Vida interior
La modernidad nos hizo racionalistas a ultranza. Dios mismo es a la medida de nuestra
razón no más allá de nuestra pequeñez o miopía. La postmodernidad nos permite mirar
un poco más allá de nuestros límites y acepta un dios cosmogónico reducido a la energía
ulterior. Un dios sometido a nuestra sensibilidad, a nuestro estado de ánimo, a nuestros
gustos. Sólo se le siente, no se le ve. La postmodernidad no tiene visión interior.
Teilhard de Chardin sale al paso y nos dice: “No somos seres humanos viviendo una
aventura espiritual, sino seres espirituales viviendo una aventura humana”. Esto nos
lleva por el camino de la interioridad. Hay algo dentro que necesita ser descubierto,
evidenciado, asumido. Es la “música callada” de la que habla Juan de la Cruz o “aquello
más íntimo a nosotros mismos” que encontró San Agustín.
El Tabor nos lleva por estos senderos de luz. Jesús quería dar una prueba de esta
realidad a sus discípulos más cercanos a su corazón. Pero no es sólo para ellos. Es
vocación de todo creyente que sigue las pisadas del Maestro. Es la exigencia de todo
llamamiento: Experimentar el silencio, la acogida, la contemplación. Todo corazón
humano sensible a esta realidad última es un Tabor donde la Luz deja ver la luz.
Los tres discípulos querían quedarse ahí en gozo sosegado. Pero Jesús les da la orden
terminante de partir, “vamos”, les dice, lleven esto en secreto. Algún momento se les
permitirá publicitarlo. Algún momento estallará esta luz y se hará novedad de quienes
siguen de verdad al Maestro. El recato, la modestia, la simplicidad de vida son testigos
fehacientes de luminarias interiores que queman y arrebatan. Es nuestra vida interior.
Cochabamba 16.03.14
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com