I Semana de Cuaresma
Miercoles
Lecturas bíblicas:
a.- Jon. 3, 1-10: Los ninivitas creyeron en Dios.
La primera lectura, nos presenta la predicación de Jonás en Nínive. Luego de haber
sido rebelde y desobediente a Yahvé, ser salvado de la muerte, ahora Jonás tiene
una nueva oportunidad de servir a Dios y cumplir su misión. Pero ahora Jonás ha
aprendido la lección: a Yahvé no se le desobedece y va a Nínive. Gran ciudad, tres
días le costó recorrerla para dar el anuncio de la destrucción: dentro de cuarenta
días Nínive será destruida (v. 4). Fue tan la palabra de Jonás que el pueblo hizo
penitencia y creyó a Yahvé, puesto que desde el rey hasta el último vasallo volvió
sus pasos al Dios de Israel, como la había hecho Abraham en su tiempo, dejando
en claro que los ninivitas son el contraste de Israel, pueblo de dura cerviz y (cfr.
Gn. 15, 6; Ez. 3, 4-7). Nínive comprende que a la penitencia exterior debe ir
acompañada de la conversión interior. Las palabras del rey dejan clara esta
intención: “¡Quién sabe! Quizás vuelva Dios y se arrepienta, se vuelva del ardor de
su cólera, y no perezcamos. Vio Dios lo que hacían, cómo se convirtieron de su
mala conducta, y se arrepintió Dios del mal que había determinado hacerles, y no lo
hizo.” (vv. 9-10). Vemos aquí el triunfo del amor de Dios por sobre la maldad
humana, pero condicionada por la conversión interior tan anunciada y apreciada por
los profetas.
b.- Lc. 11, 29-32: Aquí hay uno que es más que Jonás.
El evangelio nos muestra la denuncia de Jesús acerca de la generación en la que
vive y que denomina: perversa. Crece la muchedumbre que escucha a Jesús, pero
también la contestación (cfr. Lc.11, 14-22). No les echa en cara su pecado sino su
ceguera, no son capaces de reconocer su doctrina y no tienen fe en ÉL, y así y todo
piden signos, a pesar de ser testigos de ellos. Es recurrente en los evangelios la
necesidad de un signo para reconocer a Jesús (cfr.1Cor.1, 22; Is.7, 14s; Jc.6, 36-
40; 2Re 20,8-11; Lc.1,18. 34). Solo vale para esa generación el signo de Jonás es
decir, la predicación y la conversión, lo mismo será el Hijo de Dios para su tiempo
(cfr. Jon.3,1-10). Jesús se niega a este tipo de pretensiones, porque quiere que los
hombres acepten al hombre por fe, no apabullados por milagros aplastantes de su
libertad a creer libremente. Si los judíos pretendían que Dios se revelara de esa
forma, para inaugurar algo nuevo, nueva realidad; el cambio el cristiano ha
descubierto en Jesús de Nazaret, la presencia de Dios, no pura trascendencia, sino
caminando con Jesús hacia su Pascua, que sí transformará la realidad humana.
Queda claro que el compromiso del hombre con Dios, es llevado a su máxima
expresión. Dios Padre en su plan de salvación nos regala su mayor signo en la
persona de Jesús. Si Salomón, en toda su gloria, fue signo de Dios para los pueblos
de la tierra por su sabiduría, tanto que atrajo la atención de la reina de Saba, que
fue capaz de escuchar y reconocer la verdad en un extranjero (cfr.1Re.10,1-13, 2;
2Cro.9,1-12). La ceguera de los judíos será echada en cara por esta mujer el día
del Juicio. Pero aquí hay algo, Alguien mayor que Salomón (v. 31). Pero los judíos
también serán juzgados por los ninivitas que escucharon a Jonás y creyeron a sus
palabras. Así como la reina de Saba hizo un largo viaje, y los ninivitas hicieron
penitencia, ambos extranjeros, que reconocieron en el Dios de Israel, la sabiduría,
ambos se levantarán para juzgar al pueblo elegido. También aquí, comparado con
el tiempo de Jonás, hay algo mayor (v.32). Jesús es mucho más que todos ellos, ya
que nos trajo la verdadera y definitiva palabra de Dios para salvación de toda la
humanidad, quienes lo rechazan, se autoexcluyen de la vía, vida y verdad que los
conduce a Dios Padre. La conversión del corazón es por vía de la fe, esperanza y
caridad, puentes abiertos que llegan hasta hombre para fomentar la unión con Dios
y la intimidad divina.
N. P. San Juan de la Cruz propone el seguimiento de Cristo y lo comienza con la
determinación de convertirse, Dios cual amorosa Madre lo acoge y comienza la obra
de purificación de todo aquello que impide la verdadera unión de conocimiento y
voluntad en el amor. “Es, pues, de saber que el alma, después que
determinadamente se convierte a servir a Dios, ordinariamente la va Dios criando
en espíritu y regalando, al modo que la amorosa madre hace al niño tierno, al cual
al calor de sus pechos le calienta, y con leche sabrosa y manjar blando y dulce le
cría, y en sus brazos le trae y le regala” (1N 1,12).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD