III Semana de Cuaresma
Lunes
Lecturas bíblicas:
a.- 2 Re. 5, 1-15: Ve báñate siete veces y tu carne quedará limpia
La primera lectura, nos habla de uno de los milagros del profeta Eliseo. Su labor la
realizó en Israel, pero su obra alcanza a un extranjero: Naamán el sirio. El relato
tiene su dinamismo propio en ascenso: la noticia sobre el profeta que sana, va de la
criada a la señora, de ésta a su marido, del marido al rey de Siria, de éste al rey de
Israel, de éste a Dios y su poder, ejercido por su profeta. Pero también hay una
línea descendente que va desde Naamán, al rey de Israel y de éste al profeta Eliseo
y su criado hasta bajar a las aguas del Jordán. El relato se centra en Yahvé y su
profeta, pero de destacar las palabras de Namán: “Ahora reconozco que no hay
Dios en toda la tierra más que el de Israel” (v. 15). Todas las mediaciones vienen a
significar, que no es el rey, ni las autoridades, las que sanan sino el poder de
Yahvé, por medio de su profeta, alcanzando su mayor relieve en las palabras que
pronuncia: “Cuando Eliseo, el hombre de Dios, oyó que el rey de Israel había
rasgado sus vestidos, envió a decir al rey: « ¿Por qué has rasgado tus vestidos?
Que venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel.» (v. 8). Los milagros que
realiza Eliseo, no son fruto de una acción mágica, sino fruto de la acción salvífica de
Dios, que obra por la palabra del profeta.
b.- Lc. 4, 24-30: Jesús enviado a todos los hombres.
En el evangelio nos presenta a Jesús en Nazaret, su pueblo. Los nazarenos exigen a
Jesús, un signo si de verdad es el Mesías. Dios acepta o se inclina sólo ante las
exigencias nacidas de una obediencia de fe, es decir, con un sí la disposición de
aceptar su divina voluntad. Los nazareno no creían, no tenían fe en Jesús (cfr. Mc.
6,6). Quieren milagros como los hechos en Cafarnaúm; un médico que no se cura a
sí mismo pierde prestigio y la fe depositada en él. Los nazarenos juzgan a Jesús con
criterios puramente humanos, desconocen a Jesús, obra como profeta por encargo
de Dios. Los nazarenos secundan al tentador, no reconocen su misión divina.
Jesús, como los profetas Elías y Eliseo, se siente enviado, no sólo a sus hermanos
judíos, sino también al mundo pagano para salvarlos. No obra el profeta por propia
voluntad sino por disposición de Dios que lo ha enviado. Dios conserva su libertad
en la distribución de sus bienes. Los nazarenos, no tienen derecho a formular
exigencias de salvación, soberanía que Jesús proclama, salva a los hombres por
pura gracia. Esto provocó ciertamente las iras de sus paisanos en la sinagoga de
Nazaret. Ahí se cumplía aquello de: “Os aseguro que ningún profeta es bien mirado
en su tierra” (v. 24). La desconfianza nace de su origen humilde: “¿No es éste el
hijo de José?” (v.22). Cambiarles la mentalidad abriendo nuevos horizontes de la
acción de Dios a los judíos era tarea difícil: para ellos, el Dios de Israel, era sólo
judío y para los judíos; las naciones, por ser paganas e idólatras, quedaban
excluidas de su acción. Jesús es Salvador de todos los hombres y pueblos de la
tierra, más aún, les recuerda las acciones que realizó Yahvé por medio de los
profetas Elías y Eliseo precisamente con paganos: la viuda de Sarepta (cfr. 2Re.17,
8-16) y Naamán el sirio. Jesús resucita en Naím, al hijo de una viuda y libra de la
lepra a un samaritano (cfr. Lc.7, 11s; 17,12s). Jesús comenzó a predicar la
salvación a los judíos pero como lo rechazan se dirige a los gentiles (cfr. Hch.13,
46s). Como los grandes profetas, Jesús reanuda sus grandes acciones, poderoso en
obras y palabras ante Dios y los hombres (cfr. Lc.24,19). Dios visitó a su pueblo
por medio de los profetas, ahora lo hace por medio de Jesús. El profeta como tal
debe acreditarse con prodigios y signos (cfr.Dt.13,2s), como Jesús no lo hace, los
nazarenos lo condenan como blasfemo y deciden lapidarlo. Toda la asamblea se
convierte en juez de Jesús, quieren ejecutar la sentencia inmediatamente, lo
empujan hacia la altura para despeñarlo, expulsado de la comunidad, entregado a
la muerte, decide escapar de la ira de los suyos (v.30). Nadie pone las manos sobre
ÉL; no ha llegado su hora, sólo el Padre dispone de su vida y de su muerte. Nada
impedirá que resucite y vuelva al Padre para seguir su intercesión ante Dios por los
hombres. Jesús abandona definitivamente Nazaret, e irá a los gentiles para
comenzar las grandes obras de Dios; hasta de las piedras puede Dios sacar hijos.
San Juan de la Cruz nos enseña que Jesús, padeció la falta de fe sus hermanos, el
místico nos pide que aprendamos a sufrir a nuestro prójimo sobre todo cuando no
cree y no comparte nuestras opciones de fe. Aprendamos a ser mansos y humildes
como Cristo Jesús: “Manso es el que sabe sufrir al prójimo y sufrirse a sí mismo” (D
180).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD