I Domingo de Cuaresma, Ciclo A.
Constructores de la paz
Las tres tentaciones que nos amenazan
La Palabra: “El tentador se acercó a Jesús y le dijo: ‘si eres el Hijo de Dios, di que
estas piedras se conviertan en pan. Tírate desde el pináculo del templo, para que
sus ángeles te sostengan en el vacío. Te daré todo el poder si postrándote me
adoras’” (evangelio).
1. Mientras vamos de camino, con frecuencia nos sentimos zarandeados por una
fuerza o instinto a cerrarnos en nosotros mismos, buscando solo nuestra seguridad
y descartando nuestra responsabilidad ante los demás. A eso llamamos tentación. Y
el primer ámbito en que se concreta ese individualismo es en la economía.
Consideramos que el valor principal es tener en abundancia y ahorrar por si acaso.
Ser como el hacendado de la parábola evangélica que acapara para sí y olvida a los
que pasan hambre. Ese hacendado aparentemente no hacía nada malo. Pero no
hacía lo que debía: compartir. Hoy el pecado que más muertes causa en nuestra
sociedad es el de omisión.
2. La segunda tentación son las apariencias y el prestigio social. En esos falsos
dioses ponemos nuestra confianza. Si Jesús se hubiera tirado desde el pináculo del
templo y hubiera quedado flotando en el vacío por intervención divina, ya no
necesitaba confiar en Dios, pues era evidente su protección. Además, al ver el
prodigio la gente creería en él y aceptaría su mensaje. ¡Cómo nos falsea esa
tentación de que los otros nos consideren como personas de alta categoría! Nuestra
dignidad radica en lo que somos, imagen del Creador, no en los cargos políticos o
eclesiásticos que tengamos, tampoco en los reconocimientos que nos otorguen ni
en las medallas que nos pongan.
3. La tentación del poder es muy frecuente y sutil. Porque todos tenemos algún
poder. La fuerza física, la capacidad de seducción, la inteligencia, la destreza en las
distintas áreas de la vida son poderes. Para ejercer su poder los niños gritan y los
ancianos esgrimen la memoria de sus hazañas o cuentan la gravedad de sus
actuales dolencias. A nada que nos descuidemos, nos vemos arrodillados ante el
dios del poder. Pero en la conducta de Jesús, evangelio viviente, el poder solo nos
salva como mediación del amor que sirve a los demás. El que quiera ser mayor sea
servidor de todos.
Fray Jesús Espeja, OP
Con permiso de Palabranueva.net