CICLO B
TIEMPO PASCUAL
III DOMINGO
La Palabra de Dios y los textos litúrgicos de hoy vienen a reavivar y a afianzar
nuestra fe y nuestra esperanza en Cristo Resucitado, que nos hace partícipes, ya
ahora, de la gloria de su resurrección. De forma incipiente, en germen, pero real y
verdaderamente, la fe nos da ahora la salvación que esperamos, la vida nueva.
Mediante la fe y el bautismo somos hijos de Dios. Esta trascendental realidad
afianza nuestra esperanza de alcanzar la resurrección gloriosa (Oración Colecta).
Somos hijos de Dios porque participamos “por gracia” de la filiación que Jesús
posee “por naturaleza”: hijos de Dios en el Hijo único de Dios, que se hizo hombre
para que los hombres fueran hijos de Dios. El hombre Cristo Jesús ha sido
plenamente glorificado en su resurrección.
Unidos a Él, injertados en Él, hijos en el Hijo, nosotros participamos ya ahora de su
vida gloriosa, que llega a nosotros por medio de los sacramentos de vida eterna
(Oración después de la comunión). El sacramento es signo eficaz, que produce lo
que significa: la vida eterna. En ellos se nos da la vida de Dios, el amor infinito de
Dios. La vida cristiana es ya, en cierto sentido, anticipación de la vida eterna, que
es la meta del proceso de glorificación iniciado ya ahora. Se trata de una única vida
vivida en el tiempo y en la eternidad.
Seguimos celebrando al Señor Resucitado: “inmolado, ya no vuelve a morir;
sacrificado, vive para siempre” (Prefacio III de Pascua). Cristo es nuestro
contemporáneo. No es un fantasma. Tengo carne y huesos”, les dice a sus
discípulos, que, aunque le palparon y abrazaron, atónitos y llenos de alegría, no
terminaban de creer (Evangelio). Entonces, junto al lago, al amor de unas brasas,
compartió un sencillo almuerzo -pez asado y pan- con sus amigos (“muchachos,
¿tenéis pescado?”, recuerda san Juan). El Resucitado no era ni es un fantasma. Ni
“la costumbre” (Tertuliano). Ni un ser inerme, ni un mito, ni una ideología, ni un
recuerdo del pasado. “Cristo resucitado no es un fantasma: no es sólo un espíritu,
no es sólo un pensamiento, no es sólo una idea. Sigue siendo el Encarnado”
(Benedicto XVI).
El Crucificado-Resucitado era y es una Persona viva y activa (autor y guía de
nuestra salvación), en estrecha comunión con sus hermanos los hombres y mujeres
de todas las épocas. Creemos en un Dios herido. Él sufre con nosotros, en nosotros
y por nosotros. Sus heridas –nuestras heridas- siguen vivas. Nos acompaña en el
camino y comparte nuestras alegrías y nuestras penas. Por la fe y el bautismo “nos
hemos convertido en Cristo. En efecto, si Él es la cabeza, nosotros somos sus
miembros; el hombre total es él y nosotros” (san Agustín).
Para que este nuestro ser interior transforme eficazmente toda nuestra existencia,
hemos de mantener una actitud permanente de conversión, guardando sus
mandamientos, viviendo la verdad en el amor, nos recuerdan las lecturas de hoy.
En comunión existencial con el Resucitado, viviendo (y muriendo) con Cristo y como
Cristo. Con la seguridad de que, si en este camino alguno peca, se cansa, duda o
cae, “Jesucristo el Justo” –vivo y activo- abogará por nosotros ante el Padre
(segunda lectura).
MARIANO ESTEBAN CARO