¡MERECIÓ LA PENA!
Padre Javier Leoz
Era el grito de un soldado que, después de una dura batalla contra el enemigo, se
escuchaba entre los riscos de la monta￱a: “¡Victoria! ¡Mereci￳ la pena! Los
cristianos a dos mil años de aquel gran acontecimiento que ha marcado a toda la
humanidad, también proclamamos y cantamos en la oscuridad de esta noche: ¡La
pasión y muerte de Jesús mereció la pena! ¡Su victoria, sobre la muerte, es victoria
sobre la muerte de todos nosotros!
1.- Estamos celebrando la “madre de todas las vigilias”. Estamos, sin olvidar la
maravillosa noche de Belén, ante la noche más generosa y salvífica de la vida
cristiana: la mano potente de un Dios que nunca abandona rompe en mil pedazos el
absurdo de la muerte y, de la tiniebla, nos hará pasar a la luz.
En Jueves Santo hablaba el amor; en Viernes Santo hablaba el silencio que se
desangraba en la cruz y en Sábado Santo, en esta Vigilia Pascual, la Iglesia
proclama lo que vive y siente: ¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya! ¡Mil veces aleluya!
-Seguiremos con los mismos problemas de siempre, pero con la fe en la
Resurrección, seremos más fuertes y con más hombro para soportarlos y hacerles
frente.
-Tendremos hambre y sed de justicia, pero desde la fe, sabremos que la hemos de
conquistar buscando el bien del otro y no sólo el particular.
-Vendrán a nuestro encuentro, como ocurrió con Tomás o con los de Emaús, dudas
o desencanto, pero arropados por la fe comprenderemos que Cristo está en medio
de nosotros como Alguien vivo, activo, operativo y comprometido con nosotros.
¿Seremos capaces de reconocer los signos de su presencia allá donde estamos?
Una vez más, y con la voz del Papa, afirmamos: “No podemos ceder ante el
pesimismo”.
2.- Hoy, en esta Vigilia Pascual, los signos nos hablan de vida, de frescura, de
renovación, de fiesta, de esperanza. Hoy, en esta Vigilia Pascual, nos sentimos
centinelas con los ojos abiertos contemplando algo insólito: ¡Cristo ha resucitado!
Hoy, a cambio de nuestro abandono, traición, incoherencia o contradicciones
personales y hasta eclesiales, el Señor nos devuelve todo lo contrario: existencia
totalmente nueva.
La Vida que surge del sepulcro no es un revivir sino un resucitar para que,
nosotros, también lo hagamos junto con Él. Aquí se sostiene el meollo de nuestra
fe. Creer en ello, en la Resurrección, nos infunde valor en la lucha, alegría en el
trabajo, ilusión en el caminar y -sobre todo- razón para nuestra fe: teniendo tanto
por delante, para el día de después de nuestra muerte, nos invita a CREER EN
CUERPO Y ALMA. ¡Aleluya! ¡Mil veces aleluya! ¿Católicos que no creen en la
Resurrección de Cristo? ¡Imposible! Ni son católicos ni mucho menos son cristianos.
Es como quedarse en la presentación de un libro sin aventurarse a leer su
contenido.
3.- Si en el día de la Ascensión, los discípulos se quedarán plantados mirando hacia
el cielo, nosotros en esta noche tenemos un reto: ¿Cómo hacer presente este
anuncio a los que ha perdido el norte de su fe? ¿Cómo llevar, este regalo de vida, a
los que viven pensando que todo acaba aquí y ahora? Por eso mismo, esta Vigilia
Pascual, nos ha de inyectar tres sueros divinos:
-Testimonio del resucitado. Si decimos creer en Cristo es porque, en algún
momento, hemos sentido su presencia. No podemos acallar esos sentimientos.
Vayamos y, en nuestras casas, que se note que venimos radiantes e iluminados por
el fulgor de esta noche.
-Convencimiento de lo que hemos celebrado. Esta liturgia no se puede quedar en la
belleza o profusión simbológica. Aquí, hoy, palpamos el triunfo de Cristo sobre la
muerte. Somos unos convencidos de la suerte que nos espera. No creemos para ser
buenos o malos. Creemos para poder resucitar con Cristo y en Cristo.
-Alegría. Un cristiano, lo decía San Agustín, no puede vivir tristemente su fe.
¿Dónde hemos dejado la alegría cristiana? Jesús, al resucitar, nos presenta un
horizonte de eternidad. Nos invita a mirar más allá de la temporalidad de nuestro
cuerpo. Nos empuja a esforzarnos por un mundo mejor pero sin caer en el puro
humanismo sin Dios. Nos promete algo que nadie, sino Él, puede poner al alcance
de nuestra mano: el cielo. Eso se ha de manifestar en una actitud interna y externa
de alegría. Que allá donde nos encontremos, por nuestra forma de ser, de
desvivirnos, expresarnos y sonreír, la gente note que no solamente hemos
celebrado la Pascua del Señor sino que, en esa Pascua, nos hemos encontrado cara
a cara con Él. ¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN! ¡SEAMOS CENTINELAS DE ESTA
GRAN NOTICIA!
4.- ¡CON TU VICTORIA, SEÑOR!
Saldremos de la oscuridad de la noche
a un inmenso paraíso en el que, sólo, existe el día
Con tu victoria sobre el pecado
intentaremos ser mejores buscando lo santo y bueno
Con tu victoria sobre el mal
nos alejaremos de los senderos que alejan de Ti
De la tiniebla que nos confunde
Del error que nos debilita
De la desilusión que nos paraliza
¡CON TU VICTORIA, SEÑOR!
Nuestro cuerpo, además de humanidad,
destilará ansias de eternidad
De una nueva ciudad y de un nuevo rostro
de un mañana mejor y de una felicidad fecunda
de un futuro en el que, de verdad,
podamos decir que somos felices
¡CON TU VICTORIA, SEÑOR!
La muerte será una siesta de una tarde
un descanso para levantarnos en mañana de Pascua
un silencio para, luego, explotar en palabras de gloria
una humillación para, a tu voz,
estallar en existencia sin tregua, final ni llanto
¡CON TU VICTORIA, SEÑOR!
Se alegra tu Iglesia toda
esa Iglesia que, de tu costado,
sabe nutrirse de la fortaleza para el duro combate
Se asombra tu Iglesia toda
al verse inundados los ojos de sus hijos
por tan luminosa claridad de tu Pascua
¡CON TU VICTORIA, SEÑOR!
¡SIEMPRE TU VICTORIA!
Nos trae juventud y anhelos de justicia
de futuro sin nubarrones a nuestra existencia
Nos lleva, oh Señor, a descubrir que DIOS
aguarda con los brazos abiertos
a todos los que en la tierra le buscan y no le olvidan
¡TU VICTORIA, SEÑOR!