EL SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA A
(Génesis 12:1-4; II Timoteo 1:8-10; Mateo 17:1-9)
“El arroyo de la sierra, me complace más que el mar” escribe el poeta José Martí.
De hecho, muchos prefieren las montañas sobre las playas. Pues, en las alturas el
aire limpio les ayuda el ver claramente y el ambiente callado les facilita el pensar
profundamente. Tal vez sea para aprovecharse de estos beneficios que Jesús
revela su gloria en la montaña en el evangelio hoy.
Como siempre, hay que entender el contexto del pasaje para apreciar su contenido.
Hace seis días Jesús sacudió a sus discípulos de cabeza a pie. Después de que
Pedro lo reconoció como el Mesías tan esperado, les dijo que iba a sufrir la entrega
al sufrimiento y la muerte. Cuando los discípulos rebelaron contra la predicción,
Jesús añadió que para seguirlo ellos también habrían sacrificarse. Pero su mensaje
no era totalmente de sombrío. Mencionó la resurrección al tercer día aunque a los
discípulos esta nota fue tan enigmática como si fuera dicha en chino. Ya Jesús
quiere dar a Pedro, Santiago, y Juan una vislumbre de lo que significa la
resurrección de la muerte.
Antes de que pasemos a la escena encima de la montaña, tenemos que preguntar
por qué los discípulos reaccionaron tanto contra el sufrimiento y la muerte.
Ciertamente tiene que ver con el Mesías, el hijo del gran rey David, aguantando la
humillación de la derrota. Pero ¿qué significa el sufrir y el morir, y por qué toda
persona los resiste? El sufrimiento resulta cuando el cuerpo no está en conforme
con el alma. Es una desarmonía que la persona siente como dolor. La muerte
representa la separación completa de los dos de modo que la persona no más
pueda existir en el mundo. Nosotros luchamos contra la muerte porque la vida
tiene un propósito más grande que descomponerse, y tanto el sufrimiento como la
muerte nos impiden alcanzarlo.
¿Qué es el propósito de la vida? Si preguntamos al joven miembro de una
asociación estudiantil, posiblemente nos diga beber hasta emborracharse y cazar a
las muchachas hasta conquistar a todas. Si consultamos a un político, a lo mejor
nos diga ganar todo el poder y el prestigio posible. Si examinamos la Biblia, vamos
a ser dirigidos a los primeros cinco libros supuestamente escritos por Moisés, a las
obras de los profetas bien representados por Elías, y, por supuesto, los evangelios
que cuentan de Jesús. Estos recursos son unánimes en su respuesta a nuestro
interrogante: el propósito de la vida es amar a Dios sobre todo, que incluye la
solicitud por los pobres, hasta le muerte si es necesario. En el evangelio Jesús
conversa con Moisés y Elías para dar testimonio a este fin.
De repente la nube cubre a todos como pasó en la montaña donde Dios habló con
Moisés. De la nube se oye la voz del mismo Dios mandando a los discípulos que
escuchen a Su hijo. Los discípulos cayeron al suelo en temor; pues están en la
presencia divina. Tal vez hoy día nos cobardearemos aún más por las implicaciones
del mensaje de Jesús a quien deberíamos escuchar. Nos dudamos que podamos
dejar los propósitos de la vida que hemos hecho por nosotros mismos para tomar
aquel de Jesús. Pero es posible con la gracia de Cristo cómo pasó a una mujer
internada llamada Raquel. Un día el capellán de un hospital oyó el grito de Raquel
que estaba muriendo del cáncer. El capellán siguió la voz a la salita donde la
mujer. Entró, se arrodilló ante la cama de Raquel tomando su mano, y empezó a
rezar. Cuando ella gritó, “O Dios”, él respondió, “O Dios, ayúdala”. Estuvo con ella
así por mucho tiempo. A un punto los gritos de Raquel cambiaron de “¿Por qué,
Dios mío, por qué?” a “Lo ofrezco, Dios, lo ofrezco”. En los últimos momentos de
su vida, la desesperación se convirtió en la esperanza. Su propósito cambió de
evitar el dolor a todo costo a sacrificarlo por el bien de los demás. Nuestra
esperanza por este tiempo cuaresmal es que Dios viendo nuestros sacrificios nos
cambie a nosotros así.
En los climas norteños se nota este tiempo cuaresmal por los cambios en la
naturaleza. Los árboles brotan sus hojas y las plantas echan sus flores. El campo
se convierte del gris al verde. Parece que todo va de ser encerrado en sí mismo a
mostrar la gloria de Dios. Es el tipo de conversión que esperamos por nosotros. Al
final de nuestro viaje cuaresmal queremos ser conocidos por un propósito nuevo de
la vida. Queremos vivir menos por nosotros mismos y más por Dios y por los
pobres. Queremos vivir más por Dios.
Padre Carmelo Mele, O.P.