II Semana de Cuaresma
Sabado
Lecturas bíblicas:
a.- Miq. 7,14-15.18-20: Dios perdona el pecado.
La primera lectura, es un Salmo convertido en oración, un llamado al perdón de
Dios. El profeta, quiere que se cumplan las promesas hechas antaño a su pueblo,
su heredad que vuelve del exilio. El Mesías, identificado como pastor de Israel,
puesto que será ÉL, quien guíe a su pueblo con su báculo, como hizo Yahvé en el
pasado (cfr. Ez.34,1; Sal,95,7; 23,1.2.4). Ahora este pastoreo del profeta, no es
sólo una oración por ese momento histórico, sino toda una profecía mesiánica,
nacida de este pueblo que regresa del exilio con una oración humilde, para hacerse
una existencia, y una historia en su patria. Como su heredad, Yahvé los debe
cuidar, quieren un territorio, por lo mismo, se necesita una intervención directa de
Dios. ¿No lo había hecho en Egipto sacándolos de la esclavitud? ¿No es este un
nuevo éxodo, que exige grandes prodigios? Le recuerda a Dios, que sólo ÉL, quita
el pecado por la fidelidad de Abraham, Isaac y Jacob y todos los patriarcas, etc.,
no por sus méritos, sino sólo por su misericordia (cfr.1Sam.38, 17; Lc.1,73; Gn.
22,16-18; 28,13-15). La lectura que hace del pecado, como la principal razón que
separa Dios de su pueblo, por eso expresa que Yahvé tomará las ofensas y las
lanzará al fondo del mar. Todo esto para crear una nación santa, donde la relación
de Dios y el hombre de fe, sea una amistad fecunda, no se vea rota por el mal.
Cristo Jesús cumple con su misterio pascual esta profecía, porque en la cruz
destruye la muerte, el mal y el pecado, estableciendo la vida nueva para los
redimidos.
b.- Lc. 15, 1-3.11-32: Parábola del hijo pródigo.
El evangelio nos presenta la parábola del hijo pródigo. Lucas siempre comunica
nuevas luces sobre nuestra condición de hijos de Dios. La actitud del padre, es lo
medular de la parábola, representa la fuerza del perdón de Dios para con el
extravío de sus hijos. Las actitudes de los hijos representan otros tantos modos de
vivir de cara a Dios: el hijo mayor representa a los justos, al Israel, que se ofende
de ver como el Padre acoja a los pecadores y les ofrece un banquete. Los fariseos
y escribas, se consideraban dueños de casa, por lo mismo, organizan la vida de
ellos, y la de los demás, decidiendo qué es el bien y el mal, para Israel. La actitud
del Padre, es diversa de lo que ellos han dispuesto, por lo que se siente ofendidos y
contrarios al Mesías. En cambio, la actitud del hijo menor representa a quien toma
la vida para disfrutarla con los bienes heredados, pecando contra Dios, lejos de la
salvación. El padre lo ha dejado marchar, sin oponerse, considerándolo adulto.
Cuando regresa no le reprocha, ni le pregunta el motivo de volver, simplemente lo
acoge con amor, manda que lo vistan con traje nuevo y limpio, le abre las puertas
de su hogar, y hace fiesta por su regreso (cfr. Is.55,7; 49, 14-16; Jr. 3,12s; 31,
20; Za. 3,4). Esta es la imagen de Dios que acoge a todos los pecadores de la
tierra, cuando vuelven a casa del Padre, de la cual no debían jamás alejarse. La
Iglesia, principio del Reino, es hoy la casa del Padre y del Hijo que con Amor nos
acoge, nos viste con la dignidad de hijos que habíamos perdido y nos prepara la
fiesta de la Eucaristía (cfr. Jn.17,10; 1,14). Esta parábola, como otras, nos
presenta a Dios, como un Padre que busca lo que se considera perdido, que
perdona, y crea algo nuevo, es decir, Dios Padre ofrece a todos la gracia de su
perdón y vida nueva. Su gloria resplandece en la vida de quien se ha extraviado, y
está en peligro de perderse para siempre. Jesucristo, es la encarnación de un
perdón creador, un amor crucificado y redentor, en medio de los hombres
pecadores. El rechazo de Dios no viene siempre de los indiferentes, sino sobre todo,
de aquellos que se creen religiosos, idolatran lo divino, pero que a costa de la
religión, defienden sus intereses o un estilo de vida, muy lejano del Dios que nos
predicó Jesús de Nazaret.
Juan de la Cruz, enseña que la dureza del alma, su embrutecimiento, es a causa del
pecado, y vivir lejos del suave amor de Dios, que como noticia amorosa llega a la
vida del quiere recibirlo, hasta convertir su espíritu en morada para el encuentro
con Dios Trinidad. De un estado a otro, hay tiempo para la oración, atravesar el
desierto o padecer la noche de la purificación, y finalmente, llegar a la luz de
encuentro definitivo; la salud del alma, es el amor divino, enseña Juan de la Cruz
(cfr. CB 11,11). Por eso exhorta: “Si tú en tu amor, ¡oh buen Jesús!, no suavizas el
alma, siempre perseverará en su natural dureza” (D 35).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD