VI Semana de Pascua
Sábado
Lecturas bíblicas:
a.- Hch. 18, 23-28: ¿Apolo, seguidor del Bautista o cristiano?
Los Hechos nos presentan este personaje Apolo, que precedió a Pablo en su estadía
en Éfeso. Este hombre parece ser era cristiano, pero a pesar de lo que dice Lucas,
acerca de su instrucción: conocía las Escrituras y todo lo referente a Jesús, sólo
conocía el bautismo de Juan (vv. 24-25). ¿Fue miembro de algún grupo seguidor
del Bautista y más tarde se hizo cristiano? Parece que fue educado en la escuela
alejandrina por el célebre filósofo y teólogo Filón de Alejandría. Ahora bien que se
declare cristiano y no conocer el bautismo de Cristo parece difícil aceptar así su
identidad. Al entrar en la comunidad cristiana de Éfeso, tiene gran éxito con su
predicación, debido quizás a su formación alejandrina. Recordemos que Alejandría
era uno de los mayores centros de formación de griegos y judíos de la época. Ahí
se había el esfuerzo académico de interpretar la Escritura desde las categorías
filosóficas. Es precisamente esa interpretación la que hacía la diferencia entre Apolo
y Pablo. Más tarde un grupo de cristianos de Éfeso se va identificar con este Apolo
(1 Cor. 1, 17ss; 2,1). Será Aquila y Priscila quienes van a completar su formación
catequética, lo que habla de su amplitud de miras, al aceptar el modo de
interpretar en definitiva de Pablo que estos catequistas le enseñaron, sobre el
acontecimiento Cristo, evangelio, sacramentos, etc. De Efeso, Apolo pasa a Corinto,
con cartas de recomendación para esa comunidad de parte de los hermanos, lo que
habla de las buenas comunicaciones que había entonces. Entre las comunidades.
Ciertamente Apolo, con su excelente formación bíblica fue una gran ayuda para los
corintios, penetrar en el misterio de Jesucristo desde la Escritura, lo que establecía
diferencia y claridad entre la interpretación judía y la cristiana. Su método
interpretativo, la alegoría y la incorporación de principios filosóficos, eran la clave
de su predicación. Muchos aceptaron la fe en Cristo por su elocuencia al exponer el
misterio de la fe cristiana, también en Corinto, con gente de un nivel superior de
formación religiosa y cultural, al resto de la comunidad (1 Cor. 1, 26).
b.- Jn. 16, 23-28: Pedid en mi nombre. El Padre os quiere porque me
queréis a mí.
El evangelio nos muestra el fruto de vivir la comunión con Jesús y con su Padre y
de los discípulos entre sí surgen la oración confiada y un mayor conocimiento del
mismo Jesús como revelador del Padre. Son varias las veces que Jesús, asegura
que cuanto pidamos al Padre en su Nombre se cumplirá (vv. 23. 24. 26.). Es
consciente que todavía no ha sido glorificado, por eso todavía los discípulos no han
pedido nada y porque no han recibido el don del Espíritu Santo, fruto precisamente
de haber subido a la diestra de su Padre Dios. Así como nos enseña a pedir en su
Nombre, también del Padre se recibe en su Nombre. De ahí la oración no debe ser
siempre sobre los problemas de la vida sino mirar a la comunión con Dios y la meta
de la vida eterna donde se alcanzará la alegría perfecta (v. 24). Esta intimidad con
el Hijo y con el Padre ha ido pedagógicamente de las parábolas hasta el
conocimiento claro acerca del Padre. ¿Qué quiere decir Jesús? Hasta ahora ha
usado parábolas para comunicar su mensaje de salvación y para hablar de su
Padre. He llegado la hora de hablar claro de su relación con su Padre, al cual, por
medio de ÉL, también nosotros tenemos acceso, pues nos considera sus hijos en
Cristo (v. 25). El motivo de que el Padre nos ama y nos concederá cuanto le
pidamos, es que amamos a su Hijo y creamos que salió del Padre (v. 27). Es
importante entonces, para vivir esta comunión con el Hijo y con el Padre,
reconocerlo como Hijo de Dios, y amarlo como lo ama su Padre. La oración será la
mejor herramienta, la mejor llave para mantener la comunión con Cristo. La
eficacia de la misma radica en que hay que hacerla en su Nombre; es fruto de la
comunión vital del discípulo con Jesús, en quien cree firmemente, ama con
profundidad y cuya palabra guarda en su corazón, haciendo de su existencia un
templo de la Trinidad. Es la inhabitación trinitaria en el alma del justo (cfr. Jn. 14,
13. 23). Si bien Jesús es el único mediador entre Dios y los hombres deja abierta la
posibilidad que los hijos acudan directamente al Padre por la confianza y el amor
que el Hijo y el Espíritu Santo han infundido en el alma del creyente. “Aquel día
pediréis en mi nombre y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el
Padre mismo os quiere, porque me queréis a mí y creéis que salí de Dios”. (vv. 26-
27). Esto se entiende desde la perspectiva de saber que la relación de amor de los
creyentes es tan fuerte por la presencia de Jesús en sus vidas por la obra que
realiza el Espíritu Santo que se dirigen directamente al Padre por el amor con que
sienten que los ama, el mismo amor con que ama a su Hijo desde siempre. Pedirá,
no por ellos sino con ellos al Padre, en su nueva vida de resucitado en la gloria y en
su Iglesia. Se forma una unidad de vida y amor entre la Trinidad y los creyentes,
una comunión, hasta convertirse éstos en alabanza de su gloria (cfr. Ef. 1, 6.
12.14). Desde esta visión se comprende que la oración del discípulo, es también la
oración y la alabanza de Jesucristo al Padre. Somos escuchados y atendidas
nuestras peticiones, precisamente porque oramos con el Hijo y con el Espíritu,
cuando no sabemos pedir lo que nos conviene. Lo hace con gritos inefables (cfr.
Rm. 8, 26) resonando su voz en el cielo y en el corazón del hombre.
En Llama de amor viva, San Juan de la Cruz, vierte la experiencia que posee y de
aquellos otros, que guiados por el Espíritu Santo descubren que lo mejor, es dejarle
orar en sus almas, en subido amor que llamea y enciende de santos deseos, y el
mayor de ellos es ir a gozarle en la eternidad luego de concluir el camino de la vida
contemplativa. “Oh llama del Espíritu Santo…ahora que estoy tan fortalecida en
amor, que no sólo no desfallece mi sentido y espíritu en ti, mas antes, fortalecidos
de ti, mi corazón y mi carne se gozan en Dios vivo (Sal 83, 2), con grande
conformidad de las partes, donde lo que tú quieres que pida, pido, y lo que no
quieres, no quiero ni aun puedo ni me pasa por pensamiento querer; y pues son ya
delante de tus ojos más válidas y estimadas mis peticiones, pues salen de ti y tú
me mueves a ellas, y con sabor y gozo en el Espíritu Santo te lo pido, saliendo ya
mi juicio de tu rostro (Sal 16, 2), que es cuando los ruegos precias y oyes, rompe la
tela delgada de esta vida y no la dejes llegar a que la edad y años naturalmente la
corten, para que te pueda amar desde luego con la plenitud y hartura que desea mi
alma sin término ni fin” (LB 1,36).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD