VIII Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Viernes
a.- Eclo. 44,1.9-13: Nuestros antepasados fueron hombres de bien, su fama
permanece.
b.- Mc. 11, 11-25: La higuera seca. Mi casa se llama casa de oración.
Este relato de la higuera, para algunos autores, es puro símbolo; los que la
consideran histórica, ven que Jesús la usa en forma simbólica. A Israel se le
comparó con una higuera seca (cfr. Miq. 7, 1; Jr. 8, 5-13); Marco relaciona la
higuera con el templo. Buscó en ella frutos y no los encontró, solo vio un frondoso
follaje. También el Templo estaba lleno de riquezas, e incluso malas obras (cfr. Is.
5,7). Si bien no era tiempo de higos, anota el evangelista, a Israel se le había
pasado el tiempo, el momento de los frutos, la alianza había dado sólo hojas, había
sido un tiempo estéril en obras. Los discípulos escucharon la maldición que le echó
Jesús, como una advertencia. La expulsión de los vendedores del templo, va
dirigida no sólo a los vendedores sino también contra los que compraban los
animales para el sacrificio. Hay que pensar en el comercio que había en el templo,
fuente de riqueza para la ciudad; Jesús se opone a toda operación de tipo
negociante en ese lugar sagrado. El templo, es casa de oración, (cfr. Is. 56,7), para
todas las gentes y no un mercado, peor todavía, una cueva de ladrones (cfr. Jr. 7,
11), porque ahí estaba el tesoro del templo. Son las autoridades religiosas las que
deciden darle muerte, pero no se atreven a hacerlo por la autoridad que gozaba
entre el pueblo. La admiración venía porque Jesús era evangelio puro, su
predicación era ÉL mismo; para ÉL no contaba ni el dinero, ni prestigio ni el placer.
La predicación de Jesús consistía en poner al hombre en relación inmediata con
Dios, involucrado en la vida de los hombres; hablaba como quien acaba de
conversar con Dios. Se preocupaba de los problemas de la gente, en medio de los
pobres y pequeños. Para Jesús, sólo Dios es absoluto y no la Ley, comunicaba la
imagen de un Dios nuevo e inmediato. Finalmente, se vuelve al tema de la higuera,
ahora ya seca. La esterilidad de Israel se debe al propio orgullo y ambición. Según
los profetas, el templo era el lugar de culto a Yahvé, para todos lo pueblos de la
tierra, pero esto no sucedió por la falta de fe de Israel. ¿Es que en el templo no se
oraba? Claro que se oraba, pero al mismo tiempo, se faltaba al amor al prójimo y a
la justicia. Faltaba el amor y el servicio al hermano peregrino, de ahí que la oración
no era escuchada por Yahvé, sólo la fe podía perdonar al enemigo para así recibir el
perdón de Dios. En la comunidad eclesial, el culto debe nacer de la fe y el amor a
Dios y al hermano que comparte nuestros compromisos religiosos desde una
profunda vida de oración.
Teresa de Jesús nos invita a servir a Dios con pureza de intención y santidad de
vida: “Andan ya las cosas del servicio de Dios y tan flacas, que es menester
hacerse espaldas unos a otros los que le sirven” (V 7,22).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD