CICLO B
TIEMPO ORDINARIO
III DOMINGO
Después del bautismo en el Jordán y enterado de que habían arrestado a
Juan, Jesús decidió salir para Galilea y, con la fuerza del Espíritu, comenzó
a predicar diciendo: “Convertíos, porque está cerca el reino de Dios”
(Evangelio). Galilea era conocida como "Galilea de las Naciones" o "Galilea
de los Gentiles", por el gran número de gentiles o paganos que vivían allí.
Cuando Marcos en el Evangelio de hoy se refiere al “Evangelio de Dios” no
sólo quiere decir que Dios es su autor, sino también que el poder de Dios se
manifiesta en él.
La palabra “evangelio” está vinculada directamente con el Reino de Dios.
Jesús anuncia el Evangelio del Reino de Dios, que tiene como tema su
cercanía. El Reino de Dios es el Reinado de Dios. Y las palabras sobre su
cercanía hay que entenderlas como que el Reino ha llegado ya. Es la Buena
Nueva del Reino que llega y que ha comenzado ya. Es el bien de la
salvación que ha preparado Dios para los hombres. El Evangelio es el
mensaje de salvación. Y la Buena Noticia que nos trae Cristo es que, en Él
mismo, Dios se ha hecho cercano a nosotros.
El anuncio del Reino de Dios define toda la misión de Jesús: "para esto he
sido enviado" (Lc 4, 43). Cristo se aplica a sí mismo las palabras del profeta
Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para
evangelizar a los pobres" (Lc 4,18).
El Reino de Dios no es una cuestión de honores y de apariencias, sino
"justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rm 14, 17). Entrará en el Reino
de los cielos no el que dice “Se￱or, Se￱or”, sino “el que hace la voluntad de
mi Padre (Mt 7, 21).
El Reino de Dios y la salvación son un don de la misericordia y de la gracia
de Dios, pero también hay que conquistarlo mediante un cambio total y
profundo de vida. Es la conversión de la que habla hoy el Evangelio.
Convertirse significa abandonar “la mala vida” (primera lectura); convertirse
es seguir a Jesús, como los pescadores del Evangelio, haciendo que sus
palabras sean la guía de nuestra existencia. Viviendo, según la voluntad de
Dios, todas las realidades de nuestra vida: penas y alegrías, el matrimonio
y la familia, la riqueza y la pobreza (segunda lectura).
Jesús a todos sus discípulos nos ha mandado: “Id al mundo entero y
proclamad el Evangelio” (Mc 16,15). En primer lugar, mediante el
testimonio: dando “frutos de buenas obras” (oraci￳n colecta) Todos los
cristianos estamos llamados a dar este testimonio y así podemos ser
verdaderos evangelizadores. Un testimonio sin palabras. San Francisco de
Asís decía a sus hermanos: “predicad el Evangelio y, si fuese necesario,
también con las palabras. Predicar con la vida”. Y el Papa Pablo VI nos
recordaba que “evangelizar es, ante todo, dar testimonio, de una manera
sencilla y directa, de Dios revelado por Jesucristo mediante el Espíritu
Santo”.
Nuestro testimonio debe ser también un testimonio irradiante. Como Cristo:
“Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no camina en tinieblas, sino que
tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12). Pero –señalaba Juan Pablo II- “no todos
ven la luz de Cristo. Nosotros tenemos el maravilloso y exigente cometido
de ser su “reflejo”. Como la luna.
MARIANO ESTEBAN CARO