II Semana de Cuaresma
Viernes
Lecturas bíblicas:
a.- Gn. 37, 3-4. 12-13.17-28: José vendido por sus hermanos.
La primera lectura, nos presenta el final de la historia de los patriarcas con la
historia de los hijos de Jacob, hermanos de José, el que predomina, lo que da lugar
a que se hable de él (cfr. Gén. 35,28; 37,2; 34; 35, 21; 38; 49). Es José, el hijo
preferido de Jacob, además de ser el menor, era el hijo de Raquel, su esposa
preferida. Dios pareciera que no habla directamente a los hombres, no se
manifestara sino por sueños, en la capacidad de interpretarlos y acciones directas
(cfr. Gn.45,5.7; 50,20). El odio y la decisión de matar a José, nace de sus
hermanos mayores; la causa eran sus sueños que ofendían a sus hermanos y por
ello deciden matarle, en el campo, donde están sus rebaños (Gén.37,6-11). A la
idea de matarlo, (vv.18-20), sigue la de venderlo como esclavo a unos ismaelitas
que iban a Egipto (v.28). José, es prototipo de Jesucristo, vendido por veinte
monedas de plata. Rubén decide salvarle la vida. La preferencia de Dios por los
pequeños se refleja en esta historia de Jesé (Abel sobre Caín, Jacob sobre Esaú),
así como la preferencia de su padre por ser el hijo de su esposa preferida Raquel:
provocan las iras de sus hermanos. Sus sueños le dan una cierta superioridad sobre
el resto de la familia, y lo hace notar con el relato de las espigas, que se doblan
ante él, como el sol y la luna, todos signos del futuro que le esperan en Egipto (cfr.
Gn. 37,7ss). José, encarna la promesa de la tierra que un día poseerá ese pueblo
que se está formando, pero que las acciones de los hombres parecen retardar. Sus
sueños presagian el cumplimiento de la promesa hecha a Abraham en términos de
dominio, tierra fértil. El plan fratricida que no se realiza a diferencia de las
intenciones de Caín, pero la sangre de Abel aquí no alcanza a clamar desde la
tierra; la conciencia de Rubén o Judá rechaza el crimen, venderlo como esclavo, sin
derramar sangre da a José la posibilidad de vivir y de revindicar sus derechos.
b.- Mt. 21, 33-43. 45-46: Parábola de los viñadores homicidas.
El evangelio, nos presenta la alegoría de los viñadores homicidas donde queda claro
dos temas: Dios pide cuentas a la dirigencia judía de su actuación y el anuncio la
sustitución del pueblo de la antigua alianza por un nuevo pueblo de la alianza. El
tema de la viña, es una imagen recurrente en la Biblia. El profeta Isaías había
comparado a Israel con una viña a la que Dios dedica sus mejores cuidados con la
esperanza de recoger buenos frutos (cfr. Is.5,2-7). Ambos textos conservan lo
esencial: Israel es la viña, no ha habido buenos frutos y llega la hora del juicio.
Pero si ahí hay amenaza de destrucción de parte de Yahvé, aquí la viña es el nuevo
pueblo de Israel, el reino de Dios (v.41). La alegoría fue dirigida al pueblo, incluido
el poder sacerdotal del templo de Jerusalén. El dueño de la viña confía la
producción a unos labradores, con la promesa de volver por los frutos, una vez que
regrese de su viaje. Llegado el tiempo, envío a sus criados, los que fueron
apaleados, apedreados y asesinados por los labradores; finalmente, envía a su
hijo, pero corre la misma suerte de los otros criados, sólo que le dieron muerte
fuera de la viña. Los administradores son claramente la clase religiosa dirigente de
Jerusalén, que no trabajan por la viña, sino para ellos mismos; su vida consistía en
crear mandar y crear normas a las cuales todo el pueblo debía obedecer, hasta el
mismo Dios. No podían soportar que nadie, incluidos los profetas, vinieran a
cuestionar su estilo de vida, y mucho menos, un predicador de Nazaret, un galileo,
que amenaza con destruir el templo y sustituirlo por él mismo (cfr. Jn. 2, 19-22;
Jr.7,24-26; Mt. 23,34-36). Por ser Jesús una amenaza para su seguridad y el tipo
de vida que llevan, deciden eliminarlo. La parábola, quiere reflejar la vida de quien
siendo religioso, está alejado de Dios y construye su destino, lejos de su prójimo y
sobre todo de ÉL. Dios Padre, es el Duelo de la viña, Israel es la viña, el hijo es
Jesús, muerto fuera de las murallas de Jerusalén, piedra desechada, ahora
convertida en piedra angular (cfr. Sal. 118, 22-24); los siervos, son los profetas,
los labradores, los judíos infieles; el otro pueblo al que se confiará la viña, son los
gentiles y judíos creyentes (v.43). El nuevo Israel, nacido de la Pascua de Jesús
Resucitado, es el nuevo administrador de la viña. Pueblo que es fundado en la
sangre de la nueva alianza hecha por Jesús en su Pasión. El Hijo fue desechado
fuera de la ciudad, pero enaltecido en su resurrección (cfr. Hch.4,11; 1 Pe.2,7).
Los cristianos que forman parte de la nueva viña del Señor, la Iglesia, comienzo del
reino, son aquellos que responsablemente cuidan de producir buenos frutos en el
tiempo oportuno, el Israel de Dios (cfr. Gál. 5,22; 6,16). No defraudemos las
esperanzas de Dios Padre, que sigue siendo el Dueño de la viña y de los frutos; no
descuidemos nuestra participación en ella.
San Juan de la Cruz, con un leguaje simbólico, contempla esta viña en el alma del
cristiano. Ahí es donde Jesús se recrea, por la fragancia de las virtudes, donde pace
el Cordero, que borra el pecado pecador que lo ama: “La viña que aquí dice, es el
plantel que está en esta santa alma de todas las virtudes, las cuales le dan a ella
vino de dulce sabor. Esta viña del alma es tan florida cuando según la voluntad está
unida con el Esposo, y en el mismo Esposo está deleitándose según todas estas
virtudes juntas” (CB 16,4).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD