CICLO B
TIEMPO ORDINARIO
IV DOMINGO
Dios, que es amor, nos ha creado a su imagen para hacernos partícipes de
su vida bienaventurada. Y ha puesto en nosotros el deseo de encontrar en
Él la plenitud de la verdad, de la vida, del bien y del amor. “Nos has hecho,
Se￱or, para ti y nuestro coraz￳n está inquieto hasta que descanse en ti”
(San Agustín).
Dios nos ha creado por amor y nos llama a vivir unidos a Él, en comunión
con Él. Decía Santa Catalina de Siena: “Es necesario que veamos y
conozcamos, en verdad, con la luz de la fe, que Dios es el Amor supremo y
eterno, y no puede desear otra cosa que no sea nuestro bien”. Dios nos
comunica este su designio de amor salvador. Se dirige a nosotros. Nos
habla de forma que podamos entenderle.
Dios es espíritu. El hombre es espíritu encarnado. Por eso, Dios suscitó
profetas. Y refiriéndose a los tiempos mesiánicos, ya en el Deuteronomio se
anunciaba: “Suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré
mis palabras en su boca, y les dirá lo que yo le mande” (primera lectura). El
profeta no es un adivino. Habla en nombre de Dios. Hace llegar al hombre
el mensaje divino con palabras humanas. “A él lo escucharéis” (primera
lectura).
Los antiguos profetas (Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel) anunciaron que
vendría el Mesías, el Profeta de Dios. Tanto amó Dios al mundo que, en la
plenitud de los tiempos, nos envió a su Hijo. Es la Palabra eterna hecha
carne (Jn 1,14). La Segunda Persona de la Santísima Trinidad se hace
hombre igual en todo a nosotros menos en el pecado. Es Dios mismo hecho
hombre, que entra en el tiempo y se comunica a nosotros. Así Dios, de un
modo humano, ha pronunciado su palabra. Cristo es parábola viva del Dios
eterno.
“Dios se nos da a conocer como misterio de amor infinito en el que el Padre
expresa desde la eternidad su Palabra en el Espíritu Santo. Por eso, el
Verbo, que desde el principio está junto a Dios y es Dios, nos revela al
mismo Dios en el diálogo de amor de las Personas divinas y nos invita a
participar en él. Así pues, creados a imagen y semejanza de Dios amor, sólo
podemos comprendernos a nosotros mismos en la acogida del Verbo y en la
docilidad a la obra del Espíritu Santo (Benedicto XVI).
Cristo no sólo nos habló en nombre de Dios. Él mismo es Dios, que nos
habla con palabras humanas. Por eso “habla con autoridad”. Los que
escuchaban a Jesús se quedaban admirados de su doctrina “¿Qué es esto?
Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les
manda y le obedecen” (Evangelio). A la eficacia de su palabra se unían las
curaciones y milagros. Son los “signos” de Cristo para que creyendo en Él,
tengamos vida eterna.
"El haberse hecho hombre por nosotros ha contribuido más a nuestra
salvación que los milagros que ha realizado en medio de nosotros; el alma
es más importante que el haber curado las enfermedades del cuerpo
destinado a morir" (San Agustín).
Para el hombre la autoridad es dominio y poder. La autoridad de Cristo es
su amor infinito y todopoderoso, que es servicio y entrega. “Toda la vida de
Jesús es una traducci￳n del poder en humildad” (Romano Guardini). Así nos
ama Dios: rebajándose, poniéndose a nuestro nivel. Y tanto nos ama Dios,
que sale de sí mismo y viene a nosotros para compartir nuestra pobre
condición hasta el extremo. “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo
alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó
la condici￳n de esclavo, pasando por uno de tantos” (Flp 2, 6-7).
“Ojalá escuchéis hoy la voz del Se￱or: «No endurezcáis vuestro coraz￳n”
(salmo responsorial). Hemos de escuchar con fe a Cristo, Palabra eterna
hecha carne. Creer en Cristo y creer a Cristo. Fiarnos de Él. La fe es la
respuesta propia del hombre al Dios que se ha revelado en Cristo. Es la
actitud del hombre que se entrega libre y totalmente a Dios.
También nosotros participamos de la misión profética de Cristo. En nuestro
bautismo fuimos ungidos en la cabeza con el santo crisma, para ser
miembros de Cristo sacerdote, profeta y rey. Hemos de transmitir su
mensaje con la eficacia de nuestro testimonio: “Señor, concédenos amarte
con todo el corazón y que nuestro amor se extienda también a todos los
hombres” (oraci￳n colecta).
MARIANO ESTEBAN CARO