CICLO B
TIEMPO PASCUAL
IV DOMINGO
Somos hijos de Dios. Con estas palabras la segunda lectura de hoy nos aclara en
qué consiste el misterio de nuestra salvación: tan grande es el amor que nos ha
tenido el Padre que en verdad somos ya hijos de Dios. Pero aún no se ha
manifestado todo lo que seremos: “semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es”.
No se trata de un título exterior o de una adopción legal, sino de una realidad
profunda: Dios nos hace partícipes de su naturaleza divina, obrando no
jurídicamente, sino divinamente, con la fuerza creadora de su amor.
Por la fe y el bautismo –que es el sacramento de la fe -hemos sido injertados en
Cristo, el Crucificad-Resucitado, que es nuestro único Salvador (primera lectura).
De él, Hijo eterno de Dios, recibimos la savia, la vida divina, que es vida filial en la
comunión de la Santísima Trinidad. Hijos en el Hijo, que se hizo hombre para que el
hombre llegara a ser hijo de Dios. Por medio de Cristo Resucitado, los hombres
podemos superar nuestra pobre condición humana, para participar de su divinidad:
su inmortalidad, su bondad infinita, su verdad plena. Ahora, en camino, en
penumbra; después, en la plenitud de la gloria de Dios.
En el evangelio de Hoy Cristo se nos presenta como el Buen Pastor, que da la vida
por sus ovejas. Siendo Cristo el único Salvador, se sirve de los pastores de la
Iglesia para que en su nombre, en persona suya, como instrumentos en sus
manos, nos guíen y nos acompañen hacia la plenitud gloriosa de los hijos de Dios.
“Porque pertenece a Cristo, el sacerdote está radicalmente al servicio de los
hombres: es ministro de su salvación, de su felicidad, de su auténtica liberación”
(Benedicto XVI).
”Ha resucitado el Buen Pastor que dio la vida por sus ovejas y se dignó morir por su
grey ¡Aleluya!”, cantamos hoy en la antífona de comunión. “Yo soy el buen Pastor,
que da la vida por las ovejas…yo entrego mi vida para poder recuperarla” (Jn 10,
11-18). En cuatro versículos (Jn 10, 27-30) “está todo el mensaje de Jesús, está el
núcleo central de su Evangelio: Él nos llama a participar en su relación con el
Padre, y ésta es la vida eterna. Jesús quiere entablar con sus amigos una relación
que sea el reflejo de la relación que Él mismo tiene con el Padre: una relación de
pertenencia recíproca en la confianza plena, en la íntima comunión” (Papa
Francisco).
Seguimos celebrando la alegría pascual, cuya fuente es Cristo Resucitado.
Después de recodar las apariciones de Jesús a sus discípulos, hoy se nos presenta
al Crucificado-Resucitado como Pastor y Cordero, como causa y guía de nuestra
salvación. Lo proclama el Prefacio I de Pascua: “Él es el verdadero cordero que
quitó el pecado del mundo; muriendo destruyó nuestra muerte, y resucitando
restauró la vida”.
La entrañable imagen del pastor estaba muy arraigada en el Antiguo Testamento:
«El Señor es mi pastor, nada me falta». En este Salmo 23 se invita a reavivar la
confianza en Dios, puestos en sus manos. San Pedro, a quien el Señor resucitado
había encargado el cuidado de sus ovejas, llama a Jesús “el Mayoral, el Pastor
supremo” (1 P 5, 4). El tema del Buen Pastor es el más representado en la primitiva
iconografía cristiana. Hay testimonios del siglo II . En pintura se encontraba ya en
las catacumbas de San Calixto o de Domitila .
Cristo pone de manifiesta su doble relación entre Él y Dios («yo y el Padre somos
uno») y entre Cristo y nosotros (conozco a mis ovejas y les doy la vida eterna... y
ellas escuchan mi voz y me siguen). Para entender mejor este mensaje sobre el
Buen Pastor, hemos de recordar una costumbre entre los pastores paisanos de
Jesús en aquella época: todos los pastores de la localidad por la noche
encerraban sus ovejas en una única majada, quedando uno de ellos, por turno, a
su cuidado. A la mañana siguiente, cada pastor iba llamando a sus propias
ovejas, que, al reconocer la voz de su pastor, salían tras de él y le seguían hacia
los pastos y las fuentes de agua viva.
El Señor nos dice que el verdadero pastor da su vida por las ovejas; las conoce y
ellas lo conocen a él. Su entrega en la cruz es el gran servicio de Cristo a nosotros,
sus ovejas. Se entregó y se entrega en a Eucaristía. El Señor nos habla también del
servicio del Pastor a la unidad: y habrá un solo rebaño, un solo pastor" (Jn 10, 16).
Cristo conoce a sus ovejas y éstas le conocen a Él. Conocer en el sentido
bíblico: con amor, en una profunda relación interior. No se trata de un conocimiento
exterior o solamente intelectual, “sino de una relación personal profunda; un
conocimiento del corazón, propio de quien ama y de quien es amado; de quien es
fiel y de quien sabe que, a su vez, puede fiarse; un conocimiento de amor, en
virtud del cual el Pastor invita a los suyos a seguirlo, y que se manifiesta
plenamente en el don que les hace de la vida eterna” (Benedicto XVI). Decía San
Gregorio Magno: “Mirad si sois en verdad sus ovejas, si le conocéis…si le conocéis,
digo, no sólo por la fe, sino también por el amor; no sólo por la credulidad, sino
también por las obras”.
En la oración colecta de hoy le pedimos a Dios que nos conceda “la alegría eterna
del reino de tus elegidos, para que así el débil rebaño de tu Hijo tenga parte en la
admirable victoria de su Pastor”. El Cordero, exaltado en el cielo, que “está delante
del trono será su Pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas” (Ap 7, 17).
Los elegidos cantaban “el cántico de Moisés y el cántico del Cordero” (Ap 15, 3).
Recordemos en la Eucaristía algunas estrofas de una hermosa canción, que ya en el
siglo XVI se hizo popular, y que todavía se sigue oyendo en nuestras iglesias:
Altísimo Señor/ que supiste juntar/ a un tiempo en el altar/ ser Cordero y Pastor.
MARIANO ESTEBAN CARO