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Domingo 3A Cuaresma
“El agua que yo le daré salta hasta la vida eterna” (Jn 4, 5-42)
(Diálogo sobre el Evangelio de hoy: La s amaritana)
¿Has pasado alguna vez bastante sed?
Eran las 12 del mediodía. Hacía calor. Los discípulos con Jesús van llegando al Pozo
de Jacob. Es un pozo que se llena por un arroyo subterráneo; tiene 31 metros de profundidad
y una circunferencia de algo más de dos metros.
Los discípulos deciden ir a Sicar, un pueblo vecino de Samaria, a buscar comida,
mientras dejan a Jesús solo descansando en la frescura del pozo bajo los árboles.
De pronto se va acercando una samaritana con un cubo para subir agua del pozo.
Jesús la ve y le pide de beber, pues no tenía cubo.
Junto al pozo de Jacob conversa Jesús con esa mujer desconocida, samaritana y, por lo
tanto, despreciable para los judíos, que viene al pozo a mediodía, quizá para no encontrarse
con las otras mujeres del pueblo, que se ponían de acuerdo para venir juntas y conversar en la
mañana o en la tarde. Para ellas era casi más importante el hablar entre sí que recoger agua.
La mujer queda sorprendida por la petición de Jesús. Y le recuerda:
¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? (porque los
judíos no se tratan con los samaritanos).
¿Qué le responde Jesús?
Es un modelo de diálogo, el más largo de los cuatro evangelios. Jesús no quiere entrar
en polémicas ni en diferencias ancestrales y culturales entre ellos. Le responde directamente:
"Si conocieras el don de Dios, si conocieras quién te pide de beber, tú le habrías
pedido a él y él te habría dado agua viva, agua que salta hasta la vida eterna.”
¿Cuál es esa agua viva, que salta hasta la vida eterna?
El agua es una metáfora común en el Antiguo Testamento para la satisfacción de
necesidades espirituales. “Junto a aguas de reposo me pastoreará” (Salmo 23:2).
El ‘agua viva’ de Jesús es el Espíritu, que Él nos envía, una fuerza de vida espiritual
que reside dentro de nosotros, alimentándonos y renovándonos desde dentro.
La mujer no entiende esto de ‘agua viva’. Por eso Jesús le cambia la conversación:
“Anda, llama a tu marido… aunque has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido”.
Ésta es una mujer con sed afectiva, que la hace ir alocadamente de hombre en hombre
hasta encontrarse actualmente abandonada por todos.
Pero Jesús no la condena, no la amenaza ni la intimida. Todo lo que Él hace es invitar
(v. 7), desafiar (v. 10) y reafirmarla (v. 17) tratando pacientemente de aclarar sus dudas.
La mujer maravillada le pregunta: “ Señor, veo que tú eres un profeta. A ver qué me
dices de esto: Nuestros padres dieron culto en este monte, y Ustedes dicen que el sitio donde
se debe dar culto está en Jerusalén . ¿Quién lleva la razón?”
Efectivamente los samaritanos se separaron de los judíos, aumentando su relación con
los no judíos. Por ejemplo, se comenzaron a casar con ellos. Más adelante, construyeron su
propio templo en el Monte Garizim, donde Josué construyó un altar (Deut. 27:4...) y donde
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Dios mandó a Abrahán sacrificar a su hijo Isaac. (Gen. 22:2; cf. Gen 12:6) y que fue después
destruido por el rey judío Juan Hyrcanus en el 128 (a. C.). Pero el lugar del templo en
Garizim permaneció el centro de veneración samaritana, particularmente como lugar para
observar la Pascua.
En definitiva, ¿dónde se debe adorar a Dios?
Jesús responde: “ Mujer, créeme, que la hora viene, cuando ni en este monte, ni en
Jerusalén se adorará al Padre . Dios es Espíritu; y los que quieran adorarlo, lo pueden
adorar en cualquier sitio en espíritu y en verdad” (v. 24). Es decir, como espíritu, Dios no
está restringido por la geografía y, por lo tanto, puede estar presente en todos los lugares.
La mujer se pone curiosa con este judío que la conoce tan bien, sin haberla visto antes,
y que responde tan sabiamente a sus preguntas. Y ahora sí amigablemente le suelta el tema
del Mesías, en que coincidían judíos y samaritanos, y que llenaba de curiosidad a todos. Y le
dice: “El Mesías nos dirá todo”.
¿Qué le responde Jesús?
Yo soy el Mesías, el que habla contigo ” (v. 26). El “Yo soy” recuerda a Dios
hablando desde la zarza con Moisés: “ Yo soy el que soy. Así dirás a los hijos de Israel: ‘Yo
soy’ me ha enviado a ustedes. ” (Éxodo 3:14).
Jesús se revela completamente a esta mujer marginada.
Mientras tanto, los discípulos van llegando, y le insistían: “ Maestro, come ”. Jesús les
explica: “ Yo tengo por comida un alimento, que ustedes no conocen . Mi alimento es hacer la
voluntad del que me envió y llevar a término su obra. Los campos están ya dorados para la
siega. Unos sembraron, otros segaron y recogieron la cosecha. Todos se alegran lo mismo”.
La mujer queda asombrada por todo lo que ve y oye, y cae en la cuenta de que está
ante el esperado Mesías. Se olvida del cántaro y sale corriendo al pueblo para anunciar lo que
ha visto y oído.
Ella, que ha sido una vergüenza para todos, cumple ahora con un ministerio
importante para la comunidad: anunciar la llegada del Mesías.
Y éste la rehabilita tratándola con el mayor respeto y hablando con ella por largo rato.
¿Cómo reacciona la gente del pueblo?
La gente sale a escuchar a Jesús, se lo llevan entusiasmados al pueblo, creyeron en Él
y le invitaron a que se quedara con ellos unos días. Y le decían a la mujer:
Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído, y vemos que él es
el Salvador del mundo .”
Ésta es la más fuerte confesión cristológica encontrada en el Evangelio.
Era algo increíble que los samaritanos trataran tan bien a un maestro judío, y que éste
aceptara quedarse con ellos un par de días. Tan increíble también como que el judío Jesús
escogiera un samaritano para ser el héroe de una de sus más importantes parábolas: la del
Buen Samaritano.
La historia de la samaritana se pone en Cuaresma. Nos recuerda que la Cuaresma no
es sólo el tiempo en que nosotros pecadores nos ponemos en camino hacia Dios. La
Cuaresma es el tiempo en que Dios sale a nuestro encuentro, como Jesús salió con su trato al
encuentro de la samaritana marginada.