PIES EN LA TIERRA
Padre Javier Leoz
No hay peor cosa que la soledad. Y, las grandes empresas, los magnánimos ideales,
se llevan mejor y a buen fin, con buena compañía. Lo mismo ocurre con la cruz:
cuando su largo madero se reparte sobre cientos de hombros: resulta menos
pesado y más solidario.
Algo así debió de pensar Jesús cuando, después de la prueba del desierto, se
agarra a un puñado de amigos para salir del ruido, del llano, de la vida ordinaria y
elevarlos, no solamente a una montaña, sino también a la contemplación del
misterio que hoy celebramos: la Transfiguración.
Aquellos apóstoles, estoy seguro, no entendían “ni papas”. De repente todo se
transforma de tal manera que, por querer, hasta pretendían quedarse
indefinidamente en lo más alto de la cumbre. Cuando uno sale de sus obligaciones,
del ajetreo de cada día para encontrarse con Dios, llega a pensar que, es en ese
lugar, donde mejor se está y donde merecería la pena vivir para siempre. Luego,
por supuesto con los pies en la tierra, y la conciencia de que nuestra fe no sólo es
espiritualidad, nos harán caminar y optar también por la senda del compromiso.
Jesús, no nos quiere volando ni perdidos entre nubes, sino embarrados y
entretejidos con las cuestiones que preocupan al hombre de hoy. Eso que el Papa
Francisco reclama por activa y por pasiva: hay que salir a las periferias. ¡Cuánto
cuesta el hacerlo!
El Monte Tabor es el escenario de una experiencia que marcaría el rumbo de las
vidas de Pedro, Santiago y Juan. Aquel “qué bien se está aquí” que el espontáneo
Pedro exclamó con fuerza, emoción y con paz, es idéntico al que nosotros, con una
eucaristía bien celebrada y atendida, una oración pausada o contemplativa o con
cualquier otro acto de piedad podemos expresar.
Nos cuesta sacudirnos esa gran telaraña que nos cubre de palabras, ruidos,
millones de imágenes o falsas promesas. El alma contemplativa, que tanto bien nos
puede hacer para poner las cosas en su sitio y a Dios en el centro de todo, nunca
ha estado tan amenazada –por lo menos en Europa- como en el presente. ¡Cuesta
desprenderse de una sociedad que todo lo mediatiza, todo lo controla y todo lo
pretende! Hay que distanciarse, no huir, de ese maremagno de situaciones que nos
producen frialdad, engreimiento o falta de reflexión. Y también, por qué no
señalarlo, de esa sociedad absoluta que, a duras penas, nos deja un poco de
espacio para pensar y actuar por nosotros mismos.
Tabor, en este segundo domingo de la Santa Cuaresma, es el compromiso de
acompañar a un Jesús que se ofrece como camino, recorrido con cruz, para que el
hombre no olvide ni su dignidad ni su ser hijo de Dios. No nos podemos quedar
cómodamente sentados en la felicidad de nuestros sueños; en una fe personal y
privada. ¡Qué más quisieran algunos! Uno, cuando escucha la Palabra, con la
misma confianza y credulidad que lo hicieron Abraham, Pablo, Pedro, Santiago o
Juan, a la fuerza ha de ponerse inmediatamente en movimiento. Nuestra presencia
en esta Eucaristía nos debe de llevar a soltar un “qué bien se está aquí” pero
también nos ha de llevar a un convencimiento: el mundo nos espera fuera; en el
mundo es donde hemos de dar muestras de lo que aquí, en este “monte tabor que
es la Eucaristía”, hemos vivido, visualizado, escuchado y compartido. ¿Seremos
capaces? ¿O nos conformaremos con este puntual “tabor” que es la misa dominical?
¡QUE SALGA, SEÑOR!
De la cobardía que apaga tu voz
De la espiritualidad, débil y cómoda,
que me hace olvidar lo que ocurre a mí alrededor
¡QUE SALGA, SEÑOR!
Del llano que me agarra y no me deja verte
De la tierra que me seduce y me conduce
De los problemas que no me dejan
descubrir la gran lección de tu cruz
¡QUE SALGA, SEÑOR!
Pues, cuando me encierro en mí mismo,
veo que algo no funciona en mí.
Que me falta aire para respirar
Que los horizontes desaparecen de mi vista
Que, la ilusión y la fe, disminuyen por momentos
¡QUE SALGA, SEÑOR!
Pero, para ello, como a Pedro, Santiago y Juan
llévame contigo:
para que disfrute de tu presencia
para que escuche tu Palabra
para que sepa lo que me espera,
por el hecho de ser tu amigo y compañero
¡QUE SALGA, SEÑOR!
Que no me quede bajo las bóvedas
de un mundo fácil que todo lo contamina
que todo lo desvirtúa
que todo lo confunde
que todo lo frivoliza
¡QUE SALGA, SEÑOR!
Que no me pierda, ni un solo Domingo,
este momento de paz y de gracia
de amor y de Palabra
de presencia y de perdón
que es la Eucaristía.
¡QUE SALGA, SEÑOR!