III Domingo de Cuaresma, Ciclo A
Domingo
Lecturas bíblicas:
a.- Ex. 17, 3-7: Danos agua para beber.
El tema central de esta liturgia de la palabra es la cercanía de Dios con el hombre
sediento de su presencia. La primera lectura plantea un interrogante: ¿Está o no
está el Señor en medio de nosotros? San Pablo, nos enseña cómo Dios ha
derramado su Espíritu Santo en el alma del creyente. El diálogo de Jesús con la
samaritana es una revelación del misterio de Jesús a una creyente, sedienta de
verdad. La primera lectura nos habla del agua, fuente de vida, siempre importante
para los nómadas por su escasez en el desierto. A la falta de agua, va unida la
protesta del pueblo contra Moisés, pero Yahvé le manda golpear la roca, y sale
agua abundante para todo el pueblo. El sentido teológico es que lo trascendente
está por sobre lo natural, la sed de agua es sed de infinito, la protesta contra el
guía es una queja contra el Dios invisible, un beber el agua, que sacia la sed
profunda que tiene el hombre de la acción salvadora de Dios, con lo que se
manifiesta su infinito poder. El pueblo está entre Egipto y su destino, la tierra
prometida, entre la servidumbre y una recién estrenada libertad. Las inquietudes de
Moisés se refieren a saber: ¿qué hace el pueblo para alcanzar su destino?, pero
también, el pueblo pregunta a Yahvé, si sigue siendo fiel a ese proyecto, ¿dónde
están los signos perceptibles que manifiesten esa voluntad? “¿Está Yahvé entre
nosotros o no?” (v. 7). La respuesta está en el manantial de agua fresca que brota
de la roca, con el golpe de la misma vara, con que golpeó las aguas del Nilo y
separó el mar rojo. El único Dios de la liberación de su pueblo de Egipto, ahora
nuevamente los salva con su poder y voluntad, a pesar de la crítica y desconfianza
de los israelitas. Estas actitudes del pueblo manifiestan un no ver a Dios en sus
existir, su presencia no es percibida sino para aquel que confía en la oscuridad,
pero sin olvidar a quien lucha contra Yahvé, como ahora para hacerse presente
ante su presencia divina. Este tentar a Dios, querer saber si está o no de parte del
creyente o en forma masiva, es parte del proceso de fe, al menos, en los inicios de
este caminar y crecer en la confianza en Dios. Masá y Meribá, más que lugares
geográficos e históricos, son un espacio teológico, por donde el creyente pasa por el
desierto de la tentación y luchar con Dios; muchos rabinos creyeron, más tarde,
que esa roca de la que brotó el agua, seguía a los israelitas por el desierto, de ahí
que Pablo diga que la roca es Cristo, el gran signo de Dios para el cristiano (cfr.
Sal. 18,3; 1Cor.10, 4).
b.- Rm. 5,1-2.5-8: El amor ha sido derramado en nuestros corazones.
San Pablo, nos presenta la gratuidad de fe, como fuente de todas las gracias que ha
recibido el cristiano, comenzando por el creer en Dios. Plantados en el campo de la
fe, el cristiano vive de la esperanza de gloria, lo que forma un arco que une cielo y
tierra, camino de vida teologal. Esta realidad desencadena un dinamismo de
aprender a aceptar las tribulaciones, que producen la constancia, la autenticidad y
ésta la esperanza. Este estado de esperanza es la realidad más cercana, ya que
posee la reconciliación con Dios, pero le falta todavía superar todas sus debilidades,
finalmente la muerte; pero Dios tiene la iniciativa y por puro amor gratuito,
restaura al hombre desde lo interior dándole la fuerza del amor que sabe esperar la
plenitud de creyente. El hombre impío, alejado de Dios no poseía motivos para
creer, ahora, derramado el amor de Dios, por el Espíritu Santo, posee la fuerza
para creer y asumir que la vida cristiana es el mejor camino hacía Dios.
c.- Jn. 4, 5-42: Diálogo con la samaritana: La fuente de vida eterna.
En el evangelio, tenemos el encuentro de Jesús con la samaritana, toda una
catequesis de iniciaci￳n bautismal. Comienza con una petici￳n de Jesús: “Dame de
beber” (v.7), hasta que ÉL le ofrece el agua, que apaga toda sed para siempre, y
que en el creyente, se convierte en un surtidor que salta hasta la vida eterna (v.
14). La samaritana cree en la palabra de Jesús, suscita el don del Espíritu Santo,
que la fe hace germinar en el discípulo. Es la vida eterna que se obtiene por la fe
en Jesucristo, el Mesías, el Hijo de Dios vivo. La mujer pide: “Se￱or dame de esa
agua para que nunca más tenga sed” (v. 15), llave que abre la puerta a la luz del
misterio del viajante. Jesús se presenta como un sediento hasta revelarse como el
Mesías esperado: “Yo soy, el que está hablando contigo” (v. 26); texto que evoca el
“Yo soy el que soy” (Ex. 3,14). Al tema del agua viva, don del Espíritu, que el
resucitado entrega a quien cree en ÉL, se añade el del culto a Dios en espíritu y en
verdad. Son dos momentos de una única revelación del misterio de Cristo Jesús: de
un judío sediento, Jesús, para la samaritana pasa a ser un profeta, luego el Mesías
y finalmente, el Salvador el mundo. Son los compases de una melodía que el
Espíritu pulsa en el alma del que cree, y espera en este misterio, que guía en su
proceso de conversión a la mujer y los suyos. El agua viva, en primer término es el
propio Jesús, don del Padre, pero también, luego de la Ascensión, es el Espíritu
Santo prometido por Jesús. El agua viva, es signo del amor del Padre que nos
justifica en Jesucristo, y santifica por el Espíritu Santo. En la enseñanza de Jesús el
agua viva, don del Espíritu, es la referencia para revelar su persona, su doctrina y
su sabiduría, lo cual apaga para siempre, la sed espiritual de todo ser humano. En
su predicación Jesús, habla de esta agua viva de vida eterna a Nicodemo, en
relación al Bautismo y cuando invita a sus oyentes en el templo a beber de sus
fuentes (cfr. Jn. 3, 5; 7, 37ss). Hoy la sed del hombre posmoderno es de bienes
materiales y de felicidad, lo que está enseñando que los bienes materiales no la
producen. Nace una insatisfacción profunda que no puede resolver. Unos siguen
este camino hasta convertirse en adictos a las drogas, alcohol, la superstición,
etc.; otros en cambio, dan un giro y se encaminan a las religiones. Los que vuelven
a Cristo o lo conocen encuentran valores auténticos que vivir que reorientan la sed
de felicidad y de vida eterna. Ellos repiten y nosotros con frecuencia deberíamos
hacer la misma petici￳n de la samaritana a Jesús: “Dame, Señor de esa agua para
que no tenga más sed”; agua que la oraci￳n convierte en un estilo de vida nueva
con una fuerza carismática singular. Es ahí donde se aprenden grandes verdades de
Dios y del propio conocimiento hasta encontrar, en lo interior la fuente de la
felicidad. Estos son los torrentes de agua viva que brotan de lo interior y llega hasta
la vida eterna, el verdadero culto en espíritu y verdad que el Padre eterno desea de
sus hijos.
San Juan de la Cruz dice que la fe es la fuente cristalina, en la cual debemos
beber, por donde nos viene la salvación y los dones del Espíritu Santo y actualizar
así la vida en Cristo: “Llama cristalina a la fe por dos cosas: la primera, porque es
de Cristo, su esposo; y la segunda, porque tiene las propiedades del cristal en ser
pura en las verdades, y fuente clara y limpia de error, y formas naturales. Y llámala
fuente porque de ella le manan al alma las aguas de todos los bienes espirituales.
De donde Cristo nuestro Señor, hablando con la Samaritana, llamó fuente a la fe,
diciendo que a los que creyesen en él les daría una fuente cuya agua saltaría hasta
la vida eterna” (CB 12,3).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD