VI Domingo de Pascua, Ciclo A
Domingo
Lecturas bíblicas:
Lecturas bíblicas:
a.- Hch. 8, 5. 8. 14-17: Les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.
La primera lectura nos hace vislumbrar, dentro del tiempo de Pascua, la presencia
del Espíritu Santo prometido por el Señor Jesús. La tarea de Felipe de evangelizar
se ve recompensada con la adhesión de los samaritanos a la fe en Jesucristo, el
Señor. La figura del mago, que creía tener un poder divino, nos enseña cómo
también él se somete al único poder que salva: la fe, puesto que termina
reconociendo el bautismo y se convierte por la palabra de Felipe. Fue una
conversión en cierto modo por interés, pero que termina con un arrepentimiento,
por no haber comprendido bien las cosas desde el comienzo (cfr. Hch. 8, 19-24).
Pedro y Juan, son enviados a Samaría, ante lo ocurrido y oran por este grupo de
nuevos convertidos para que recibieran el Espíritu Santo, ya que sólo habían sido
bautizados en el nombre del Señor Jesús. La imposición de manos y el don del
Espíritu Santo lo reciben con abundancia en su nueva vida de cristianos. La
presencia de estos dos apóstoles habla del interés de Lucas de dejar clara la
preocupación de la Iglesia de Jerusalén por la ortodoxia, además, en un territorio
como Samaría, siempre sospechosa para la mentalidad judía. A esto hay que
agregar que Felipe, pertenecía al grupo de los helenistas, por lo mismo algo
progresista para los judíos. La presencia de los apóstoles además de dar el visto
bueno o verificar los efectos de ella, completa la misión de Felipe, con la imposición
de las manos y la efusión del Espíritu Santo que ellos realizan. Si bien eran
bautizados y habían recibido el Espíritu Santo, lo que faltaba ahora era su efusión,
una nueva Pentecostés: el don de lenguas, el don de profecía, etc. En este sentido,
Lucas, deja claro que la efusión del Espíritu es por la imposición de manos de los
apóstoles y no efecto de la magia, como creía Simón, el mago. Esta presencia
apostólica viene a confirmar que el Evangelio ha sido predicado en Samaría, que
han recibido el Espíritu Santo y la unión que debe existir entre la Iglesia de
Jerusalén y esta nueva comunidad de cristianos. Los samaritanos excluidos de la
sinagoga ahora son parte de la Iglesia, por la imposición de manos y la unción del
Espíritu Santo.
b.- 1Pe. 3,15-18: Cristo murió y volvió a la vida por el Espíritu.
El apóstol Pedro declara dichosos a los que tengan, por ahora, que sufrir un poco,
por la fe en Cristo Jesús, por la justicia, por hacer el bien. En algunos lugares
profesar la cristiana era considerada un crimen, con obligación para los otros
ciudadanos de denunciarlos y así entablar juicios. Todo esto nos habla que quien
practica su fe en Cristo, no pasa desapercibido para los demás, lo que tiene
consecuencias, no siempre gratas, debido a la conducta que el cristiano posee como
camino de vida. ¿Qué actitud tomar en estas circunstancias? Jesús ya lo había
anunciado en el anuncio de las bienaventuranzas, su recompensa será grande en
los cielos (cfr. Mt. 5,12); ese premio es un estímulo para permanecer en la prueba
dando testimonio. El miedo puede causar estragos en el cristiano perseguido, puede
renegar de su fe, por ello Pedro, acude, para eliminar este peligro a la palabra
profética, donde se exhorta a los israelitas a no dejarse contagiar del pánico de sus
jefes y estar dispuestos a toda clase de compromisos con Yahvé, el único santo, el
único a quien hay que servir con santo temor (cfr. Is. 8, 12-13). El cristiano debe
glorificar a Cristo en su corazón, es decir, darle el espacio que le corresponde, y no
al miedo, con lo cual se tendrá la valentía necesaria para resistir la persecución de
los hombres o enemigos. El miedo puede llevar a renunciar a la fe, Pedro algo sabía
de esto, pero el cristiano convencido da razón de su fe ante quien sea (cfr. Mt.
26,73). Desde otra perspectiva, defender la propia fe, es un ejercicio, un
apostolado, una exigencia de la fe cristiana; ejercicio que se puede hacer, no
necesariamente, en ambiente de persecución ni coacción, sino en clima de diálogo
fecundo y sincero para presentar un camino alternativo a lo que la realidad ofrece
como filosofía de vida (cfr. Flp. 1,13-14). Se trata, en definitiva, de abrir las
puertas del reino de Dios a todos lo que se encuentren en clave de búsqueda y
esperanza. La alegría es componente de la vida teologal, creer, esperar y amar con
gozo es parte sustancial de la vida cristiana. El apóstol, sin embargo, recomienda
que la defensa de la fe, se haga con dulzura y respeto por el que no cree o está en
camino de búsqueda de algo que dé sentido a su vida; la razón última el mandato
de amor al prójimo (v.16). La buena conciencia debe ser fuente de libertad,
serenidad y valentía, claridad y caridad a la hora de defender y proponer la fe en
Cristo; si esto se hace con visión de esperanza puede resultar que el adversario
reconozca su error y recapacite. Termina exhortando el apóstol, a que el hombre se
aparte del mal, no del bien, así tenga que sufrir por su fe. Nuestra fe rechaza el
mal, no el sufrimiento que lo acompañará siempre, como muchas veces la
injusticia. Pero nos da una esperanza que sintetiza todo lo anterior: Jesucristo,
murió, por los pecados de todos, el justo por los injusto, pero volvió a la vida,
resucitó, por la acción del Espíritu.
c.- Jn. 14,15-21: Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor.
El evangelio nos introduce en la experiencia que Jesús tiene del Padre, y en la que
el Espíritu Santo realizará en la vida del cristiano. La verdadera comunión de los
discípulos con Jesús se dará en si guardamos sus mandamiento. ¿Cuáles? Ha
hablado de su mandamiento, de sus palabras, de mi palabra (cfr. Jn. 8, 28. 31. 43.
51). Este mandamiento se debe extender a toda su actividad reveladora,
permanecer en su amistad, condición sine qua non para que puedan hacerse dignos
de recibir su herencia: su Espíritu Santo, el Paráclito, el Abogado. Aquí el
evangelista, no se aparta de la concepción bíblica, cuando equipara
“mandamientos” con “palabra”, ya que para el Deuteronomio, la ley es ante todo
revelaci￳n divina, de hecho el Decálogo, es llamado las “diez palabras” en el AT.
Cuando Jesús habla del Espíritu se trata de su Espíritu, Espíritu de la Verdad, que
permanecerá con ellos y en ellos (cfr. Jn. 14,26; 15,26; 16,7-11.13-15). Por esto le
enseña que si bien se va, no los dejará huérfanos, volverá pronto (v. 18), se refiere
a su muerte y resurrección pero también a su presencia en la comunidad en los
días de Pascua y en el tiempo del Espíritu hasta que el vuelva. Este Espíritu tiene
por misión dar a conocer que Jesús vive en el Padre y el Padre en Jesús, pero la
guarda de los mandamientos, es decir, la palabra de Jesús es indispensable para
vivir la experiencia de Jesús resucitado. El mundo no comprende esto, se mantuvo
lejos de Jesús y lo mismo hará con el Espíritu, por ello dice que el Maestro, que no
lo ve ni lo conoce. Es interesante constatar que en Juan, el Espíritu habla al mundo
a través de la Iglesia, el Espíritu está sólo en la Iglesia, y actúa en el mundo sólo a
través de ella. No aparece en este evangelio ninguna acción directa del Espíritu en
el mundo, excepto que convence al mundo de su culpa, pero también por medio de
la comunidad eclesial. Jesús insistirá en que guarden su palabra, palabra que no es
suya sino del Padre, manifestación de que el discípulo lo ama a ÉL, y promete que
se manifestará a quien los guarde, más aún, será amado por el Padre, porque lo
ama a ÉL (v. 21). Todo lo cual manifiesta que los discípulos no podrán vivir sin ÉL,
les cuesta a los discípulos asumir que el Maestro vaya a la muerte y los deje sin su
presencia. Por su muerte, les explica, se va y el mundo no lo verá, pero sus
discípulos si lo verán, porque ÉL vive, lo mismo que sus discípulos, porque está en
el Padre, como los discípulos en él y ÉL en ellos (v. 20). Quiere, Jesús, procurarles
una mayor presencia, no sólo de ÉL, sino también del Padre. La presencia del Padre
se abre por Cristo en espacio para que ingresen los discípulos. No olvidemos que
Juan escribe, después de la Pascua, donde los frutos de los que Jesús prometió
antes de su despedida, se verifican. No olvidemos la presencia del Espíritu, que
comienza a ser protagonista como el Padre, donde el evangelista, exige para vivir
esta experiencia trinitaria la guarda de los mandamientos, comunión con su
existencia resucitada, por medio del amor. Presencia y amor del Padre y del Hijo, se
vinculan a la guarda de los mandamientos, de la palabra del Hijo. Todas estas
promesas tienen evidentemente un componente escatológico, es decir, la presencia
de Dios en la vida de los discípulos de ayer y de hoy en medio de su pueblo. Esa
experiencia también hoy habría que dimensionarla desde la mística, por lo que Dios
envuelve y penetra la vida del hombre hasta lo más íntimo de su ser hasta
regenerarlo, que le da sentido a su vida y sacia sus anhelos hasta el infinito. De
esta forma la comunidad apostólica y la eclesial de hoy quedan introducidas en la
morada de la Trinidad.
San Juan de la Cruz: “Cuando en las palabras y conceptos juntamente el alma va
amando y sintiendo amor con humildad y reverencia de Dios, es señal que anda por
allí el Espíritu Santo” (2S 29, 11). El Espíritu Santo de Dios, ense￱a Juan de la
Cruz, va dejando su huella en el espíritu del creyente cuando encuentra disposición
interior de querer caminar en la verdad revelada y en la propia, sembrando unión
de amor y voluntad con el Padre y el Hijo.
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD