismo de Juan era signo externo de purificación y
conversión ante la llegada inminente del Mesías. En el bautismo cristiano
somos consagrados al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. En él se realiza una
verdadera transformación del bautizado: somos hechos hijos de Dios,
recibimos la vida de Dios. “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y
posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo” (Jn 1,
33). Hay que renacer del agua y del Espíritu Santo para entrar en el reino
de Dios (Jn 3, 5).
Injertados en Cristo, por medio del bautismo, entramos en esa eterna
comunión de Personas, que es nuestro Dios. El bautismo es una realidad
siempre actual, que nos exige mantenernos en comunión existencial con
Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. “La persona humana, mediante el
Bautismo, es introducida en la relación única y singular de Jesús con el
Padre, de manera que las palabras que resonaron desde el cielo sobre el
Hijo unigénito llegan a ser verdaderas para todo hombre y toda mujer que
renace por el agua y por el Espíritu Santo: Tú eres mi hijo amado”
(Benedicto XVI).
MARIANO ESTEBAN CARO