El camino cuaresmal
La cuaresma es un camino que lleva a la Pascua. Es, por tanto, un camino que conduce a la
vida y a la luz, que tiene, en pocas palabras una final feliz. De ahí que se insista en que es
“tiempo favorable, día de salvación”. Si la cuaresma es tiempo de gracia, favorable, salvífico,
¿no ha de ser por necesidad tiempo de alegría? Sin duda. Pero precisamente por ello, es también
una invitación a la seriedad. Pues la alegría es una cosa demasiado seria como para tomársela en
broma. Y más si esa alegría lo es “en camino”, es decir, en proceso. No está dicho que en la
verdadera alegría no haya sinsabores y momentos difíciles.
La alegría cuaresmal es una alegría “in via”, que se alimenta de la esperanza de una alegría
futura y, por tanto, que requiere su preparación y su tiempo. No se parece a las alegrías
“gaseosas” que como bombas de confetis explotan a nuestro alrededor y tras un breve efecto
superficial desaparecen sin dejar rastro o, en todo caso, un rastro depresivo. Estas son las alegrías
que nos ofrece nuestro mundo, el mundo de la “diversión”. Así es, por ejemplo, la alegría postiza
del Carnaval: una alegría derrotada de antemano. La alegría cuaresmal es una alegría pascual que
se anuncia, se promete y en cierto modo se anticipa. Es como una carga de profundidad, que
brota de lo hondo del alma, como una semilla que ha madurado largo tiempo, lentamente y sólo
tras este proceso en que también hay un elemento de muerte, brota como un milagro, llena de
vida, de color y de frutos: es una alegría con raíces, fruto no de la “diversión” (de la dispersión),
sino de la “conversión”.
Por ello, esta alegría debe ser ella misma largamente preparada, pues sólo pueden percibirla
los que tienen el corazón bien dispuesto. Es precisa una pedagogía que va a lo profundo, que
rescata dimensiones escondidas, a veces incluso olvidadas a causa de las preocupaciones de la
vida y de las búsquedas algo compulsivas de las otras alegrías epidérmicas y pasajeras.
0. Miércoles de ceniza. La Iglesia nos regala el tiempo de cuaresma como preparación para
experimentar esa alegría enraizada en el triunfo de la vida, pero que brota de lo profundo,
también porque ha mirado a los ojos las causas de nuestra tristeza, porque no se ha evadido de
las sombras de nuestro mundo y de nuestra vida, porque ha probado las hieles de la muerte para
poder vencerla. Así pues, este tiempo favorable, este tiempo de gracia es como un camino al que
hay que prepararse adecuadamente.
El miércoles de ceniza es un campamento base en el que se nos ofrecen las claves del
itinerario (la “hoja de ruta” como se dice ahora): ayuno, limosna oración. Cf. Mt 6,1-6.16-18.
No se trata de meras “prácticas”, sino de tres indicaciones sobre los ejes que componen
nuestra vida y que son tres relaciones fundamentales: la relación consigo mismo, la relación con
los demás y la relación con Dios. De hecho, el pecado es la perturbación de la armonía
establecida por Dios entre estas tres formas de relación y, por eso las toca en su corazón.
El pecado como un uso indebido de nuestra libertad, la voluntad de ser dioses, de disponer el
orden del bien y del mal según nuestra conveniencia, el tomar el fruto de la libertad pero
rechazando su peso, el de la responsabilidad. El hombre descubre entonces su desnudez, se
enemista con su igual (le echa las culpas), se esconde de Dios.
Este tiempo de Cuaresma nos invita a examinar con espíritu de conversión esas tres
dimensiones. De ello hablan estas claves de la cuaresma que nos ofrece el miércoles de ceniza.
- El ayuno. La relación consigo mismo: cuáles son mis verdaderos valores, soy capaz de
renunciar a ciertos bienes básicos, a los que tengo derecho, en aras de valores más altos
(la idea de la libertad moral: libertad con responsabilidad, libertad al servicio del bien,
libertad como proceso de liberación). Se puede examinar también mi relación para con
mis deberes personales, profesionales, el cuidado de sí, cómo alimento mi espíritu… Para
emprender el camino de la conversión a los que verdaderamente vale y nos salva hay que
soltar lastre, liberarse, prescindir de múltiples ataduras que nos impiden avanzar.
Comprender que se puede vivir con menos (alimento, televisión, etc.) Renunciar para
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caminar ligeros de equipaje, para estar mejor dispuestos, más disponibles a las
dimensiones esenciales de la vida, a la escucha de la Palabra, a las necesidades de los
demás.
- La limosna: al liberarnos nos hacemos más sensibles a las necesidades de los demás,
descubrimos que también existen los otros y que mucho de lo que nos sobra a nosotros es
para ellos imprescindible. La renuncia que supone el ayuno no es sólo una ascética para
el autocontrol, sino también y sobre todo un ejercicio de sensibilización para aprender a
compartir. La limosna significa no tanto “dar” algo sino mirar a alguien, y mirarlo de una
foram nueva, con capacidad de compadecer, con misericordia, con capacidad de
respuesta (la llamada del “rostro del otro”). Al mirar así, sólo entonces, me siento
llamado a dar (dinero, tiempo, una palabra de aliento, atención, respeto…).
- La oración. Ligeros de equipaje, dispuestos al servicio de los demás, nos hacemos
también disponibles para Dios: disponibles al diálogo que, sobre todo, escucha pero que
también habla (pide, suplica, alaba, adora). Creer en Dios en confiar en él, confiarle el
propio corazón, y para ello hay que “estar” con Él.
Pero escuchando a Jesús, de nuevo comprendemos que de lo que aquí se trata es de una
comprobación del corazón, de la autenticidad de nuestras actitudes básicas, de nuestras
relaciones axiales. Ayunar y perfumarse (renunciamos a algo legítimo para conseguir algo mejor:
no lloramos la renuncia, sino que nos alegramos en la víspera de un don más alto). Dar sin que lo
sepa la otra mano. No es del todo posible: no es posible hacer el bien “sin querer”, sin conciencia
de ello, pero somos invitados a mirar sólo a la necesidad, a los ojos del que recibe el bien, sin
autocomplacencia, sin buscar recompensa, dispuestos a olvidar enseguida el bien realizado. No
hacer el bien “para obtener algo a cambio” (por ejemplo, la salvación), sino porque ya hemos
experimentado la salvación y porque el otro lo necesita. La oración es un encuentro con Dios en
la intimidad. La habitación es el propio interior. Hay que hacer espacio, dar lugar a Dios, hacer
silencio para que Él hable. No se trata tanto de la cantidad de nuestra oración sino de su calidad.
Asegurada esta calidad de nuestra actitud cuaresmal, podemos emprender este camino, por el
que podremos reflexionar sobre dimensiones esenciales de nuestra vida y que la fe ilumina: las
tentaciones (1.er domingo), la Transfiguración de Jesús (2.º domingo), el diálogo de Jesús con la
samaritana, la fe y el agua viva (3.er domingo), la luz que ilumina la oscuridad: el ciego de
nacimiento (4.º domingo), el misterio de la vida y de la muerte: la resurrección de Lázaro (5.º
domingo). Pero esto, paso a paso.
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