I Domingo de Cuaresma, Ciclo A
En este primer domingo de Cuaresma la liturgia nos presenta el relato de las
tentaciones de Jesús en el desierto. Ellas nos enseñan que todo lo que acontece en
él es consecuencia de haber asumido nuestra naturaleza humana. El hombre junto
a su dignidad y libertad, en cuanto creado a imagen y semejanza de Dios, aparece
en su fragilidad interior que lo divide y limita. Estamos ante el tema del mal, del
pecado, que forma parte de esa humanidad que Jesucristo ha asumido y redimido.
¿De dónde viene el mal?, se preguntaba san Agustín: “buscaba el origen del mal,
decía, y no hallaba su solución” (Conf. 7, 7.11). San Pablo reconoce que: “el
pecado estaba en el mundo” (Rom. 5, 13), y lo experimentaba en esa desarmonía
entre el bien que deseaba y el mal que hacía, y concluía: “cuando hago lo que no
quiero, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que reside en mí” (Rom. 7, 20). El
pecado existe, no hay que negarlo, pero ha sido vencido. Esto es fruto y don de la
Pascua de Cristo.
Sin la luz de la fe, que se apoya en la Revelación, no se puede conocer plenamente
la realidad del pecado y sus consecuencias, como tampoco su respuesta liberadora.
Podemos tener la tentación: “de explicarlo únicamente como un defecto de
crecimiento, como una realidad psicológica, un error, la consecuencia necesaria de
una estructura social inadecuada…” (C.I.C. 387). La comprensión del pecado es un
tema teológico, que tiene a Jesucristo como revelador de la situación del hombre y,
sobre todo, como su liberador.
Por ello el Catecismo de la Iglesia Católica, concluye: “Es preciso conocer a Cristo
como fuente de la gracia para conocer a Adán como fuente del pecado” (C.I.C 388).
Jesucristo ilumina y sana la vida del hombre. No se trata de algo mágico, del
camino del amor de Dios que busca al hombre en Jesucristo: “no para juzgarlo sino
para que el mundo se salve por él” (Jn. 3, 17). Jesucristo asume y redime la herida
de la condición humana, causada por el pecado original, para que el hombre
recupere su libertad de hijo de Dios y viva el gozo de una Vida Nueva, ya desde
este mundo.
Este marco nos ayuda a comprender el alcance de la fuerza del pecado, que se
expresa en las tentaciones que Jesús padece como hombre. Las tentaciones buscan
apartar a Jesucristo de su relación con Dios, su Padre, y alejarlo de su misión.
También, en nosotros, todo pecado dice referencia a Dios en cuanto nos aparta de
él y de nuestros hermanos. Por ello, el triunfo de Jesucristo en su Pascua es
también el triunfo de cada uno de nosotros, porque él nos asumió al encarnarse y
nos ha liberado de la esclavitud del pecado.
Este triunfo de Cristo es definitivo y actual como ofrecimiento de una Vida Nueva al
hombre. Esto es lo que la Iglesia ha recibido, nos predica y comunica a través de
los medios que el mismo Jesucristo nos dejó: su Palabra y los Sacramentos.
Cuaresma es un tiempo propicio para pensarnos desde Dios, y de retomar ese
camino siempre nuevo que nos lleva a encontrarnos en la verdad profunda de lo
que somos y con la posibilidad real de vivirlo.
Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz