A LAS PERIFERIAS DEL HOMBRE
Padre Javier Leoz
“Las periferias”. Dos palabras que, desde el inicio del Pontificado del Papa
Francisco, suenan por activa y por pasiva en nuestra vida eclesial: hay que salir al
encuentro del hombre. “Prefiero una Iglesia accidentada que enferma (replegada)”
(Papa Francisco).
El Jueves Santo, en gestos, imágenes, forma y fondo es fiel reflejo de ese descenso
a las periferias de la humanidad por parte de Jesús, horas antes de su pasión,
muerte y resurrección.
Si Jesús lo hace, doblegarse ante unos discípulos desconcertados, no es por simple
cortesía. Es un claro signo de por dónde han de discurrir los parámetros de sus
seguidores: servir amando y amando sirviendo.
1.- En Jueves Santo, habla el amor y la fraternidad y callan las palabras. Si el Señor
realiza algunas cosas llamativas como el lavatorio de los pies, es para sugerirnos el
camino para ser como El: no quedarnos en simples gestos y hacer de nuestra vida
cristiana una ofrenda. Querer a ratos es fácil pero, hacer del amor y del servicio
una constante en nuestra vida, se nos hace cuesta arriba.
En Jueves Santo el Señor, expresa su más íntima convicción: hay que desgastarse
y con generosidad. El mandamiento del amor se escucha y se visualiza por los
cuatro costados de esta celebración. Si el Señor lo hizo, lo tendremos que imitar
también nosotros. En el amor estará nuestro escudo, nuestro carnet de identidad y
nuestra defensa. Quedarán para siempre en la memoria del Señor cinceladas
aquellas escenas en las que, nuestras manos ayudaron; en las que nuestros brazos
levantaron; en las que nuestros pies señalaron el camino a los demás.
Si el Señor lavó los pies, también nosotros tendremos que limpiar los ojos de
aquellos que están tristes o amargados de la vida. Los pies de tantos hermanos
nuestros que ya no desean caminar y que han preferido quedarse en la
superficialidad de lo exclusivamente aparente. ¡Qué gran testimonio! ¡Dios, una vez
más, a los pies de los hombres! ¡Pobre y pequeño en Belén y nuevamente como
siervo y humilde a nuestros pies! ¿Y todavía no entendemos lo mucho que Dios nos
quiere? Abramos los ojos. El Señor se arrodilla ¿Seremos capaces de no
enternecernos ante su cuerpo en tierra? ¿Nos atreveremos a buscar entre las
periferias de la humanidad los “nuevos pies” necesitados de cari￱o, higiene y
consuelo?
2. Hoy, además, no podemos menos que, dar gracias al Señor por los sacerdotes.
En este día nace el sacerdocio del Nuevo Testamento. Es el día del sacerdocio que
germina y se visualiza en la mesa de Jueves Santo. El sacerdocio que se identifica
plenamente con el de Cristo. El sacerdocio que, como Cristo, quiere ofrecer y
ofrecerse por la vida de los creyentes. No solamente damos las gracias a Dios por
todos aquellos que presidimos en el nombre del Señor las comunidades cristianas
sino que, además, pedimos perdón por nuestros errores. Por nuestra falta de
caridad o por todo aquello que empaña u oscurece lo que debiera de ser un
testimonio permanente y transparente de la presencia de Cristo: la santidad.
Perdón, por todo ello, Señor. Pedir, al Señor, por nosotros y por aquellas veces en
las que no estamos a la altura del Ministerio al que hemos sido llamados. Por ser
más funcionarios que servidores, por quedarnos –a veces- en la comodidad en
detrimento del beneficio al resto de la comunidad.
3. En Jueves Santo, el Señor desplegó un inmenso altar. Un mandamiento nos dejó
al calor de la última cena: “amaos” y, un deseo nos pidi￳: “haced esto en memoria
mía”. El celebrar esta eucaristía, cuando entramos en total comunión con Cristo,
nos sentimos insignificantes. ¡Es tan grande el Misterio de Jueves Santo! ¡Es tanto
lo que encierra esta celebración!
En Jueves Santo, el Señor, nos dejó la clave para estar permanentemente con El: el
amor y la eucaristía. Por el amor intuirán los que nos rodean que somos de los
suyos y, con la eucaristía, al entrar en comunión con El, nos da la fuerza y el
impulso necesario para no cejar en ese empeño de entrega, generosidad y
ofrecimiento de nuestra vida. ¿Somos conscientes del valor infinito de la Eucaristía?
4.- A VUESTROS PIES, HERMANOS
Me rendiré, como sacerdote,
para recordarme a mí mismo
que, un sacerdocio sin obras,
son palabras que tal vez disipa el viento
Que una entrega clavada y escrita en discursos
exige como broche de oro el amor.
Un amor que es sacrificio y sufrimiento,
pasión, incomprensión e incluso rechazo.
¡A VUESTROS PIES, HERMANOS!
Me inclinaré como cristiano
Sabiendo que, si digo ser de Cristo,
he de descender a la realidad del que llora
o desde la pobreza añora una mano amiga
¡A VUESTROS PIES, HERMANOS!
Derramaré el agua de mi tiempo
cuando, la soledad que a tantos atenaza,
reclame mi atención, mi presencia o mi consejo
Enjugaré, con las lágrimas de mi compasión,
cuando encuentre peregrinos que han perdido el norte
almas que, por el camino, quedaron tibias
corazones que, en tantas traiciones,
¡A VUESTROS PIES, HERMANOS!
Caeré envuelto con la toalla de mi comprensión
ataviado con el traje del que sirve más y mejor
fortalecido con la jofaina de la oración
enriquecido con el agua de la fe
empujado con las armas de la oración
¡Sí! ¡A vuestros pies, como Jesús!
Me inclinaré para, en esos pies sufrientes
encontrar las huellas de un Dios invisible pero visible
triunfante pero presente en la humanidad doliente
celeste pero abrazado al hombre bajo mil cruces
¡A VUESTROS PIES, HERMANOS!
Dirigiré mis ojos, mis manos y mi corazón
Mi ojos para ver en ellos el rostro de Cristo
Mis manos, para ser testigo de la fe y del Evangelio
Mi corazón, para no quedarme disfrazado en palabras
Gracias, Señor, porque al buscar mis pies
me indicas y sugieres el camino que he de seguir
para amarte, servirte y ofrendarte mi vida entera:
¡EL AMOR QUE SE DA CAYENDO A LOS PIES DE LOS DEMÁS!