II Domingo de Cuaresma, Ciclo A
La Transfiguración de Jesús nos prepara para la Cruz y la Gloria
En aquel tiempo, Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y a
su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se
transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol
y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. En esto, se les
aparecieron Moisés y Elías que conversaban con Él. Tomando Pedro
la palabra, dijo a Jesús: «Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres,
haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para
Elías».
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los
cubrió con su sombra y de la nube salía una voz que decía: «Éste es
mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle». Al oír esto los
discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. Mas Jesús,
acercándose a ellos, los tocó y dijo: «Levantaos, no tengáis miedo».
Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo. Y
cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No contéis a nadie la
visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los
muertos»” (Mt 17,1-9) .
1. Dios Padre presenta a los hombres a Jesucristo, su Hijo, el
amado, su predilecto, para que le escuchen y le sigan, y sean así
partícipes de su gloria . Así, cada persona puede oír esa voz de Dios, y
José María Pemán expresa así la grandeza de nuestra vocación: “Yo no soy
flor nacida para todos los vientos / ni camino perdido para todos los pasos.
/ Yo no soy pluma suelta de destinos y acasos / arrojada a los aires cual
despojo maldito. / Yo he nacido a la sombra de un mandato infinito, / de un
misterio fecundo, / donde en letras de estrellas mi sendero está escrito. /
Yo he venido a la vida con un nombre bendito. / Yo no soy hospiciano de las
patrias del mundo”.
El prefacio nos muestra la transfiguración del Señor vinculada al nexo
pasión-resurrección: la revelación de la gloria de Jesús es clave de
comprensión de su muerte; nos muestra también el carácter pascual del
misterio de la salvación. El tema está preparado con la lectura de estos
días, cuando vemos a los profetas que en su fracaso se realiza su eficacia:
el grano de trigo ha de morir para tener fruto, como Jesús: la "kénosis:
"...actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso
a la muerte, y una muerte de cruz" (Flp 2, 7-8). En el escarnio de la cruz,
muestra su realeza. También se ve el relato de hoy anunciado en las
tentaciones del desierto: "Si eres Hijo de Dios..." se decía entonces. A esta
insidia da respuesta la transfiguración: Sí, "¡éste es mi Hijo!". Es el anuncio
de la respuesta que será la resurrección (Pere Tena).
a) Mateo y Marcos dicen: « Seis días después tomó Jesús consigo
a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan » (Mt 17, 1; Mc 9, 2). Lucas
escribe: « Unos ocho días después » (Lc 9, 28). En una conexión espacial
vemos que la divinidad de Jesús va unida a la cruz. Juan señala que la cruz
es la «exaltación» de Jesús y que su exaltación no tiene lugar más que en la
cruz (Ratzinger-Benedicto XVI, a quien seguimos a partir de ahora). Hay
dos grandes fiestas judías en otoño: primero el Yom Hakkippurim, la gran
fiesta de la expiación; seis días más tarde, la fiesta de las Tiendas (Sukkoí),
que dura una semana. La confesión que Pedro hizo del Señor pudo tener
lugar en el gran día de la expiación y que, desde el punto de vista teológico,
se la debería interpretar en el trasfondo de esta fiesta, única ocasión del
año en la que el sumo sacerdote pronuncia solemnemente el nombre de
YHWH en el sancta sanctórum del templo. La confesión de Pedro de Jesús
como Hijo del Dios vivo tendría en este contexto una dimensión más
profunda. “Los seis o cerca de ocho días harían referencia entonces a la
semana de la fiesta de las Tiendas; por tanto, la transfiguración de Jesús
habría tenido lugar el último día de esta fiesta, que al mismo tiempo era su
punto culminante y su síntesis interna”.
Las fiestas judías tienen tres dimensiones: “proceden de
celebraciones de la religión natural, es decir, hablan del Creador y de la
creación; luego se convierten en conmemoraciones de la acción de Dios en
la historia y finalmente, basándose en esto, en fiestas de la esperanza que
salen al encuentro del Señor que viene, en el cual la acción salvadora de
Dios en la historia alcanza su plenitud, y se llega a la vez a la reconciliación
de toda la creación”. Estas tres dimensiones de las fiestas profundizan más
y adquieren un carácter nuevo mediante su realización en la vida y la
pasión de Jesús.
Leyendo a Juan Evangelista vemos que “los grandes acontecimientos
de la vida de Jesús guardan una relación intrínseca con el calendario de
fiestas judías; son, por así decirlo, acontecimientos litúrgicos en los que la
liturgia, con su conmemoración y su esperanza, se hace realidad, se hace
vida que a su vez lleva a la liturgia y que, desde ella, quisiera volver a
convertirse en vida”, y así vemos la fiesta de las tiendas como trasfondo de
las tiendas que quiere montar Pedro en la transfiguración.
El trasfondo es también la subida de Moisés al monte Sinaí, clave
esencial para la interpretación del acontecimiento de la transfiguración. En
él se dice: « La nube lo cubría y la gloria del Señor descansaba sobre
el monte Sinaí y la nube lo cubrió durante seis días. Al séptimo día
llamó a Moisés desde la nube » (Ex 24, 16). Tanto Moisés como los
Profetas hablan todos de Jesús.
b) En el relato de la transfiguración, “se dice que Jesús tomó consigo
a Pedro, a Santiago y a Juan, y los llevó a un monte alto, a solas (cf. Mc
9,2). Volveremos a encontrar a los tres juntos en el monte de los Olivos (cf.
Mc 14, 33), en la extrema angustia de Jesús, como imagen que contrasta
con la de la transfiguración, aunque ambas están inseparablemente
relacionadas entre sí. No podemos dejar de ver la relación con Éxodo 24,
donde Moisés lleva consigo en su ascensión a Aarón, Nadab y Abihú,
además de los setenta ancianos de Israel.
De nuevo nos encontramos —como en el Sermón de la Montaña y en
las noches que Jesús pasaba en oración— con el monte como lugar de
máxima cercanía de Dios; de nuevo tenemos que pensar en los diversos
montes de la vida de Jesús como en un todo único: el monte de la
tentación, el monte de su gran predicación, el monte de la oración, el monte
de la transfiguración, el monte de la angustia, el monte de la cruz y, por
último, el monte de la ascensión, en el que el Señor —en contraposición a la
oferta de dominio sobre el mundo en virtud del poder del demonio— dice:
«Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28, 18). Pero
resaltan en el fondo también el Sinaí, el Horeb, el Moria, los montes de la
revelación del Antiguo Testamento, que son todos ellos al mismo tiempo
montes de la pasión y montes de la revelación y, a su vez, señalan al monte
del templo, en el que la revelación se hace liturgia”.
El monte es un símbolo: lugar de la subida, no sólo externa, sino
sobre todo interior; es también “liberación del peso de la vida cotidiana,
como un respirar en el aire puro de la creación; el monte que permite
contemplar la inmensidad de la creación y su belleza; el monte que me da
altura interior y me hace intuir al Creador. La historia añade a estas
consideraciones la experiencia del Dios que habla y la experiencia de la
pasión, que culmina con el sacrificio de Isaac, con el sacrificio del cordero,
prefiguración del Cordero definitivo sacrificado en el monte Calvario. Moisés
y Elías recibieron en el monte la revelación de Dios; ahora están en coloquio
con Aquel que es la revelación de Dios en persona”.
« Y se transfiguró delante de ellos », dice simplemente Marcos, y
añade, con un poco de torpeza y casi balbuciendo ante el misterio: « Sus
vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede
dejarlos ningún batanero del mundo » (9, 2s). Mateo utiliza ya palabras
de mayor aplomo: « Su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos
se volvieron blancos como la luz » (17, 2). Lucas es el único que había
mencionado antes el motivo de la subida: subió « a lo alto de una
montaña, para orar »; y, a partir de ahí, explica el acontecimiento del que
son testigos los tres discípulos: « Mientras oraba, el aspecto de su
rostro cambió, sus vestidos brillaban de blanco » (9, 29). La
transfiguración es un acontecimiento de oración… Se puede ver tanto la
referencia a la figura de Moisés como su diferencia: « Cuando Moisés bajó
del monte Sinaí... no sabía que tenía radiante la piel de la cara, de
haber hablado con el Señor » (Ex 34, 29). Pero su luz viene de Dios, de
haber hablado con Él, y le hace resplandecer. “Por el contrario, Jesús
resplandece desde el interior, no sólo recibe la luz, sino que Él mismo es
Luz de Luz”.
Las vestiduras de Jesús también hablan de nosotros: las vestiduras
de los elegidos son blancas porque han sido lavadas en la sangre del
Cordero (cf. Ap 7, 14). Es decir, porque a través del bautismo se unieron a
la pasión de Jesús y su pasión es la purificación que nos devuelve la
vestidura original que habíamos perdido por el pecado (cf. Lc 15, 22). A
través del bautismo nos revestimos de luz con Jesús y nos convertimos
nosotros mismos en luz.
Sólo Lucas nos cuenta de qué habló Jesús con Moisés y Elías:
« Aparecieron con gloria; hablaban de su muerte, que iba a
consumar en Jerusalén » (9, 31). El éxodo de Jesús que debía cumplirse
en Jerusalén. “La cruz de Jesús es éxodo, un salir de esta vida, un atravesar
el «mar Rojo» de la pasión y un llegar a su gloria, en la cual, no obstante,
quedan siempre impresos los estigmas”. Es lo que explicó Jesús a los de
Emaús: cómo hablaban de su pasión los profetas.
“Con ello aparece claro que el tema fundamental de la Ley y los
Profetas es la «esperanza de Israel», el éxodo que libera definitivamente;
que, además, el contenido de esta esperanza es el Hijo del hombre que
sufre y el siervo de Dios que, padeciendo, abre la puerta a la novedad y a la
libertad. Moisés y Elías se convierten ellos mismos en figuras y testimonios
de la pasión. Con el Transfigurado hablan de lo que han dicho en la tierra,
de la pasión de Jesús; pero mientras hablan de ello con el Transfigurado
aparece evidente que esta pasión trae la salvación; que está impregnada de
la gloria de Dios, que la pasión se transforma en luz, en libertad y alegría.
En este punto hemos de anticipar la conversación que los tres
discípulos mantienen con Jesús mientras bajan del «monte alto». Jesús
habla con ellos de su futura resurrección de entre los muertos, lo que
presupone obviamente pasar primero por la cruz. Los discípulos, en cambio,
le preguntan por el regreso de Elías anunciado por los escribas. Jesús les
dice al respecto: « Elías vendrá primero y lo restablecerá todo. Ahora,
¿por qué está escrito que el Hijo del hombre tiene que padecer
mucho y ser despreciado? Os digo que Elías ya ha venido y han
hecho con él lo que han querido, como estaba escrito de él » (Mc 9, 9-
13). Jesús confirma así, por una parte, la esperanza en la venida de Elías,
pero al mismo tiempo corrige y completa la imagen que se habían hecho de
todo ello. Identifica al Elías que esperan con Juan el Bautista, aun sin
decirlo: en la actividad del Bautista ha tenido lugar la venida de Elías”.
Juan, siguiendo a Jesús, está bajo el signo de la pasión. Y, en efecto: « Han
hecho con él lo que han querido, como estaba escrito de él » (Mc 9,
13). Hemos de ir profundizando en la Palabra: “Siempre tenemos que dejar
que el Señor nos introduzca de nuevo en su conversación con Moisés y
Elías; tenemos que aprender continuamente a comprender la Escritura de
nuevo a partir de Él, el Resucitado”.
c) Los tres discípulos están impresionados por la grandiosidad de la
aparición. El «temor de Dios» se apodera de ellos, como en otros momentos
en los que sienten la proximidad de Dios en Jesús, perciben su propia
miseria y quedan casi paralizados por el miedo. « Estaban asustados »,
dice Marcos (9, 6). Y entonces toma Pedro la palabra, aunque en su
aturdimiento «... no sabía lo que decía » (9, 6): « Maestro. ¡Qué bien se
está aquí! Vamos a hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés
y otra para Elías » (9, 5). Palabras pronunciadas en éxtasis, en el temor,
pero también en la alegría por la proximidad de Dios. Moisés montó «fuera
del campamento» la tienda del encuentro, sobre la que descendió después
la columna de nube. Allí el Señor y Moisés hablaron «cara a cara, como
habla un hombre con su amigo» (33, 11). “Por tanto, Pedro querría aquí dar
un carácter estable al evento de la aparición levantando también tiendas del
encuentro; el detalle de la nube que cubrió a los discípulos podría
confirmarlo”. Pero es mucha más directa la relación con la fiesta de las
Tiendas: pueden confluir en un texto del Evangelio varias fuentes
proféticas: “tanto la exégesis judía como la paleocristiana conocen una
encrucijada en la que confluyen diversas referencias a la revelación,
complementándose unas a otras”: Creación, historia y esperanza se unen
entre sí. Fiesta de petición de agua para la tierra árida, recuerdo de la
marcha de Israel por el desierto, donde los judíos vivían en tiendas con la
protección divina en el desierto, y una prefiguración de donde los justos
vivirían al llegar el mundo futuro (por tanto tenían un significado
escatológico). La escena de la transfiguración indica la llegada del tiempo
mesiánico. El Señor ha puesto la tienda de su cuerpo entre nosotros
inaugurando el tiempo mesiánico, “para realizar la construcción de la tienda
destruida de la naturaleza humana” (Gregorio de Nisa). Entonces, « se
formó una nube que los cubrió y una voz salió de la nube: Éste es mi
Hijo amado; escuchadlo » (Mc 9, 7). La nube sagrada indicaba la
presencia de Dios. A las palabras divinas del bautismo se añade ahora:
« Escuchadlo ». La Ley, como en Moisés, recibe en Jesús su plenitud:
«Escuchadlo»: Jesús es la Torá misma, que asume toda la flaqueza y el
dolor que abruma a la humanidad, para poderla divinizar y, será cuando
llegue el Espíritu Santo, o quizá más tarde… cuando entiendan eso de
resucitar de entre los muertos.
2. Jesús lleva a plenitud lo que leemos que “ Yahveh dijo a Abram:
«Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra
que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré.
Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición. Bendeciré a
quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. Por ti se
bendecirán todos los linajes de la tierra»”: Jesús sale del Padre y nos
salva, obedeciendo en su misión redentora. A él se pueden aplicar las
palabras del salmo: “ Pues recta es la palabra de Yahveh, toda su obra
fundada en la verdad; él ama la justicia y el derecho”, y también es
modelo para nosotros: “Los ojos de Yahveh están sobre quienes le
temen, sobre los que esperan en su amor, para librar su alma de la
muerte, y sostener su vida en la penuria”. A nosotros se nos pide
confianza: “Nuestra alma en Yahveh espera, él es nuestro socorro y
nuestro escudo; sea tu amor, Yahveh, sobre nosotros, como está en
ti nuestra esperanza ”.
3. San Pablo anima a Timoteo a no temer ante la cruz: “ No te
avergüences, pues, ni del testimonio que has de dar de nuestro
Señor, ni de mí, su prisionero; sino, al contrario, soporta conmigo
los sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la fuerza de Dios, que
nos ha salvado y nos ha llamado con una vocación santa, no por
nuestras obras, sino por su propia determinación y por su gracia
que nos dio desde toda la eternidad en Cristo Jesús, y que se ha
manifestado ahora con la Manifestación de nuestro Salvador Cristo
Jesús, quien ha destruido la muerte y ha hecho irradiar vida e
inmortalidad por medio del Evangelio ”.
Llucià Pou Sabaté