VIII DOMINGO T. ORDINARIO A
Una invitación a depositar nuestra confianza en Dios
Lo mismo que una religión sin teología puede convertirse en un peligro público, los
exegetas nos advierten que, a veces, una lectura superficial y fundamentalista del
evangelio podría ser catastrófica. Es una observación digna de tenerse en cuenta.
¿No sería un auténtico desastre que, después de leer aquello de “las aves del cielo,
que ni siembran ni siegan y el Padre Dios las alimenta” , sacáramos la conclusión de
que hay que apuntarse a lo de la sopa boba? ¿No habría que preocuparse del
mañana, ni de ganar el pan de cada día?
Es verdad que en el evangelio de hoy encontramos una verdadera letanía de cosas
ante las que Jesús nos pide no andar agobiados: la vida, el cuerpo, el alimento, el
vestido… Es una saludable recomendación para nuestra sociedad tan idólatra del
cuerpo que ha convertido la ética en dietética. A veces hasta poner en peligro la
misma salud. ¿No nos suenan palabras como anorexia o bulimia…? La preocupación
obsesiva es una forma de esclavitud, impide vivir con paz y libertad. Parece
estadísticamente comprobado que la proporción de infartos y depresiones es mucho
mayor en el mundo occidental que en otros lugares.
Jesús lo que denuncia es esa idolatría de lo material, a la que se puede acabar
sacrificando hasta lo más sagrado. Pero nunca recomendó la indolencia ni la
pereza; no invitó a esperar que todo nos viniera llovido del cielo, como un milagro
permanente de la providencia. No, Jesús no fue un ingenuo visionario de esos que
no pisan la tierra. Era muy comprensivo, pero seguro que no estaría demasiado de
acuerdo con la llamada generación “ni-ni”, la de quienes “ni” trabajan “ni” estudian.
“Nadie pude servir a dos señores. No podéis servir a Dios y al dinero ”. En el texto
original griego Mateo ha conservado la palabra aramea “Mammon”, que traducimos
por dinero, y que el evangelista mantuvo probablemente porque es palabra
originaria de la lengua materna usada por Jesús. Parece que con esta palabra se
expresaba la personalización del dinero o la riqueza, algo así como un ídolo que
pretendiera suplantar a Dios mismo.
Pero Jesús tampoco condena el dinero como tal; sabía bien lo que era ganar el pan
con el sudor de su frente y de la utilidad del dinero para las transacciones
comerciales. Incluso en la parábola de los talentos (el talento suponía una suma
importante) reprende al perezoso que ni siquiera se ha preocupado de meter el
dinero en el banco para sacarle algún rendimiento. Lo que Jesús condena con
palabras durísimas es que el hombre se haga tan esclavo del dinero que lo
convierta en el dios de su vida.
La dureza de las palabras de Jesús no resulta anacrónica en nuestros tiempos. La
divinización del dinero es el cáncer que ha puesto a la sociedad occidental en trance
de destrucción. La crisis económica, que tantas personas están sufriendo en su
propia carne, ha tenido mucho que ver con la consecución del dinero rápido y con la
corrupción, tan de moda. Por dinero se mata; por dinero se trafica con drogas a
sabiendas de que tienen efectos destructivos; por dinero se vende la conciencia.
Con el dinero se consigue todo o, mejor dicho, casi todo, porque las cosas más
valiosas no se obtienen con dinero. Otra hubiera sido la situación si el mundo se
hubiera edificado en claves de bien común; si la lógica del interés hubiera dejado
paso a la lógica de la solidaridad y de la comunión.
El papa Juan Pablo II, en su primera encíclica nos dejaba unos principios de
sabiduría evangélica, que son el mejor comentario a este evangelio: “ El sentido
fundamental del dominio del hombre sobre el mundo visible… consiste en la
prioridad de la ética sobre la técnica, en el primado de la persona sobre las cosas,
en la superioridad del espíritu sobre la materia. Se trata del desarrollo de las
personas y no sólo de la multiplicación de las cosas. Se trata menos de tener más
que de ser más ” (R.H. 16 a).
Ahora sí podemos entender aquello de “Mirad las aves del cielo… Mirad los lirios del
campo ”. Es una imagen preciosa. Una invitación a depositar nuestra confianza más
alta no en las cosas, sino en Dios. El hombre vale más que el resto de las cosas
creadas, a pesar de ser tan bellas. Dios sabe lo que necesitamos.
Cuando el hombre pone su preocupación fundamental en el Reino de Dios y en su
justicia, lo demás suele venir por añadidura. Jesús termina invitando a vivir el hoy y
a no preocuparnos del mañana más de lo necesario. Contaba un padre jesuita lo
que sufrió a cuenta de aquel traslado al que fue destinado por sus superiores.
Estuvo a punto de dejar la Compañía. Luego resultó ser el lugar donde fue más feliz
y donde experimentó las mayores alegrías de su vida.
+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos