I Domingo de Cuaresma (Año Par)
Domingo
a.- Gn. 2,7-9; 3, 1-7: Creación y pecado de los primeros padres.
La primera lectura nos sitúa en el inicio de la historia de la humanidad, por lo tanto,
de la salvación. El autor sagrado al narrar con lujo de detalles la creación del
hombre nos habla de la dedicación del Creador con su criatura: el soplo de vida,
aliento divino, lo convierte en ser vivo (v.7). La naturaleza acompaña a este ser y
queda a su servicio; en ella la serpiente, animal lleno de astucia, miente y engaña a
la mujer: No moriréis (v. 3). Comieron y el resto ya lo conocemos: Adán y Eva
quisieron ser como Dios, no sólo conocer el bien y el mal, sino decidir qué era
bueno y qué era malo (v. 6). Este hombre que nace de las manos de Dios, vive
inocente la convivencia con su Creador, más aún ha sido hecho a su imagen y
semejanza (cfr. Gn. 1, 26). El demonio mentiroso y envidioso del bien del hombre,
recién creado, lo engaña en lo que Dios ha establecido para su felicidad. Pone la
duda sobre la verdad de la Palabra de Dios, es decir, la incredulidad, acerca de su
muerte si desafía el mandato; le hace creer que será como Dios, soberbia, hacerse
igual a su Creador y finalmente todo lo anterior desencadena la desobediencia. (cfr.
Gn. 2,17; 3, 4-5). El hombre buscó fuera del proyecto de Dios su felicidad, su
realización personal, por lo mismo arruinó en cierto modo el plan divino. Fruto de
estas actitudes: pecado para él y su descendencia. A esta caída inicial se
contrapone la salvación prometida por Dios en el paraíso (cfr. Gn. 3, 15),
manifestada en Cristo Jesús.
b.- Rm. 5, 12-19: Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.
Ha comenzado el apóstol a tratar el tema de la justificación, entendida como
reconciliación con Dios, pero dejando muy en claro que el hombre no tiene derecho
a esta justicia, ya que ni siquiera posee obras en las cuales apoyarse, ya que es un
pecador, enemigo de Dios (cfr. Rom.3-4; 5,6-7; 10-11). El pecado habita en el
hombre, la muestre, es castigo del pecado que entró en el mundo, a consecuencia
del pecado de Adán, el apóstol, deduce que el pecado entró en la humanidad, por
esta falta inicial; se trata del pecado original. Ofrece un paralelismo entre la obra de
Adán y la reparación de Jesucristo, el último Adán. La salvación la ofrece el último
Adán, por lo cual Dios restaura la creación (cfr. Rm.7,14-24; Sb.2,24;
1Cor.15,21.25; Rom.8,29; 2Cor.5,17). El pecado separa al hombre de Dios, la
separación es muerte, espiritual y eterna, cuya señal es la muerte física (cfr.
Sb.1,13; 2,24; Hb.6,1). Consciente Adán de su pecado, la voluntad de Dios no se
manifestó hasta la promulgación de la Ley de Moisés, realidad del pecado que
alcanza a toda la humanidad aunque no quisieran la ley, por lo tanto, n imputable
para ellos, pero también la muerte les alcanzó aunque ignorantes de su pecado
(vv.13-14; cfr. Nm.15,22.31-34; 16,22; Lv.4,1.13.22.27). Así como Israel ofrecía
el sacrificio de la expiación por el pecado, el Siervo sufriente, tomó el lugar de ese
ritual en su persona, ahora es el sacrificio de Cristo en la cruz, el que quita el
pecado de la conciencia humana (cfr. Rm.5, 6,8,11; Lv. 4,1-3; Is.53,10). Establece
luego el apóstol una antítesis entre Cristo y Adán, que deja en claro que Jesucristo
con su sacrificio en la cruz, borra la desobediencia de Adán y reconduce la
humanidad hacia Dios, se convierte en el Señor de la vida escatológica al constituir
a todos los redimidos en justos. No se produce sólo una reparación del daño sino
una nueva existencia: es cristiano es criatura nueva. Hablamos así de la
antropología cristiana. Si la reparación de Cristo en Adán es sólo eso, reparación,
Adán queda primero; en cambio, pero si la vida nueva que trae Cristo, es
esencialmente diferente de lo que aporta Adán, abandonado a sí mismo, entonces
hemos de partir por Cristo para comprender a Adán y no al revés (v.14). Sólo
Cristo crucificado y resucitado, devela el misterio del hombre, cuando revela en el
evangelio su propio misterio salvífico.
c.- Mt. 4,1-11: Jesús ayuna y es tentado por el demonio.
El evangelio nos presenta cómo obra la fuerza del Espíritu, lo lleva al desierto,
donde está el Bautista; lugar de adoración de Dios, espacio de la peregrinación de
Israel por el desierto en el pasado, y de regreso del exilio. Será allí dónde se tenga
que decidir si se está a favor o contra Dios, decisión a favor de la salvación del
mundo. Junto a estos hombres Santos, aparece Satanás. Las tentaciones a que se
sometió Jesucristo, por parte de Satanás, hay que entenderlas como pruebas, algo
propio de la naturaleza humana; Jesús se hizo hombre, padece la tentación, como
cualquier otro, pero no tiene la inclinación al pecado (cfr. Hb. 4, 15). En toda la
historia de Israel aparece esta fuerza que se opone a Dios y a su Reino. La forma
en que el evangelista presenta estas tentaciones, es como el diálogo entre dos
entendidos en el AT, sólo que Jesús es más agudo en la interpretación de la palabra
de Dios que Satanás; a cada propuesta Jesús responde con un pasaje de la
Escritura. Texto inapelable, que da por terminada la discusión. La primera tentación
(vv. 3-5), se refiere a querer transformar las piedras en panes. Jesús ha ayunado
como Moisés y Elías en otro tiempo en el Sinaí (cfr. Ex.34,28; 1Re.19,8). Jesús le
responde, con un texto que agradece el maná dado por Yahvé en el desierto (cfr.
Dt. 8, 3). Jesús quiere hacer notar la omnipotencia divina que prepara la vida
eterna, más importante que el alimento diario. Si la vida natural se salvó por el
maná que Yahvé les brindó en el pasado, ahora hay una vida interior, espiritual que
también hay que alimentar con la obediencia a la palabra que trae la gracia y
salvación, la vida de Dios al hombre. Se trata de confiar en el poder de esa palabra
divina. La segunda tentación (vv.5-7), consiste en poner a prueba la protección
divina de que goza Jesús, y el demonio usando la Escritura, lo invita a abusar de
ella, enemistándole con Dios (cfr. Sal. 91, 11-12), Jesús le responde con otro
pasaje de la Escritura que habla de no tentar al Señor (cfr. Dt. 6, 16). Texto que
alude al pueblo de Israel que tentó a Yahvé, porque no creyó que iba a ser
protegido por ÉL. Dios asiste a los hombres con su providencia amorosa, peor no
está al servicio de la temeridad. Arrojarse de lo alto, esperando que Dios cumpla su
palabra, consiste en salirse de su providencia, abusar de ella, entonces, pecar.
Jesús confía en su Padre, porque no hace nada que no vea hacer al Padre
(cfr.Jn.5,19). La tercera tentación (vv. 8-10), es un pecado de idolatría, pues
Satanás pretende que Jesús lo adore de rodillas, a cambio, le promete todas las
riquezas de la tierra. Satán se siente Señor de este mundo (cfr. Jn.12,31).
Nuevamente Jesús le responde con una cita de la Escritura (cfr. Dt. 6,13), con un
leve cambio, en lugar de “temer” a Yahvé, tu Dios, Jesús sustituye temer por
“adorarás” al Se￱or tu Dios; se quiere resaltar que s￳lo Dios es digno de adoraci￳n.
La alusión al monte alto se refiere a la subida de Moisés a las estepas de Moab, al
monte Nebo, desde donde el patriarca contempló la tierra prometida, pero no la
cruzó (cfr. Dt. 34, 1-4). Estas tentaciones al comienzo de su ministerio, quieren
reflejar, cómo Jesús será tentado de elegir un mesianismo fácil, triunfalista,
demasiado humano y terreno. Hubiera satisfecho las esperanzas del nacionalismo
judío imperante, pero no correspondería al proyecto del Padre para el hombre caído
por el pecado. Siempre en la idea de presentar a Jesús como el nuevo Moisés, ÉL
vence las tentaciones a que fue sometido Israel: murmurar del pueblo contra
Moisés por el maná; tentación de desconfianza por la falta de agua (cfr. Ex.15,22-
24), falta de comida, Yahvé les da el maná (cfr. Ex.16, 2-3), y finalmente la
idolatría contra la cual Moisés les había prevenido (cfr. Ex.32,7-10). De esta forma
Jesús es el nuevo Moisés, del cual nace el nuevo pueblo de Dios, vence Él a las
tentaciones y también su pueblo. Termina el evangelio, con un cambio radical: una
vez que Satán se marchó, los ángeles se acercaron para servirle.
San Juan de la Cruz nos enseña a dejar todo lo que no es Dios en la vida del
cristiano, no es una opci￳n, sino toda una exigencia de la vida teologal. “Tenga
fortaleza en el corazón contra todas las cosas que le movieren a lo que no es Dios y
sea amiga de la pasi￳n de Cristo” (D 99).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD