Domingo 3 de Cuaresma (A)
“Moisés golpeó la piedra y de ella salió agua en abundancia” (Ex.17,2)
El pueblo de Israel que caminaba por el desierto (Ex. 17, 3-7) y torturado por la sed, decía a
Moisés: dános agua para beber. Y Moisés -siguiendo las órdenes de Dios- golpeó la roca y
salió de ella agua pura y en abundancia. Sobre este acontecimiento dirá siglos después San
Pablo: “la roca era Cristo” (1 Cor. 10,4), quien da a su pueblo no agua material, sino “agua
viva”, espiritual, ofrecida no a un solo pueblo, sino a todos los pueblos, para que todo hombre
pueda apagar su sed, tal como lo afirma San Juan: “quien tenga sed, venga a mí y beba…y
nunca más tendrá sed” (Jn. 4, 14).
En el evangelio (Jn. 4 5-42) se refleja esta realidad cuando Jesús, junto al pozo, le dice a la
Samaritana: “si conocieras el don de Dios y quien te pide de beber, le pedirías tú y él te daría
agua viva” (Ib.10). O bien más adelante cuando le aclara aún más: “el que bebe de esta agua
vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed: el agua
que yo daré se convertirá dentro de él en un manantial de agua que salta hasta la vida eterna
(Ib.14). Esta agua no es otra cosa que la gracia santificante que Cristo comunica a cuantos
creen en Él y Él es la fuente que no se acaba. Esta es la gracia que recibimos en el bautismo
que nos da la fe. Para sacar y beber de esta agua viva y vivificante es necesario creer. Jesús
en este pasaje conduce a la Samaritana a la decisión de la fe. Si bien ella desconfiaba al
principio, al descubrir con quién estaba hablando, vuelve llena de alegría a la ciudad para
anunciar al Maestro.
El bautismo y la fe son dos dones conexos: quien cree puede ser bautizado y el bautismo
produce la fe. El hombre que se bautiza se sumerge en el corazón de Cristo, fuente de agua
viva, agua que quita la sed y purifica el corazón, convirtiendo el corazón del creyente, asimismo
en una fuente de agua viva, un corazón lleno de gracia, que lleva al hombre a la vida eterna.
La gracia -participación de la naturaleza divina- no se puede separar del amor de Dios, que es
la esencia de su vida. Este amor se derrama con la gracia en el bautizado y no es un amor
abstracto, sino un amor que se siente y se vive, que compromete a todo hombre con la vida de
Cristo y que lo impulsa a seguirle y a comunicarle. Es un amor irresistible y que compromete al
hombre con la verdad de tal forma, que es capaz de dar la vida por ella. Es la gracia que llevó
al Apóstol Pablo a insertarse en este amor de Dios de tal manera que no pudo sino darse
totalmente a Cristo hasta dar la vida por Él.
Así nos tenemos que sentir los bautizados, llenos del agua viva que nace de la gracia, sentir la
fuerza del amor de Dios de tal manera, que nos comprometa con Cristo en esta vida,
cambiando las estructuras de pecado en estructuras de vida, luchando por la vida desde su
concepción hasta su muerte natural, amando y protegiendo los valores de la verdad y la
justicia, luchando por la inclusión de todos los hombres en una sociedad más justa y equitativa,
dando la vida por la esperanza y la ilusión cristiana de la niñez y juventud, gritando al mundo
que el misterio pascual de Cristo es el centro de la vida, de la historia y de la dignidad del
hombre.
Que María, Madre de la Fe, nos acerque a Cristo y nos haga beber del manantial de agua pura
y así nos llene el corazón de gracia transformante y transformadora.
+ Marcelo Raúl Martorell
Obispo de Puerto Iguazú