Obstinación y seducción
Entender el misterio del ser humano es asunto de toda la vida. Somos impredecibles,
indefinibles, infinitos. No es fácil decir: “Te conozco”. Eso es un reduccionismo
imperdonable. Dios nos hizo para la plenitud, inconmensurables. De ahí el respeto que
nos merece todo ser humano y sus decisiones y opciones. Nos acercamos a cada
persona en el ámbito mismo del misterio tanto en su gloria como en su postración más
denigrante.
El caso de Tomás es paradigmático. Lo menos que podemos decir es que es humano.
Con una inmensa cercanía a nuestras limitaciones, proyecciones y rebeldías. Y el gesto
de Jesús nos sorprende más. Tal vez quiera evitar la expulsión de su discípulo del grupo
de sus allegados. O me gusta más pensar que quería abrirnos un camino menos puritano
o espiritualista para llegar a la fe. Si no veo, si no toco, no creo, decía Tomás. Es nuestra
lucha, lo nuestro.
La obstinación de Tomás es nuestro drama de cada día. No basta que nos cuenten, o nos
digan las verdades. Nos es muy difícil persuadir o persuadirnos. La fe es una gracia, un
don. No se compra, no se negocia. Es una convicción que asume la totalidad de nuestro
ser, de nuestra vida. Va emparentada con la cruz del día a día que se compone de
realidades simples, de miradas o tocadas, de cercanías o proximidades hondas. Ese
Tomás somos nosotros. Nosotras.
Dios se vale de pequeños acontecimientos, personas, situaciones para decirnos su
presencia en nuestras vidas. Y, sin mucho esfuerzo, se nos abren los ojos. Somos
atraídos, seducidos. Y sale del alma como un grito que supera todo suspenso, el canto
de Tomás: “ᄀSeñor mío y Dios mío!”. Y de nuevo confrontamos el desafío: “Porque
vemos, ﾿creemos?”. Nuestras certezas siguen condicionadas a nuestra pequeñez. Sólo el
amor las supera.
Cochabamba 27.04.14
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com