IV Semana de Cuaresma
Lunes
Lecturas bíblicas:
a.- Is. 65, 17-21: Yo creo cielos nuevos y tierra nueva.
La primera lectura, nos deja claro la inseparable unión de la naturaleza y el destino
del ser humano, como parte de la fe bíblica. El profeta usa la imagen de los cielos
nuevos y la tierra nueva, para reflejar la nueva situación de los redimidos, de los
rescatados del exilio babilónico. Se trata de que todos los hombres vivan según la
fe recibida y el desorden moral y espiritual que provoca el pecado desaparezca.
Entonces se podrá decir, que estamos en una nueva creación, que esperamos
alcanzar al final de los tiempos, en forma definitiva, con el triunfo de Jesucristo
Crucificado y Resucitado, cuando vencida la muerte, todo será nuevo. El resto del
pasaje son consecuencias de ese vivir en Dios, sin dolor sino con alegría por una
vida larga, disfrutar de las casas que construyan y de las viñas que planten. Es el
paso de la realidad, un pueblo en formación, a las realidades mesiánicas; Dios nos
habla en nuestro lenguaje, con lo cual vislumbramos la dicha que Dios prepara para
cuantos confían en ÉL.
b.- Jn. 4, 43-54: Jesús en Galilea. Tu hijo vive.
El evangelio, comienza afirmando que nadie es profeta en su tierra (v.43).
Nazaret, era la patria de Jesús, pueblo de Galilea, aunque para Juan, el Mesías fue
enviado a los judíos, cuya centro era Jerusalén, pero al no ser reconocido allí, se
vuelve a Galilea, donde lo reciben bien, puesto que algunos creyeron en ÉL (cfr. Mc.
6,1ss; Jn. 1,11). El segundo signo, que realiza Jesús lo hace en territorio pagano,
Cafarnaún. Jesús se sumerge en el dolor de una familia, que pierde a uno de los
suyos. Un oficial de alto rango, al servicio de Herodes Antipas, judío, o quizás
pagano acude a Jesús, por la salud de su hijo que se muere. El oficial cree sólo en
la palabra de Jesús; es fe pura y desnuda. El diálogo de Jesús con el oficial, pone
en evidencia la confianza en la palabra del Maestro, una fe inicial pero que alcanza
cotas de conversión y aceptación del evangelio. Más allá de devolverle la salud, la
vida al hijo del oficial, la mirada del evangelista ilumina más de lo que nos describe,
porque quiere resaltar el poder de la palabra de Jesús, que sana a distancia a ese
hijo, no lo vio ni tocó, fue su palabra la que llegó hasta él y lo sanó. Los criados
confirmaron el signo, la hora séptima, que coincide con la misma hora en que Jesús
pronuncia las palabras: “Tu hijo vive” (v. 53). El padre acepta esta sanación desde
la proclamación de su fe en el poder vivificante de Jesús Salvador. Que importante
resulta durante esta Cuaresma dejar que la palabra de Dios, el evangelio, obre en
cada cristiano, su obra salvadora y vivificante. Ella nos quiere sanar de todas
nuestras enfermedades físicas y espirituales, de la mente y del corazón. Dejemos
que la palabra llene nuestra vida de la presencia de Jesús sanador, médico divino,
en esta cuaresma.
San Juan de la Cruz habla “Palabras sustanciales” las mismas que dijo Jesucristo al
funcionario real: “Vete, que tu hijo vive” (v. 50). Palabras que fueron vida para su
hijo, para él y toda su familia. Palabras sustanciales que le comunicaron la fe y
creyó en Jesús, signo, que transformó sus vidas como quiere transformar también
las nuestras. Sus palabras hay que oírlas en silencio amoroso, con música callada,
en fe dialogante. “Y este es el poder de su palabra en el Evangelio, con que sanaba
los enfermos, resucitaba los muertos, etc., solamente con decirlo. Y a este talle
hace locuciones a algunas almas, sustanciales. Y son de tanto momento y precio,
que le son al alma vida y virtud y bien incomparable, porque la hace más bien una
palabra de estas que cuanto el alma ha hecho toda su vida” (2S 31,1).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD