TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR
FIESTA
6 de agosto
Fiesta muy antigua, que ya se celebraba en Palestina en el siglo IV. Son
muchos los Padres de la Iglesia que se refieren a ella. Fue el Papa Calixto
III el que mandó en 1457 que se celebrara en la Iglesia universal.
En los Evangelios se nos relata la Transfiguración del Señor: La gloria de la
divinidad resplandeció en el rostro de Cristo y la voz del Padre acreditó a
Jesús como Hijo suyo ante los apóstoles, para que así se dispusieran a vivir
con Cristo el dolor de la pasión y llegar con Él a la gloria de la resurrección.
La Transfiguración de Cristo está situada en los Evangelios en un momento
decisivo: Jesús es reconocido por Pedro y los discípulos como Mesías de
Dios; les revela que tiene que padecer mucho, ser ejecutado y resucitar al
tercer día. Y les decía a todos: “si alguno quiere venir en pos de mi, que se
niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga” (Lc 18-23). Unos días
después, mientras Jesús oraba, sucedió la Transfiguración. Pedro, Santiago
y Juan son los tres discípulos que siempre están presentes en los momentos
trascendentales. Fueron también testigos de su agonía en el Huerto. La
Transfiguración anticipa la experiencia de la resurrección gloriosa y
sostiene a los discípulos en el camino de la cruz. Dice el prefacio de esta
fiesta: “De esta forma, ante la proximidad de la pasi￳n, fortaleci￳ la fe de
los ap￳stoles, para que sobrellevasen el escándalo de la cruz”.
Cristo, transfigurado en el monte santo, mostró a sus discípulos el
esplendor de su gloria y testimonió que la pasión es el camino hacia la
resurrección (prefacio del Domingo II de Cuaresma). El camino de Jesús y
el de todos los que creen en Él. La cruz fue para Cristo la suprema
expresión de su amor y su entrega y la consecuencia de poner el amor, la
verdad y la justicia, por encima de su propio provecho y ventaja. La
Transfiguración anticipa el acontecimiento pascual que, por el camino de la
cruz, llevará a Cristo a la plenitud de su gloria y de su dignidad filial.
El aspecto del rostro de Cristo cambi￳ “y sus vestidos brillaban de blancos”.
“Se volvieron blancos como la luz”. Esta misma luz resplandecerá en el
rostro de Cristo el día de la Resurrecci￳n. “La gloria de la Divinidad
resplandece en el rostro de Cristo”, decía el Papa Juan Pablo II explicando el
“misterio de luz por excelencia, que es la Transfiguraci￳n”.
“Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que
tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12). Dice el Papa Francisco en su encíclica
sobre la fe: “Quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del
camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado, estrella de la
ma￱ana que no conoce ocaso”.
Todos estamos llamados a transfigurarnos a imagen de Cristo, vencedor del
pecado, del mal y de la muerte. “El Evangelio de la Transfiguraci￳n del
Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo, que anticipa la
resurrecci￳n y que anuncia la divinizaci￳n del hombre” (Benedicto XVI). Son
innumerables los Padres de la Iglesia, especialmente los orientales, que
hablan de la “divinizaci￳n del hombre”. El mismo San Agustín dice en uno
de sus sermones: “Para divinizar a aquellos que son hombres, Él que era
Dios se hizo hombre”. Y San Pedro en su segunda carta dice que somos
“partícipes de la naturaleza divina” (1, 4).
Por la fe y el bautismo participamos ya de la vida de Dios, del ser filial de
Cristo: Somos hijos de Dios en el Hijo eterno de Dios (oración colecta).
Nuestra humilde condición humana es ya transformada, según el modelo de
la condición gloriosa de Cristo. La liturgia da testimonio da esta verdad de
fe: “al darnos en este sacramento el cuerpo glorioso de tu Hijo nos haces
partícipes, ya en esta vida, de los bienes eternos de tu reino” (oración
poscomunión, Domingo II de Cuaresma).
Pero la cruz es el camino hacia la resurrección, según la imagen de Cristo
transfigurado-resucitado. “Quien no lleve su cruz detrás de mi no puede ser
discípulo mío”. El seguimiento de Cristo exige una conversi￳n permanente:
morir al mal y al pecado. También una fe consecuente: una vida nueva.
Somos peregrinos de la fe como Abrahán. Éste es el verdadero Via Crucis,
el camino de la Cruz: vivir en comunión existencial con Cristo y como
Cristo. Escuchándolo siempre (Evangelio). Con amor confiado en Él, que
esto es la fe. Con paciencia, sin cansarnos de hacer el bien. Cristo es
camino, verdad y vida, causa y guía de nuestra salvación.
Hemos de coger la cruz y seguir a Cristo que va por delante también ahora.
Es nuestro contemporáneo. Nos acompaña el Crucificado-Resucitado en
persona. Cristo Jesús, el Hijo amado de Dios hecho hombre, que aceptó la
condición humana hasta las últimas consecuencias. Hasta la muerte y una
muerte de cruz. Un amor tan grande es más fuerte que el mal y que la
muerte. “Por eso Dios lo levant￳ sobre todo, y le concedi￳ el nombre sobre
todo nombre” (Flp 2, 9-10).
MARIANO ESTEBAN CARO