I Semana de Cuaresma
Jueves
Lecturas bíblicas:
a.- Ester 14, 1. 3-5. 12-14: Protégeme tú, Señor, que lo sabes todo.
Como una bellísima flor literaria, en un jardín de otras preces bíblicas, hechas por
otras mujeres, aparece esta oración de la reina Ester, dirigida a Dios, en un
momento de gran aflicción. Ante un decreto de extinción del pueblo judío, Ester
eleva su oración donde queda claro que Dios no es sólo el rey de Israel sino
también el Dios omnipotente que se ha manifestado en la creación, en la historia de
la salvación a favor de su pueblo. ¿Hay alguien que se oponga a sus designios
salvíficos para Israel, su pueblo? La oración de Ester, en la que peligra su vida y la
de su pueblo, la reina busca protección en Dios. En esta plegaria Dios aparece como
el único Señor y único rey de Israel. Luego, se conjuga el hecho de estar sola en
este conflicto, y como el único Dios la puede ayudar. Esto dicho de Dios, significa
que es expresión de unidad, de infinito y de omnipotencia, sin embargo, aplicado a
la reina Ester, es expresión de abandono e impotencia. Con audacia toma una
decisión riesgosa, para salvar a su pueblo del exterminio y a su vida. Las palabra
armoniosas que pide Ester son para presentarse ante el rey Asuero y alcanzar su
fin: la salvación de su vida y la de pueblo; la ruina de Aman y sus secuaces.
Finalmente la oración de la reina de Ester es escuchada y cuando se presenta ante
el rey deslumbrante de belleza, Dios ablandó el corazón del rey salvó a Ester y a su
pueblo y el culpable Amán perece en la horca que había preparado para Mardoqueo
(Est. 7- 8). Esta oración y petición tiene una fuerte carga nacionalista, con la cual
obra la gesta de nuevamente salvar a su pueblo rehabilitándolo entre las naciones.
b.- Mt. 7, 7-12: Vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le
piden.
El evangelio nos presenta el tema de la oración constante y confiada, como la de
Ester, con las características propias del testimonio de Jesús en el NT, (vv.7-11), y
la Regla de Oro del evangelio (v.12). La idea central de este evangelio lo
encontramos al final: “Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a
vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que se
las pidan?” (v. 11). La oración no se puede reducir a sólo pedir, como podría
parecer haciendo una lectura ligera del texto, hay otros pasos, como el buscar y
llamar al corazón de Dios y al propio también, pero para adorar, alabar y agradecer
al Padre todo Es para el orante. En la oración es donde se muestra si realmente
creemos en Dios. Confesamos con ella que dependemos de ÉL y que sólo no nos
bastamos. Pedid y se os dará (v.7). Más allá de pensar en una ley, se pide y se
concede, que una cosa sigue a la otra, la única certeza que tenemos es que Dios
nos escucha. El que comprende esto, hace su oración en Dios, el que vive para Dios
y confiando en Dios. Desde esta perspectiva, si se pide a Dios es para recibir. ¿Qué
cosa pedir? El Espíritu Santo: lo dará a todos a quienes se lo pidan (cfr. Lc. 10, 13).
Es el Espíritu quien nos enseña a orar, es por medio de él que nos unimos a la
oración de Jesús al eterno Padre. Más aún, nadie dice Señor Jesús si no es por la
acción y fuerza del Espíritu Santo (cfr. 1Cor. 12, 3). Nos conduce a la verdad plena
de nuestra condición de hijos de Dios, para desde esta filiación divina, definir
nuestra relación con el Padre. Relación que crece por medio del seguimiento de
Cristo y el sano cumplimiento de su voluntad en nuestra existencia cotidiana.
¿Quién nos ama, sólo por lo que somos? Dios Padre, nos ama en su Hijo, con el
amor del Espíritu Santo. Nos ama con amor de Padre que cuida de cada uno de sus
hijos. Nos ama en su Hijo y sólo en la medida en que nos conformemos a su
imagen (cfr. Rm. 8, 29), seremos gratos y más amados por el Padre que con s
amor vive a habitar a nuestra vida de bautizados (cfr. Jn. 14, 23). Si busco a Dios
es para encontrarlo. ¿Dónde buscarlo? Donde siempre está: en la comunidad
eclesial, con su Palabra y los medios sacramentales, en la oración litúrgica y
personal. La Iglesia es el lugar, la tienda del encuentro para el cristiano, en
particular en la Eucaristía. Si llamo a la puerta es para que me abra. ¿Qué puerta
tocar? La única en la que siempre está el dueño de casa: Jesucristo es la puerta de
las ovejas (cfr. Jn. 10, 7), por la que entro en comunión con el Padre y su Santo
Espíritu, con toda la Iglesia. Si alguien entra en el reino por medio de ÉL será salvo,
es decir encontrará la vida en abundancia que ha venido a traer a todos los que
crean (cfr. Jn. 10, 10). Finalmente, la Regla de Oro de saber tratar a los demás
como queremos que nos traten a nosotros. Este conocido principio antes de Jesús,
lo propone desde el amor, lo que se debe esperar de otro discípulo, el hermano de
fe, y lo que el otro pueda esperar de mí. Nadie puede reclamar el derecho a ser
tratado así; lo mejor será comenzar por uno mismo.
San Juan de la Cruz nos aconseja en este “Dicho de luz y amor”, buena parte del
proceso que hay que seguir para llegar a la perfecta unión con Dios. El texto dice
así: “Buscad leyendo y hallaréis meditando; llamad orando y abriros han
contemplando” (D 162).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD