CICLO B
TIEMPO DE CUARESMA
V DOMINGO
También el Evangelio de hoy nos presenta al crucificado-resucitado elevado en la
cruz. Culminación de la cuaresma. Culminación del misterio del amor infinito de
Dios. Muy cera ya de su pasión, Jesús, con el alma agitada (“Padre, líbrame de
esta hora”), da a entender la muerte de que iba a morir: “cuando yo sea elevado
sobre la tierra, atraeré a todos hacia mi” (Evangelio). Cristo, igual en todo a
nosotros menos en el pecado, murió como uno de tantos: a gritos y con lágrimas,
impotente, en un mar de dolor y angustia. Como un hombre cualquiera. “A pesar de
ser Hijo aprendió sufriendo a obedecer” (segunda lectura). Así llegó a ser autor de
salvación eterna para todos los que le obedecen, los que le siguen, los que viven
con Él y como Él. Es el grano de trigo que muere, que se pierde para dar fruto.
La cruz es la máxima manifestación del amor misericordioso de Dios. La muerte es
para Cristo el momento de su glorificación. "Ha llegado la hora de que sea
glorificado el Hijo del hombre" (Evangelio). Pero esto conllevará la pasión y la
muerte. Puesto en las manos del Padre, murió por amor a Dios y a sus hermanos
los hombres. Los amó más que a sí mismo. Hasta el extremo. Por eso Dios lo
resucitó. Su muerte y su glorificación constituyen un único misterio. Como el grano
de trigo: su muerte lo transforma en una nueva planta, llena de savia y de vida.
Germen de frutos de vida eterna, más allá de la muerte. Cristo es el “grano de trigo
deshecho, para dar a todos mucho fruto" (San Atanasio).
“No bastaba que el Hijo de Dios se hubiera encarnado. Para llevar a cabo el plan
divino de la salvación universal era necesario que muriera y fuera sepultado: sólo
así toda la realidad humana sería aceptada y, mediante su muerte y resurrección,
se haría manifiesto el triunfo de la Vida, el triunfo del Amor; así se demostraría que
el amor es más fuerte que la muerte” (Benedicto XVI).
Nosotros, unidos a Cristo por la fe y el bautismo y en comunión existencial con Él,
hemos de vivir nuestra propia pascua-paso personal. También como el grano de
trigo, que muere a sí mismo para dar fruto; abiertos como Cristo a Dios y a
nuestros hermanos, renunciando a nosotros mismos, para participar ya desde
ahora de la vida eterna, la vida de Dios, que es amor, manifestado en Cristo Jesús
Señor nuestro, autor y guía de nuestra salvación. San Agustín, en una homilía de
Pascua decía a los fieles: "Cristo padeció; muramos al pecado. Cristo resucitó;
vivamos para Dios. Cristo pasó de este mundo al Padre; que no se apegue aquí
nuestro corazón, sino que lo siga en las cosas de arriba”.
La primera oración de la misa de hoy nos adentra en la profundidad de esta muerte
glorificadora de Cristo: El amor, que movió al Hijo de Dios “a entregarse a la
muerte para la salvación del mundo”. En esta oración le pedimos a Dios que su
gracia “nos ayude, para que vivamos siempre de aquel mismo amor”. Somos hijos
en el Hijo de Dios que es amor. Él nos ha amado, para que desde este amor divino
amemos a Dios y a los hermanos. “Y puesto que es Dios quien nos ha amado
primero, ahora el amor ya no es sólo un mandamiento, sino la respuesta al don del
amor, con el cual viene a nuestro encuentro” (Benedicto XVI).
MARIANO ESTEBAN CARO