III Domingo de Cuaresma, Ciclo A
LA SAMARITANA ¡QUÉ MUJER!
Padre Pedrojosé Ynaraja
Quiero deciros, mis queridos jóvenes lectores, que no ignoro las ideas de muchos
autores actuales respecto al sentido del evangelio de Juan. Que las encuentro
ingeniosas, útiles y, seguramente, bastante adecuadas, pero voy a prescindir de
ellas y comentaros el texto de la misa de hoy, en su sentido narrativo más obvio.
En este, como en otros casos, la arqueología y la geografía, complementan el relato
escrito. El hecho ocurrió con seguridad en el lugar que visitamos hoy los viajeros,
peregrinos o turistas, porque no hay otro pozo por los alrededores. No se puede
olvidar que si el hombre necesita agua para subsistir, en el caso del beduino, es
preciso disponer de ella en abundancia para que bebe el ganado. Es algo así como
entre nosotros, civilización industrial, no podemos imaginar una fábrica sin que
tenga energía eléctrica. El lugar era paso obligado de muchas caravanas que
viniendo de la alta Galilea se dirigían a Judea. Se alzan a cada lado de donde
imaginativamente estamos situados, dos promontorios: el Ebal al lado norte y el
Garizím al sur. Por más que busco no encuentro ningún sitio que me diga la altura
de ninguno de los dos. Respecto al nivel del mar, están ambas cimas alrededor de
los 900m. Por mi parte solo puedo deciros, que llegar a la cima del Garizím, la
montaña santa samaritana a la que se refiere el texto, el trayecto en coche, me
cuesta 12 minutos, casi todo en la segunda marcha.
La población que el evangelio llama Sicar, corresponde aproximadamente a la
actual ciudad palestina de Nablus y está situada a unos 500m de la antigua
Siquem, rica en episodios del Antiguo Testamento y a unos 11km de Sebastiye, la
antigua capital de Samaria.
En honor del pozo se levantó, ya en época bizantina una basílica. Posteriormente se
empezó a edificar a expensas rusas, una iglesia moderna, que la revolución
bolchevique interrumpió. Conocí sus incipientes muros en mi primer viaje y he
gozado de verla no hace mucho tiempo concluida y bellamente ornamentada con
maravillosos iconos. Me emocionó tanto el sitio, que encargué al diacono y autor de
las imágenes, un ejemplar para mí. Lo recibí al cabo de un año y me dijo lo
ejecutaría según las normas, es decir fidelidad a la tradición en cuanto a la estética,
oración simultanea mientras se realiza pacientemente el trabajo.
Vayamos al relato: Hacía calor, el Maestro quería descansar y estar solo. Los
discípulos se desplazan al pueblo a por víveres, la distancia no es grande. La mujer
que llega va a cumplir una de las obligaciones cotidianas femeninas: sacar agua y
llevarla a casa. Si bien es una labor muy propia de su condición, hay que reconocer
que la hora que en esta ocasión la cumplía, no era la acostumbrada. Era mediodía y
lo propio era hacerlo de mañana. La imaginación de Dios, es sorprendente, no me
canso de repetirlo. El Papa Francisco dice que hay que estar dispuesto a la sorpresa
de Dios, es idéntico. Si es sorpresa, evidentemente, no será previsible. (Dios es
misterioso, pero siempre bueno).
Si aún hoy por esas tierras, una mujer no se pone a hablar con un hombre en
público, mucho menos en aquellos tiempos. Era imposible imaginar lo que el relato
de Juan nos cuenta, máxime si se trataba de un extranjero. El trabajo era pura
rutina. Sacar agua, verterla en el ánfora hasta llenarla, devolver al pozo la que
sobrase en el cubo y marchar a casa. El Otro le pide en un arameo semejante, pero
no igual al que ella habla, si puede darle agua…
Mira pensativa, imagina segundas intenciones, pero no, no tiene aspecto de
solicitarle lo que otros piden. Será mejor contestar con cierta ironía…
El Señor no huye del terreno de juego y Él también se torna enigmático… Si
supieras quien soy… ᄀanda que farol!
La mujer no es tonta y prefiere demostrárselo. Ella es de allí y sabe algo de
historia. Le recuerda que aquel manantial lo excavó uno de los suyos, dice
presumiendo patriotismo…
Sin sarcasmo humillante, pero sin abandonar el humor que desde el principio ha
exhibido, el Maestro le explica las excelencias del producto que se trae: agua que
calma la sed para siempre… ﾿Quién da más?
Sobrenada ella entre dos aguas. Se siente algo insegura, pero no teme. Este
extranjero es de fiar, no cabe duda, piensa… Decide continuar pues y explorar el
terreno y las posibilidades de juego y triunfo. Añade con sonrisa un poco reticente,
pidiéndole que le facilite el agua que goza de tales cualidades…
Anda, vete a buscar a tu marido y continuaremos la charla, le dice el Señor. Es lo
más prudente, dado que son hombre y mujer y están en público, y lo más lógico.
Ella no sospecha en aquel momento nada y contesta sinceramente: no tengo
marido. ¡Buena la ha hecho! Inocentemente Jesús le dice: has tenido hombres y ni
siquiera con el que ahora vives te has casado…
Uno, una, puede ser pobre, tener hambre y frío, pero conserva siempre en un
rincón interior, como el más preciado tesoro, algunos de sus secretos, bien
guardados, allí donde nadie puede entrar. Y este desconocido se ha colado dentro
sin darse ella cuenta. No es un hombre cualquiera, como los que ella está
acostumbrada a tratar. Pero perder una disputa, no exige dar un paso atrás, ni
sentirse derrotada. Sabe algo ella de la pasión que los varones sienten por la
política y mucho más si están entre rivales. Ella, samaritana, lo es respecto a Él,
judío. Le emplaza, pues, a un derbi. Jerusalén, donde radica el templo judío o
Garizím, allí mismo, donde ellos suben a invocar a Dios ¿Quién ganará?
Pese a que el Maestro no ha venido al mundo a hacerse líder político, no oculta su
pertenencia nacional y la legitimidad del Templo que, iniciado por Salomón, ha
culminado con las mejoras del asmoneo Herodes. Ahora bien, no le importan
demasiado estas cuestiones, de aquí que banalice tanto edificios, como territorios.
Lo más importante, el encuentro con el Padre, de ahora en adelante, se podrá
conseguir en cualquier lugar.
Comprende ella que nada debe temer, que es un hombre diferente, admirable, que
merece confianza, que invita a seguirle y colaborar con Él. Cumple lo que le ha
dicho y vuelve pronto con algunos de los suyos.
Jesús había escogido de entre sus múltiples discípulos a doce que llamó apóstoles.
Había añadido algunas mujeres que también colaboraban con Él. Cada uno a su
manera. Ahora, imprevisiblemente para los suyos que llegan del pueblo, amplía el
equipo. Esta samaritana es la primera apóstol de aquella secta judía. Y nadie
dudará que es una mujer de armas tomar.
Pienso yo ahora, mis queridos jóvenes lectores, en la fácil evangelización de
Samaria, que más tarde acogió al diacono Felipe y a Pedro y Juan, apóstoles.
Recuerdo a Justino, nacido en esta población, que en aquel momento se llamó
Neápolis, y que fue el primero y excelente apologeta, escritor y mártir. Todo esto lo
inició esta mujer.
¿Y a vosotros? A cada uno, chico o chica, ¿qué sorpresa os tiene preparada Dios?
Imaginaos una situación semejante, pienso yo ahora, que la reacción más general
sería, al poco de empezar, interrumpir diciendo: vale, vale, bebe un sorbo si tienes
tanta sed, pero déjame en paz y no te enrolles, que no tengo tiempo, y en casa me
espera mi pareja.
Quien así obrara, pese a no extrañar a nadie, ¡hay que ver lo que se perdería! ¿O
acaso una respuesta así sería la que le daríais cualquiera de vosotros, mis queridos
jóvenes lectores, a un desconocido que os pidiera algo?