Comentario al evangelio del Jueves 06 de Marzo del 2014
La cruz y los crucificados
“Salió de la ciudad hacia una lugar llamado Calvario. Allí le crucificaron” (Jn 19,17-18). He aquí la
razón suprema. Porque Cristo está subido en una cruz puede decirnos con autoridad y poder de
fascinar: toma tu cruz y sígueme.
La cruz es la marca de la casa que se graba sobre el cristiano. “La señal del cristiano es la santa cruz”,
decía, en sus primeras páginas, el viejo catecismo. La cruz es el sufrimiento, el dolor, la muerte. La
cruz de los inocentes y también de los pecadores. Las cruces personales- y las cruces de tantos pueblos
malheridos. ¿Por qué tanto dolor? Es el enigma sombrío que atenaza a tantos hombres y mujeres,
también de buena voluntad. De entrada, un cristiano no tiene para responder una filosofía. Sólo le
queda el silencio respetuoso y mirar al primero de los crucificados, al Cristo del Viernes Santo. Y
Cristo no buscó directamente la cruz. Fue consecuencia espontánea de su fidelidad a la tarea
encomendada. Lo dice la experiencia de cada día: el que ama frecuentemente encuentra por el camino
mil cruces de sacrificio, abnegación, incomprensión y sudores.
En una secuencia cristiana podríamos señalar estos pasos ascendentes para tomar la cruz. Primero,
aceptar la propia cruz; no se busca el dolor pero se lleva serenamente cuando llega. Por supuesto, lejos
de toda resignación estoica, sólo unidos a Él. También, sin esperar heroísmos, en la brega de cada día.
Qué hermosos ejemplos de renovación personal observamos en gente a la que el dolor, llevado con
gallardía cristiana, le ha hecho más fuerte, más madura, más grande. En segundo lugar, saliendo de sí,
hay que ayudar a otros a llevar la cruz. Cireneos de tantos hermanos. El acompañamiento, la visita, la
palabra oportuna, el servicio de limpiar y preparar alimentos y las largas noches junto a la cabecera son
modos excelentes de cumplir lo que nos pide el Maestro. Y finalmente, combatir el dolor. Si podemos
evitarlo, seguiremos a Jesús que pasó haciendo el bien y curando toda enfermedad. Aquí están los
técnicos de la salud (médicos, sois instrumentos de Dios), las Congregaciones religiosas hospitalarias y
de la caridad, los samaritanos que echan aceite y vendan las heridas, los que luchan contra tanta
injusticia que deja a muchos pueblos crucificados.
Qué lejos está de Jesús esa manera errónea de llevar la cruz. Ejemplifiquemos: la cruz que es adorno
pomposo, la cruz que es gesto rutinario, la cruz que es victimismo dolorista y –lo peor- la cruz que es
presentada como “enviada por Dios para probarnos”.
De nuevo, miramos a Cristo en la cruz. Sólo el amor brilla. Y los creyentes atisbamos en seguida cómo
comienza la gloria de la Resurrección. Como el alpinista: la ascensión es dura, pero el gozo de la
cumbre le da alas.
Conrado Bueno
Conrado Bueno, cmf