Comentario al evangelio del Jueves 27 de Marzo del 2014
Queridos amigos y amigas:
¿Por qué en la Biblia tiene tanta importancia el verbo “escuchar”? ¿Cuántas veces se repite la
expresión “Shemá Israel” (Escucha Israel)? Escuchar significa prestar atención a la palabra de Dios,
dejar que entre en nosotros, colocarla en el centro. Desde esta perspectiva se entienden mejor los
reproches que hoy nos lanza el profeta Jeremías. El pecado que denuncia es el de “no escuchar”.
Frente a la orden del Señor: Escuchad mi voz, en tres o cuatro ocasiones denuncia la actitud del pueblo
que se niega a escuchar: No escucharon ni prestaron oído (dos veces), Ya puedes repetirles este
discurso, que no te escucharán. Esta actitud es tan persistente que se convierte en una característica del
pueblo: Aquí está la gente que no escuchó la voz del Señor su Dios.
¿No estamos hoy viviendo un momento en el que oímos mucho pero escuchamos poco? Nuestros
hermanos de Latinoamérica prácticamente han desterrado de sus usos lingüísticos el verbo oír. Casi
siempre dicen “escuchar”. Y, sin embargo, ¡qué diferencia entre oír y escuchar! La palabra de Dios la
oímos muy a menudo, pero “como quien oye llover”; es decir, sin prestar atención, sin acogerla como
palabra dirigida a cada uno de nosotros.
¿No es la Cuaresma un tiempo para pasar del simple oír al escuchar? Caigamos en la cuenta de lo que
nos dice el salmo responsorial de hoy. Es como un mensaje que se hace eco de la profecía de Jeremías:
Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: No endurezcáis el corazón.
El evangelio de Lucas nos presenta el milagro de la curación por parte de Jesús de un hombre mudo.
Este hecho da pie a una discusión acerca de la autoridad con la que Jesús realiza esos signos. Algunos
de la multitud lo tienen claro: Si echa los demonios es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios.
Jesús, después de contar una parabolilla bastante irónica, da otra versión: Si yo echo los demonios con
el dedo de Dios, entonces es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros.
Se nos habla del origen de la fuerza de Jesús (Dios mismo) y de los signos a través de los cuales se
manifiesta esta fuerza, que nunca son signos demoníacos de esclavitud y enfermedad sino signos que
manifiestan lo que Dios es: salud, libertad, alegría.
C.R.