V Domingo de Cuaresma, Ciclo A
Domingo
Lecturas bíblicas:
a.- Ez. 37, 12-14: Os infundiré mi espíritu y viviréis.
La primera lectura, corresponde a la última parte de la visión de los huesos secos
de Ezequiel. Es toda una invitación a la esperanza, ya que Yahvé les promete
sacarlos del sepulcro de su exilio babilónico, país de muerte, para plantarlos en el
país de la vida. Todo ello será fruto de haber recibido la infusión de su espíritu
creador en ellos, vuelven a la vida humana y divina, personas libres, relacionadas
con el prójimo y con Dios. La intención del autor sagrado, apunta a la pronta
liberación del exilio y no a la resurrección de los muertos, como más tarde lo
entenderán los Padres de la Iglesia, pero eso no quiere decir que la imagen de los
huesos que vuelven a la vida, desborda la intención original del autor. El hecho de
evocar la imagen de la creación del hombre en el paraíso, al presentar la muerte
biológica del ser humano, el reconocer a Dios como Señor de la vida y la muerte, el
profeta, establece la victoria de la vida sobre la muerte, esencia del mensaje
pascual. Desde ahora todo cristiano podrá contemplar en estas páginas el símbolo
de la resurrección de Cristo Jesús y de cada bautizado.
b.- Rm. 8, 8-11: Tenemos el Espíritu de Dios que resucitó a Jesús.
San Pablo, nos presenta la antítesis carne-espíritu, es decir, al hombre que sólo
cuenta con sus fuerzas o el hombre que se fundamenta en la gracia salvadora de
Cristo Jesús (cfr.Jer.17,5-10). Andar según la carne, vendría a significar, ir por la
vida de espadas a Dios, es quien va camino de muerte, porque rechaza la
salvación. En cambio, el hombre del espíritu, camina seguro porque posee la vida
en sí, la que le da el Espíritu Santo de Dios. El soplo de Dios, es la señal de la vida,
superación de la fragilidad y de la caducidad. Con el Bautismo, muere el hombre de
carne y al ser injertado en Cristo, nace el hombre del espíritu, porque su cuerpo se
salva de la muerte por la resurrección de los muertos. La semilla de eternidad, que
el Espíritu Santo siembra en el alma del cristiano, lo destina a configurarse con
Cristo (cfr. Rm.8,29), para resucitar al final de los tiempos.
c.- Jn. 11, 1-45: Resurrección de Lázaro.
El evangelio nos presenta la resurrección de Lázaro. El evangelista en este signo de
Jesús, quiere resaltar no sólo la superioridad de Cristo sobre la muerte, sino que
quiere dar entender a los creyentes, discípulos y lectores, que estar íntimamente
unido a Cristo Jesús, nadie, ni la muerte, podrá separarlos de su amor. Quien cree
en Cristo Jesús, no muere para siempre. En el diálogo de Marta y Jesús,
encontramos la ense￱anza central del texto: “Yo soy la resurrecci￳n y la vida” (v.
24). La resurrección de Lázaro, es el resultado del poder y la eficacia de la fe, y no
sólo un signo de Jesús; el fruto precioso de la fe es la posesión de la vida eterna,
en el hoy, y no en el futuro. No hay que esperar al final de los tiempos, como creía
Marta, la vida nueva está aquí y ahora, es Jesucristo (v. 24). Lázaro
verdaderamente murió, lo que sucede, es que la muerte, no tuvo poder sobre él
ante la presencia de Jesús; desafía a la muerte, y la vence en la persona de su
amigo. Paradojalmente a mayor revelación de Cristo, mayor odiosidad de parte de
sus enemigos, los judíos incrédulos, lo que provoca en ellos el deseo de darle
muerte (v.8; v.53); al dador de vida se le quiere dar muerte. En todo este relato,
el movimiento de personajes, no hay que olvidar la motivación de Jesús, y la de
Juan, al redactar su evangelio: suscitar la fe. Sin fe en Cristo Jesús, no hay vida, ni
resurrecci￳n. A Marta, le requiri￳ este dato fundamental: “¿Crees esto?” (v. 26), y
el apóstol Juan, al finalizar su evangelio, confiesa que lo que ha escrito es para que
crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en su
Nombre (cfr. Jn. 20, 31). Desde ahora, el que vive en Cristo, vive más allá de la
muerte (v. 25), el creyente que vive en ÉL, nunca morirá espiritualmente. Jesús, es
vida y resurrección, por lo tanto, el que vive en ÉL, vive en el Espíritu (cfr. Jn. 3, 6;
5, 24-25); el que cree ahora, vive más allá de la muerte física (cfr. Jn. 5, 28-29; 6,
40-54). La clave del creyente está en responder como Marta: “¿Crees esto? Sí,
Se￱or, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo”
(vv. 26-27). La resurrección de Lázaro es anuncio de la resurrección de Cristo y de
la nuestra. ÉL es la respuesta, la única, ante el enigma de la muerte del hombre. La
comunión con Jesucristo, por la fe del bautismo, nos viene la vida eterna, que
alcanza al hombre entero, cuerpo y alma; el cristiano contempla la muerte, no
como los hombres sin fe, tiene un sentido nuevo, es el paso a la plenitud de la vida,
la unión con Dios definitiva, sin los velos de la fe, sino que es el cara a cara, la
visión beatífica. Quien cree en Jesucristo, se siente salvado de la muerte eterna,
engendrada por el pecado. La muerte física, la padeceremos todos, Cristo, también
murió. El cristiano está liberado de la tiranía de la muerte, del miedo y el sin
sentido de la vida, pasión inútil, que acaba en la nada. La muerte es la liberación,
que abre la puerta a la plenitud con Cristo resucitado. Es gracias a Cristo Jesús,
vida y resurrección nuestra, que por ser el Hijo de Dios, vence la muerte, para
siempre.
Juan de la Cruz, comentado los versos: “Decidle que adolezco, peno y muero” de la
segunda estrofa de Canto Espiritual, el místico comenta: “Las hermanas de Lázaro
le enviaron a decir, no que sanase a su hermano, sino que mirase que al que
amaba estaba enfermo: “Se￱or, aquel a quien tú quieres, está enfermo” (Jn. 11,
3). Y esto por tres cosas: la primera, porque mejor sabe el Señor lo que nos
conviene que nosotros; la segunda, porque más se compadece el amado viendo la
necesidad del que lo ama y su resignación; la tercera, porque más seguridad lleva
el alma acerca del amor propio y propiedad en representar la falta que en pedir lo
que a su parecer le falta. Ni más ni menos hace acá ahora el alma representando
sus tres necesidades; y es como si dijera: Decid a mi Amado que adolezco y él sólo
es mi salud, que me dé mi salud, y que pues peno y él sólo es mi gozo, que me dé
mi gozo, y que pues muero y él s￳lo es mi vida, que me dé vida” (CB 2,8).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD