“ESPERANZA DON Y TAREA”
Carta monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
para el 5º domingo de cuaresma
(06 de abril de 2014)
Desde este tiempo cuaresmal en el que queremos convertirnos a Jesucristo, el que murió y
resucitó, estamos llamados a ser testigos de la esperanza. El Evangelio (Jn 11, 1-45), nos
ayuda a encontrar el fundamento de la misma, ya que nos plantea la centralidad de la
“Resurrección” en nuestra vida cristiana: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en
mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees en
esto?”(Jn 11,20).
Es cierto que a veces hacemos un mal uso de la palabra esperanza, la empleamos en frases
engañosas y evasivas, o bien ligándola a un falso optimismo, a una mera ilusión o a una
utopía idealista, o bien al “tener buena onda”; “fulano es el que nos va a
salvar”…”tengamos buena onda y todo se arreglará”, “vengan a mi grupo y dejarán de
sufrir”. En general hay muchas frases que pueden ser alentadoras, pero habitualmente son
muy inconsistentes, porque delegan la propia responsabilidad a un mañana incierto, a un
tercero, o son dichas simplemente para salir del paso. Lamentablemente este mal planteo de
la esperanza nos va sumergiendo en nuevas y más profundas frustraciones.
La esperanza cristiana, teológica, está fundamentada en el misterio de la “Encarnación” y
“La Pascua”, o sea en el hecho de que Dios quiso hacerse uno de nosotros y así se ligo a la
historia humana. Por eso hablamos de una fe comprometida con la historia, con el drama
humano, con la búsqueda de transformación, con la certeza de la dinámica de la Pascua, de
la muerte y la Vida, que nos encamina a la eternidad.
Tenemos que tener los ojos abiertos para discernir y desechar a aquellos que postulan falsas
promesas o bien una especie de esperanza humana fácil, sin ninguna exigencia y
responsabilidad en la construcción y en la tarea de transformar nuestra sociedad.
Sería hipócrita pretender salir de las dificultades personales y sociales, de la crisis de
valores y de las formas de corrupción, y no tener la decisión de asumir el propio
compromiso responsable y constructor de un mañana mejor.
La esperanza cristiana nos debe potenciar a defender nuestros derechos, pero sobre todo a
asumir nuestros deberes ciudadanos. Esta tarea se inicia con el compromiso en las pequeñas
cosas cotidianas, en la participación de base, en nuestro pueblo o barrio, escuela o capilla.
Podemos decir que si existen dirigentes sociales, políticos, religiosos inadecuados es por
nuestra falta de responsabilidad y participación habitual, incluyendo el uso del voto que
tenemos los ciudadanos, y con el cual decidimos quienes son nuestros dirigentes.
Quiero señalar algunos signos de esperanza en este domingo en que el Señor en el
Evangelio nos dice: “Yo soy la Resurrección y la Vida”. El camino de evangelización que
vamos realizando en nuestra Diócesis, aún cuando hay tantas cosas por mejorar y
consolidar, revelan el compromiso de tantos agentes de pastoral, sacerdotes, consagrados y
laicos en querer profundizar el pedido de Aparecida y nuestro Sínodo, de ser una Iglesia
mas discipular y misionera. Entre otros signos de esperanza también debemos subrayar la
organización que se va generando en diversos emprendimientos, que aunque pequeños,
ayudan en la promoción y autoestima de muchas familias que viven en situación de
pobreza. Están formas de organización social superan ampliamente el asistencialismo, que
solo se justifica en situaciones de real emergencia, y que nunca pueden sustituir la dignidad
de aquello que se gana con el fruto del propio trabajo.
Este fin de semana realizamos la colecta cuaresmal del 1%. El ejercicio de la comunión de
bienes como fruto del amor que Dios nos tiene, y que nosotros debemos a nuestros
hermanos, nos ejercita en la caridad. Con ese gesto muchos de nuestros hermanos podrán
mejorar sus viviendas, ranchos, baños y letrinas. La muerte y la vida, la esperanza del
Señor Resucitado nos debe motivar a trabajar para mejorar nuestra realidad.
Un saludo cercano y hasta el próximo domingo.
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas