V Domingo de Cuaresma, Ciclo A
Creo que Jesús es la Resurrección y la Vida
A las puertas de la semana santa la palabra de Dios de este domingo anuncia en
sus tres lecturas el triunfo de la vida sobre la muerte, que se hace patente en la
solemne proclamación evangélica de que Jesús es la Resurrección y la Vida .
Quien conoce a Jesús y se acerca a él, quien mantiene la amistad personal con él, y
quien cree firmemente en él no tiene que esperar ni siquiera el momento de la
muerte para experimentar el dinamismo de la resurrección final y escatológica y de
la nueva vida, pues ya ha pasado de la muerte a la vida. Las señales históricas de
ese paso de la muerte a la vida son la escucha de la palabra, la comunión
eucarística y el amor a los hermanos . El Espíritu de Dios es protagonista en ese
triunfo de la vida de Cristo en nosotros. Y ese Espíritu es el que da y dará vida
siempre a nuestros cuerpos mortales.
En el lenguaje profético apocalíptico de Ezequiel aparece el espíritu como un
aliento de vida que comunica la esperanza de la restauración al pueblo sumido en
la catástrofe del destierro (Ez 37,12-14) evocando la efusión del Espíritu en la
primera creación del hombre y anticipando la nueva creación en Cristo Resucitado.
La imagen de la apertura de los sepulcros de parte de Dios para demostrar la
Alianza de amor inquebrantable de Dios con su pueblo será la misma imagen con la
que el evangelista Mateo nos describa la gran intervención de Dios en la misma
muerte de Jesús el próximo de Ramos (cf. Mt 27,52-53). Muerte y Vida están
íntimamente unidas en el Crucificado, pues la muerte de Cristo por amor es entrega
total de la vida que da nueva vida a la humanidad. En el lenguaje teológico
existencial de Pablo es el Espíritu de Cristo resucitado el que da vida al ser
humano en su debilidad de criatura (Rom 8,8-11). El último de los signos en
el evangelio de Juan narra la muerte de Lázaro y su retorno a la vida
realizado mediante la palabra portentosa de Jesús (Jn 11,1-57) , y
constituye el preludio de la hora definitiva en que Jesús mismo resucite de entre los
muertos pasando por una muerte injusta y violenta vivida en el amor más
entrañable. Todo un mensaje de esperanza que podemos comunicar diciendo con
las palabras centrales del Evangelio dominical que proclaman que Jesús es la
resurrección y la vida.
Este episodio de la muerte y resurrección de Lázaro, el amigo de Jesús, en Betania,
es la ocasión oportuna para que se manifieste la gloria de Dios en la persona de
Jesús y para que muchos crean en él. Sin embargo, para los dirigentes
religiosos, los adversarios reales de Jesús, el hecho motivará su decisión final de
darle muerte. Así la resurrección del amigo se presenta como el último de los
signos realizados por Jesús antes de su propia pasión y constituye la señal cumbre
de la hora definitiva de Jesús, la cual tendrá lugar con su muerte y resurrección. La
enorme fuerza simbólica del episodio, más allá de su carácter histórico,
fundamentado con toda probabilidad en un hecho real de la vida de Jesús, anticipa
la confrontación personal de Jesús con la muerte así como su victoria sobre la
misma. El relato destaca el hecho prodigioso realizado por Jesús y los diálogos en
torno al mismo revestidos de una gran fuerza teológica. En él podemos apreciar dos
elementos esenciales. El diálogo central de la escena (Jn 11,21-27) revela
primeramente que Jesús maestro, Señor, Mesías e Hijo de Dios, es la
resurrección y la vida; y, en segundo lugar, que quien cree en él tendrá vida
para siempre.
Con este último signo de Jesús podemos decir que Él es la realización de toda
esperanza humana. Creer en Jesús significa tener vida hoy y tener vida
siempre; participar en la vitalidad propia del Espíritu de Dios que permite incluso
enfrentarse a la muerte biológica sin temor alguno, aunque sin eliminar el dolor que
ésta siempre supone. A partir de Jesús, amigo y hermano de la humanidad
sufriente, todo ser humano puede experimentar que la muerte no es la palabra
definitiva de la historia humana. La palabra definitiva es Jesús que, por ser él
mismo la vida, es también la resurrección. Así pues, teniendo acceso a Jesús, como
Marta y María, como los discípulos y como Lázaro, la situación humana cambia
radicalmente de rumbo. En el corazón de la humanidad irrumpe el amor de Jesús
dando una vida nueva, cuya calidad, impregnada por ese mismo amor,
trasciende la barrera de la muerte biológica.
Jesús se enfrentó a la muerte apostando por la vida humana. El pasaje evangélico
pone de manifiesto una de las grandes paradojas de la vida humana, que, a su vez,
constituye el núcleo del mensaje y del testimonio de Jesús: Dando la vida se da
vida . Por eso el amor de la entrega radical y gratuita de la vida, el amor solidario y
generoso, el amor a fondo perdido, experimentado en tantas situaciones de
sufrimiento humano, el amor hasta el final, acrisolado en el dolor es siempre
generador de vida. Para hacer posible esta transformación del dolor y de la muerte
en vida y en esperanza Jesús mismo experimentó hasta el fondo el desconsuelo
inherente a la pérdida del amigo, el dolor y la indignación interior por la muerte de
Lázaro. Y sólo desde la comunión solidaria con el dolor, y sin que éste desaparezca
de nuestro horizonte vital, se abre camino la esperanza de la resurrección. Jesús no
vino a cambiar el curso natural de la vida física, sino a infundir en ella un nuevo
sentido con la fuerza de su Espíritu y la potencia de su palabra, transmitiendo al ser
humano una esperanza siempre viva, fuente inagotable de la verdadera alegría. La
piedra sepulcral que los discípulos de Jesús debemos remover es enorme y pesada,
pues la losa de la muerte sigue sepultando a las masas de los pobres en nuestra
tierra. Frente a toda manifestación de muerte, contra toda violencia y
atentado a la vida, los que creemos que Jesús es la vida, hemos de apostar
por la vida, por la vida hoy y por la vida siempre, por la vida de todos y por
una vida digna.
Esta apuesta por la vida digna y por la vida en el Espíritu del Resucitado es la que
los Obispos bolivianos reflejan en su mensaje alentador al Pueblo de Dios en
esta semana pues parafraseando el contenido del llamado cuaresmal del papa
Francisco brindan una reflexión interpelante sobre la miseria material, moral y
espiritual de nuestro pueblo y llaman a la conversión, "a un decidido cambio en
nuestra vida personal y social" y a mirar a "la luz de la Pascua, que ilumina el
camino cuaresmal, [y] nos abre a la esperanza cierta de que el Resucitado es el
Señor de la vida y de la historia, vencedor del mal y de la muerte."
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura