V Semana de Cuaresma
Lunes
Lecturas bíblicas:
a.- Dan. 13,1-9.15-17.19-30.33-62: La casta Susana.
La narración de la primera lectura, nos lleva a considerar hasta dónde puede llegar
la maldad, de quien se deja guiar por sus pasiones, en este caso concreto, la lujuria
de dos jueces ancianos. La oportuna intervención del profeta Daniel, en el juicio
que le presentan a Susana y a su casa, la salva de morir lapidada por adulterio, ese
día se salvó una vida inocente (v. 62). Susana, había sido criada en la fe de sus
padres, y en la Ley de Moisés, por lo que supo orar diciendo: “Oh Dios eterno, que
conoces los secretos, que todo lo conoces antes que suceda, tú sabes que éstos han
levantado contra mí falso testimonio. Y ahora voy a morir, sin haber hecho nada de
lo que su maldad ha tramado contra mí”. El Se￱or escuch￳ su voz” (vv. 42-44). De
los ancianos se esperaba cordura y virtud, en cambio, escondían pasiones, que en
definitiva, los llevaron a la muerte. La virtud de Susana, su castidad matrimonial,
Dios la preservó, porque ella la defendió con valentía y con una oración confiada a
Yahvé.
b.- Jn. 8, 1-11: La mujer adúltera.
El evangelio nos presenta el caso de la adúltera, sorprendida en flagrante adulterio;
la adúltera, si era culpable, la Ley mandaba, apedrearla hasta morir (cfr. Lv. 20,10;
Dt. 22,22-24). Pasamos de la inocencia y castidad de Susana, al pecado de
adulterio, por parte de una mujer casada, sorprendida en flagrante rompimiento de
la fidelidad matrimonial. Jesús esa noche la había pasado en compañía de su Padre,
en oración, en el huerto de los Olivos (cfr. Jn.7, 53; 8,1; Lc. 4,42; 6,12; 9,18;
11,1; 21,37-38; 22,39-46). A la mañana siguiente al regresar al Templo a enseñar,
reunido todo el pueblo, los escribas y fariseos, le presentan a Jesús el caso de una
adúltera. Jesús, los fariseos y la mujer (vv.3-6). Dato trágico, puesto que la mujer
queda en medio entre Jesús y el pueblo, consciente que debe enfrentar la muerte,
los fariseos se la presentan para desafiar a Jesús (vv.4-5). Ellos saben lo que dice
la Ley, lo que haría Moisés, pero capciosamente le piden su opinión, pero con la
intención de poner a Jesús en conflicto con Moisés y la Ley (v.5). La mujer es sólo
un pretexto, para colocar al joven rabino contra la enseñanza secular de Moisés. En
caso de adulterio, el marido ponía la demanda de divorcio, que se concedía
automáticamente. Desde ese momento, el marido no tenía ya obligaciones para con
la mujer infiel, era toda una desgracia frente a su propia familia (cfr. Nm. 5). Al
divorcio, seguía el castigo. La ley de Moisés, consideraba el adulterio, como
contrario a la voluntad de Dios, un mal para la sociedad, por eso, el castigo era la
muerte. Si bien, en el tiempo de Cristo, ya no se aplicaba con tanto rigor, serán los
doctores de la ley y fariseos, quienes propician la condena de la mujer. El celo de
éstos por cumplir la ley, es toda una trampa para comprometer a Jesús. Buscaban
la opinión de un joven rabino, que le habían escuchado opiniones propias sobre la
Ley. Querían que se pronunciase, en un caso complejo. A Jesús se le presenta un
proceso, puesto que buscan una incoherencia en su doctrina. Jesús se inclina y
escribe en la tierra (vv.6-9). No sabemos el significado de este gesto pero se
presume indiferencia ante la pregunta, por haber convertido a la mujer, en
controversia u objeto legal, incluso decepción ante el modo de proceder de los
judíos. Ante la insistencia, se levanta, restablece el diálogo y dice: “Aquel de
vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra” (v.7; cfr. Lev.24,1-
16; Dt.13,10; 17,2-7). Si bien, no se especifica el pecado a que alude Jesús,
seguramente lo relacionaron con pecados del ámbito sexual. Se vuelve a inclinar y
sigue escribiendo en el suelo, pero todos se marcharon, comenzando por los
escribas y fariseos, los viejos, hasta quedar sólo Jesús y la mujer (v. 9). Nadie
puede sostener que esté libre de pecado, de acusadores pasan a ser acusados;
permanecen la desdichada mujer y la encarnación de la misericordia, enseña San
Agustín. Jesús y la mujer (vv.10-11). Jesús y la mujer solos (vv.10-11). Las
palabras de Jesús a la mujer: “Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿d￳nde están?
¿Nadie te ha condenado?» Ella respondió: «Nadie, Señor.» Jesús le dijo: Tampoco
yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más.” (vv.10-11). Son las primeras
palabras de Jesús a la mujer a quien se dirige como un tú, una persona, no un
objeto, se convierte en alguien con la que Jesús puede conversar. A su vez ella lo
llama Señor, nadie la ha condenado. Jesús le devuelve la vida, los fariseos de no
intervenir Jesús se la hubieran quitado. El mandato de no pecar en adelante,
establece una nueva relación de hija con Dios su Padre.
San Juan de la Cruz, exhorta a vivir pendientes del querer de Dios, por toda esa
bondad demostrada al perdonar nuestro pecado; su gracia nos ayudó a superar e
iniciar el camino de perfecci￳n. “Pero aunque Dios se olvida de la maldad y pecado
después de perdonado una vez, no por eso le conviene olvidar sus pecados
primeros al alma, pues dice el Sabio (207): “Del pecado perdonado no quieras estar
sin miedo”; y esto por tres cosas: la primera, para tener siempre ocasi￳n de no
presumir; la segunda, para tener materia de siempre agradecer; la tercera, para
que le sirva de más confiar para más recibir; porque si estando en pecado recibió
de Dios tanto bien, cuando está puesta en tanto bien en amor de Dios y fuera de
pecado, ¿cuánto mayores mercedes podrá esperar?” (CB 33,1).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD