III Semana de Cuaresma
Martes
Lecturas bíblicas:
a.- Dan. 3, 25. 34. 43: El sacrificio agradable a Dios.
La primera lectura nos presenta la oración de Azarías, en medio de la tribulación,
arrojado al horno de fuego por orden de Nabocodonosor, es todo un acto de fe. El
sacrificio agradable a Dios, es un corazón humilde y contrito, en medio de una
nación derrotada, sin guías, sin profetas, sin templo, sin sacrificios ni ofrendas. El
sacrificio espiritual es la salida que encuentra el hombre de fe, un camino de
encuentro y oración con Dios en esas circunstancias. La auto-oblación, del siervo
sufriente de Isaías (cfr. Is. 42. 49. 50. 52-53) será cumplida plenamente en
Jesucristo, sacrificio perfecto agradable a Dios. La participación frecuente en la
Eucaristía nos debe llevar a dar también culto espiritual a Dios a través de Jesús
hasta ofrecer la propia vida y persona, todo lo que somos. La configuración con
Cristo (cfr. Rm. 8, 29) pasa por el Calvario hasta la pascua de luz de una vida
resucitada.
b.- Mt. 18, 21-35: Parábola del deudor despiadado.
En el evangelio tenemos el tema del perdón de los pecados (vv.21-23), y la
parábola del siervo sin entrañas (vv. 23-35). Pedro llama a Jesús, Señor (v. 21; cfr.
Mt.14, 28; 15,15; 17,4.24; 19,27); el que tiene delante no es sólo el Instructor y
Maestro, sino el Señor, que obra con poder y lleno de gloria de Dios. ¿Cuántas
veces se debe perdonar al hermano? (v. 21). Se habla de una falta cometida contra
el hermano, contra el mandamiento del amor. Se menciona el número siete como
plenitud, perfección, es decir, estoy dispuesto a perdonar más allá de la única vez,
que exige el amor. La respuesta de Jesús, busca de Jesús nos deja atónitos: amor
fraterno sin medida. No se da la respuesta que Pedro quería conocer. Como
trasfondo se quiere contrarrestar la actitud vengativa de Lámek, triste heredad para
la humanidad, la venganza despiadada (cfr. Gn. 4, 24). Al poder de la destrucción
de la venganza irracional, Jesús impone el deber y poder de la reconciliación, así
como el pecado se presenta de muchas formas, Jesús contrapone el poder del bien.
El perdón debe tener la última palabra, para que el bien alcance la victoria (cfr.
Rm.12, 21). Es la única respuesta que Dios nos propone, para no entrar en el
espiral de violencia del prójimo, que a veces, nos asalta con su odio y deseo de
venganza o de la cual, podemos ser víctimas. En un segundo momento,
encontramos la parábola sobre el siervo malvado es un buen espejo en que nos
podemos reflejar, cuando habiendo sido perdonados por Dios, negamos el perdón al
prójimo. Esta realidad pasa por la validez de muchas de nuestras confesiones,
cuando pedimos perdón a Dios, y seguimos guardando rencor a quien nos hizo
alguna faena: no lo perdonamos. El ejemplo de Cristo, perdonando desde la Cruz
(cfr. Lc. 23, 34) a sus enemigos, abre la puerta a esta nueva experiencia de
fraternidad universal. El testimonio de los Santos apóstoles y mártires, ha hecho de
la experiencia del perdón, con el correr de los tiempos, sea fuente de fe y amor
renovado que llega hasta nosotros. Pensemos en la muchedumbre de testigos de la
fe que ha provocado el comunismo, el nazismo, la guerra civil española, regímenes
totalitarios, etc., verdadera legión de mártires que han alcanzado la palma de la
victoria superando el odio con el amor, perdonando a sus verdugos. El perdón
fraterno y la reconciliación, más que una ley, es una experiencia, que una vez que
se vive, deja en el corazón el sentirse rehabilitado por el perdón recibido, o el que
uno puede brindar, lo que acrecienta la condición de hijo de Dios. Quien no ama no
perdona; pero quien ama, perdona, porque el perdón nace del amor; quien no se
siente perdonado no ama, en cambio, a quien se le perdona mucho, a su vez ama
mucho más. Es en el Sacramento de la Reconciliación donde está fuente del perdón
que el Señor dejó a su Iglesia para renovarla en sus hijos hasta hacerla santa e
inmaculada en el amor.
San Juan de la Cruz enseña que sólo el amor de Dios posee la capacidad de
hacernos agradables a los demás, ni cansa ni se cansa quien lo vive, enseña el
místico, porque vivirlo, es ejercicio de amor; virtudes que son probadas, y que a su
vez, engendran obras, que valen más que todas las cosas que pensamos hacer sólo
con el pensamiento o buenas intenciones. “El alma que anda en amor, ni cansa ni
se cansa” (D 101).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD