VIII Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Lunes
a.- Eclo. 17,24.26-29: Retorna al Altísimo.
b.- Mc. 10, 17-27: Vende lo que tienes y sígueme.
Encontramos dos momentos en este pasaje evangélico: el encuentro con un joven
rico (vv.17-22), y la enseñanza de Jesús sobre las riquezas que da a los discípulos
(vv.23-27). El joven quiere alcanzar la vida eterna, ha cumplido todos los
mandamientos desde su infancia. El rico representa al hombre que cumple con la
Ley, pero que le falta la renuncia a las riquezas de la nueva Ley de Cristo. La
respuesta de Jesús es que venda todo lo que posee, lo dé a los pobres, así tendrá
un tesoro en el cielo, y luego lo siga. Con cumplir la Ley no basta, se necesita algo
más, el desprendimiento de todo lo que se posee, la pobreza voluntaria para ser
discípulos de Cristo. Es toda una propuesta que superó las expectativas
vocacionales del joven, se marchó, ya que poseía muchas riquezas. No se puede
ser discípulo de Cristo, con alma de rico, es decir, poner la confianza en las
riquezas, impide alcanzar la vida eterna. De ahí que Jesús use la hipérbole: es más
fácil que un camello entre por el ojo de una aguja a que ingrese un rico en el Reino
de los Cielos. Si bien la llamada a la renuncia es para todos, el desapego de las
riquezas es distinto, según la llamada particular que reciban del Señor. El rico fue
llamado por Jesús, a una renuncia total, para que lo siguiera. En la segunda parte,
Jesús enseña el peligro que entrañan las riquezas para todo cristiano, rico o pobre,
puesto que todos buscamos hoy el dinero por la seguridad que nos otorga; es el
espíritu de codicia que nos embarga, poniendo en duda nuestra confianza en Dios.
El apego a las riquezas endurece el alma y los corazones, como al joven rico; aleja
al prójimo de nosotros, enfría las relaciones personales, esclaviza al hombre,
puesto que el cristiano está llamado a ser señor de su dinero, en definitiva, su afán
dificulta asimilar los valores del Reino de Dios. En los discípulos se produce un
conflicto, porque desde el AT., la riqueza es considerada una bendición de Yahvé,
ahora Jesús, nos enseña que para alcanzar la vida eterna debemos entregar la vida
por ÉL y el evangelio, cuanto más las riquezas, para que no ocupen el espíritu, el
corazón del discípulo llamado a amar libremente a Dios y al prójimo. ¿Quién podrá
salvarse? preguntan los discípulos (v. 26). Es imposible para los hombres, pero
todo es posible para Dios, responde Jesús. Recibir el Reino de Dios con espíritu de
niño, entraña, la capacidad de reconocer la propia pequeñez y debilidad, y poner la
confianza en el poder de Dios y poner la vida a su disposición para que su Espíritu
actúe en nosotros. Debemos aprender, como los discípulos a contar la ayuda de la
gracia divina para llevar adelante el proyecto salvador y redentor de Jesús. Se
necesita la apertura a la acción de Dios, vaciándonos de nosotros mismos para
servir a Dios y al prójimo.
Teresa de Jesús, nos enseña a vivir la pobreza de espíritu y el último grado de
amor que es la confianza absoluta en Dios: “Quien a Dios tiene, nada le falta; solo
Dios basta” (Poesía 9).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD