Pozo interior
Como gentes que trabajamos la dimensión espiritual en nuestras vidas, aceptamos el
reto de un peregrinaje sin estaciones hacia nuestra interioridad. Somos nómadas en esta
caminada. En las noches profundas en las que el silencio es la única música permitida y
en los días fraguados de sol cuando apenas percibimos el horizonte infinito, nuestras
almas encuentran el ambiente propicio para la escucha y la visión.
La Samaritana en pleno sol va al pozo a buscar agua. La aprietan sus angustias
existenciales, sus romances fallidos, la ilusión del disfraz. Va envuelta en mil
necesidades. El agua es apenas un sucedáneo. Y encuentra al Maestro que la va llevando
en pedagogía sapiencial al descubrimiento de lo “único necesario”, el agua viva que
salta a borbotones desde su interior más íntimo.
Es esquiva y astuta a la vez. Cuando el camino se le vuelve estrecho y se ve tomada en
serio, comienza a escabullirse por atajos rituales y culturales. No alcanza a conocer el
“don de Dios” ni “quién es su interlocutor”. Su agua es tan pasajera como la lluvia
temprana o el rocío que cae sobre el caminante. Jesús la va llevando por otro camino:
Más adentro, más cerca de sí misma, de su verdad, de su identidad.
Y allí cuando entra en su pozo interior descubre el manantial que brota hasta la vida
eterna: Es Jesús quien le ha revelado todo lo que ha hecho y lo que ha sido antes,
transformándola así, en la discípula primera de la Buena Nueva que muestra el camino
nuevo y da las nuevas aguas a su familia y pueblo. Lo hace con tanta vehemencia y
discreción que las gentes encuentran a Jesús y ella permanece en un segundo plano.
Cochabamba 23.03.14
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com