DOMINGO I DE CUARESMA (A)
Homilía del P. Ignasi M. Fossas, Prior de Montserrat
9 de marzo de 2014
Gén 2, 7-9; 3, 1 -7a; Sal 50; Rom 5, 12-19; Mt 4, 1-11
Queridos hermanos y hermanas:
Las lecturas de este primer domingo de Cuaresma forman como un tríptico solemne y
majestuoso, que despliega ante nosotros el misterio de la salvación que nos viene por
Jesucristo. Un tríptico que expone el misterio del ser humano caído, con su
inmensidad y su mezquindad, al tiempo que el misterio del ser humano redimido en
Cristo, con su victoria sobre el maligno, una victoria que, en última instancia, se juega
en la cruz.
En el centro del tríptico está el Evangelio de las tentaciones de Jesús, que es también
el Evangelio de Pascua, de la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. A un lado
(a vuestra izquierda) la narración del Génesis de la creación de Adán y el primer
pecado, y al otro lado la presentación de Jesucristo como nuevo Adán, tal como
hemos oído en la segunda lectura, de la carta de san Pablo a los Romanos. De alguna
manera, la liturgia nos hace sentir, al comenzar el camino cuaresmal, la proclamación
del conjunto de la historia de la salvación, desde la creación del hombre hasta su
redención. Cada domingo es Pascua, y hoy también nos ha sido proclamada la victoria
de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte, a través de este episodio grandioso y
dramático de las tentaciones en el desierto, un episodio que encontrará en Getsemaní
y en la cruz su plena verificación.
Vamos recorriendo cada una de las tres partes del tríptico. Empezamos por la creación
de Adán y el primer pecado. El hombre es creado a imagen y semejanza de Dios, lleva
el aliento de vida de Dios que lo convierte en un ser animado. Y comienza la
confrontación con el maligno, con el tentador. En este primer episodio el hombre y la
mujer sucumben a la astucia del diablo y de alguna manera infligen en el corazón de
su descendencia, de cada uno de nosotros, una herida que nos hace vulnerables al
pecado, una herida que nos inclina al mal uso de la libertad que acaba haciéndonos
errar el objetivo de nuestros anhelos más profundos. Adán era figura del que había de
venir.
Llegamos al centro del tríptico: Cristo, en el desierto, llega al fondo de la condición
humana enfrentándose, Él también, al maligno, al tentador. La escena es dramática. El
entorno donde se desarrolla es el desierto: el lugar de la alianza de Dios con su pueblo
y el lugar de las sucesivas infidelidades de este pueblo; el lugar opuesto al paraíso, al
jardín original, al tiempo que es el lugar del enamoramiento y de la ternura esponsal de
Dios. Los dos personajes solos, Jesús y el diablo, cara a cara, que ofrecen los dos
caminos para la humanidad: el proyecto del hombre según la Sabiduría divina y el
contraproyecto del hombre según la ciencia del maligno. Transformar las piedras en
panes es querer resolver el problema económico suprimiendo el esfuerzo ascético de
la creación, el trabajo con el sudor de la frente, por una especie de juego de manos
parecido a la alquimia. Tirarse abajo del alero del templo quiere ser una respuesta al
problema del conocimiento; significa sustituir a Dios por el poder de la magia y de las
ciencias ocultas, apropiarse del misterio y pretender un conocimiento sin límites.
Finalmente, adorar a Satanás significa resolver el problema político con la imposición
de una única autoridad unificadora, reunir todas las naciones a través del poder de la
única espada, ceder al sincretismo que pretende sustituir al Dios que se ha
autorrevelado (cf. Paul Evdokimov, El monaquismo interiorizado ). En el fondo
encontramos la misma pretensión que la serpiente propone a Adán: ser como Dios. La
novedad, respecto al relato de la creación, es que aquí el nuevo Adán, Cristo, sale
vencedor del combate; no cae en las trampas del maligno salvando al mismo tiempo la
absoluta trascendencia de Dios y la grandeza del ser humano.
Y llegamos así a la tercera parte del tríptico. San Pablo nos ofrece la síntesis de las
otras dos. Así, por el delito de un solo hombre (el primer Adán) comenzó el reinado de
la muerte, por culpa de uno solo. Cuanto más ahora, por un solo hombre, Jesucristo
(el nuevo Adán), vivirán y reinarán todos los que han recibido un derroche de gracia y
el don de la justificación . Esta es la buena noticia que nos ha sido comunicada y que
estamos llamados a compartir con nuestros contemporáneos. En Jesús de Nazaret, el
Mesías, la humanidad llega a su perfección; Él es el Hijo de Dios que se ha hecho en
todo igual que nosotros, que comparte hasta el fondo nuestra humanidad, incluido el
combate con el tentador, pero sin sucumbir, al contrario, saliendo vencedor y
extirpando de raíz al maligno su poder sobre los hombres .
Un tríptico maravilloso y sorprendente, grandioso y cautivador, que no se nos ofrece
sólo para contemplarlo embelesados o llenos de curiosidad, sino que en estos textos
de la Escritura, cuando son proclamados en la liturgia, es Dios mismo quien nos habla.
Proclamando el Evangelio de las tentaciones, anticipamos la alegría del sepulcro vacío
de la noche de Pascua, reconocemos en Cristo al único Señor y Salvador y pedimos el
don de su Espíritu para poder participar ya desde ahora de su humanidad nueva, de
su victoria sobre el maligno, de su palabra de consuelo y de esperanza para todos.
Amén.