VI Semana de Pascua
Lunes
Lecturas bíblicas:
a.- Hch. 16, 11-15: San Pablo en Filipos: la conversión de Lidia y su familia.
La estadía de Pablo en Filipos, fue fructuosa por la predicación y por los resultados,
como la conversión de la familia de Lidia. El hospedaje al que consiente Pablo, nace
de la invitación que hizo esta noble dama, y por otra parte, es el tributo a Dios, por
la palabra y el bautismo recibidos, de parte de Pablo en su evangelización de esas
personas. Vemos como lo humano y lo divino se une en admirable convivencia,
haciendo del hombre y de la mujer en este caso, mejores personas. Lucas, le da
una importancia relativa, pero un significado especial, muy en línea de su
evangelio. En éste nos ha presentado a Jesús como el Salvador, por los demás
débiles, entre esos la mujer. En el evangelio de Lucas, las mujeres son promovidas
como seres humanos y abiertas a la palabra de Dios; la primera creyente de Europa
es una mujer, trabajadora, empresaria diríamos hoy, porque maneja el negocio de
la púrpura. En lo religioso Lidia es temerosa de Dios, capaz de acoger a unos
misioneros judíos, que siempre acudían a otros connacionales; la casa de esta
buena mujer se convierte en centro de reunión de los cristianos. Esta es la cuna de
una de las comunidades más fervorosa fundadas por Pablo, pero el autor sagrado
quiere destacar, que la conversión de Lidia es obra de Dios porque “le abrió el
corazón” (v.14).
b.- Jn. 15, 26-27; 16,1-4: El Espíritu procede del Padre y del Hijo.
El evangelio nos habla del testimonio que el Espíritu Santo y el creyente están
llamados a dar a favor de Jesucristo, el Señor. Su testimonio de entrega a la
voluntad del Padre, su misterio pascual, es con lo que cuente el discípulo a la hora
de dar testimonio, sobre todo, en la persecución de la que también habla Juan. Pero
ahora se agrega al testimonio cristiano, la fuerza del Espíritu Santo de Dios, verdad
que procede del Padre. La presencia del Espíritu asegura, entre los discípulos, la
palabra de la verdad, que en la voz del discípulo se hace presente en la sociedad y
sobre todo a los enemigos de la fe cristiana, que de alguna forma, prolongan el
juicio del mundo contra el propio Jesús, en la vida de su Iglesia y de sus discípulos.
El cristiano, tiene que estar preparado para la persecución, a causa de su adhesión
a Jesucristo. Las palabras que pueda decir en su defensa las pondrá el Padre en su
boca, “porque el espíritu de vuestro Padre hablará en vosotros” (Mt. 10, 19ss). Hoy
más que nunca se necesita el testimonio de quien conoce realmente a Jesucristo,
para saber defender o proponer, si es el caso, su visión del hombre y de la realidad,
ante la mentira que propone la sociedad en que vivimos. “Os he dicho esto para
que no os escandalicéis. Os expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora
en que todo el que os mate piense que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no
han conocido ni al Padre ni a mí. Os he dicho esto para cuando llegue la hora, os
acordéis de que ya os lo había dicho” (Jn. 16, 1-4). La ignorancia religiosa puede
ser en buena parte culpable de esta situación de persecución, pero cuando daña a
las personas e instituciones y se abandona lo racional o el derecho, se puede caer
en el caos más absoluto. Será la oración constante la que asegure el testimonio del
cristiano y la fuerza del Espíritu Santo que también da testimonio de Cristo Jesús, la
que mantendrá al discípulo en pie y como hizo ÉL, vencerá al mundo y sus
mentiras. La vida teologal que plantea el místico pasa por la obra que el Espíritu
Santo hace en el alma del creyente, lo que significa que las tres virtudes teologales
de fe, esperanza y caridad, armen al cristiano, no sólo para el combate sino para
vivir el evangelio en todas las circunstancias de su existencia. Las tres facultades
del hombre: entendimiento, memoria y voluntad, quedan al servicio de la vida
teologal. Es la fuerza del Espíritu la que transforma la vida de la Iglesia y del
cristiano desde lo interior.
San Juan de la Cruz, nos enseña que Dios toma la voluntad del hombre si se la
entrega y comienza a transformar al creyente desde lo interior. Ahí la acción del
Espíritu Santo es esencial: “Y mi voluntad salió de sí, haciéndose divina, porque,
unida en el divino amor, ya no ama bajamente con su fuerza natural, sino con
fuerza y pureza de Espíritu Santo, y así la voluntad ya acerca de Dios no obra
humanamente; ya ni más ni menos, la memoria se ha trocado en aprehensiones
eternas de gloria” (2N 4,2).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD