PRIMER DOMINGO DE PASIÓN O DE RAMOS
LECTURAS:
PRIMERA
Isaías 50,4-7
El Señor Yahveh me ha dado lengua de discípulo, para que haga saber al cansado
una palabra alentadora. Mañana tras mañana despierta mi oído, para escuchar
como los discípulos; el Señor Yahveh me ha abierto el oído. Y yo no me resistí, ni
me hice atrás. Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban, mis mejillas a los que
mesaban mi barba. Mi rostro no hurté a los insultos y salivazos. Pues que Yahveh
habría de ayudarme para que no fuese insultado, por eso puse mi cara como el
pedernal, a sabiendas de que no quedaría avergonzado.
SEGUNDA
Filipenses 2,6-11
El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino
que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a
los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo,
obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó
el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla
se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que
Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre.
EVANGELIO
Mateo 26,14-66
Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos
sacerdotes, y les dijo: ¿Qué quieren ustedes darme, y yo se lo entregaré?» Ellos le
asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una
oportunidad para entregarle. El primer día de los Azimos, los discípulos se
acercaron a Jesús y le dijeron: «¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos
para comer el cordero de Pascua?» El les dijo: "Vayan a la ciudad, a casa de fulano,
y díganle: "El Maestro dice: "Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la
Pascua con mis discípulos". Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado,
y prepararon la Pascua. Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce. Y mientras
comían, dijo: "Yo les aseguro que uno de ustedes me entregará". Muy entristecidos,
se pusieron a decirle uno por uno: "¿Acaso soy yo, Señor?" El respondió: "El que ha
mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará. El Hijo del hombre se va,
como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es
entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!" Entonces preguntó
Judas, el que iba a entregarle: "¿Soy yo acaso, Rabbí?" Dícele: "Sí, tú lo has dicho".
Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a
sus discípulos, dijo: «Tomen, coman, este es mi cuerpo". Tomó luego una copa y,
dadas las gracias, se la dio diciendo: "Beban de ella todos,porque esta es mi sangre
de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados. Y les digo
que desde ahora no beberé de este producto de la vid hasta el día aquel en que lo
beba con ustede, nuevo, en el Reino de mi Padre". Y cantados los himnos, salieron
hacia el monte de los Olivos. Entonces les dice Jesús: "Todos ustedes van a
escandalizarse de mí esta noche, porque está escrito: "Heriré al pastor y se
dispersarán las ovejas del rebaño". Mas después de mi resurrección, iré delante de
ustedes a Galilea". Pedro intervino y le dijo: "Aunque todos se escandalicen de ti,
yo nunca me escandalizaré". Jesús le dijo: "Yo te aseguro: esta misma noche,
antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces". Dícele Pedro: "Aunque
tenga que morir contigo, yo no te negaré". Y lo mismo dijeron también todos los
discípulos. Entonces va Jesús con ellos a una propiedad llamada Getsemaní, y dice
a los discípulos: Siéntense aquí, mientras voy allá a orar". Y tomando consigo a
Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces
les dice: "Mi alma está triste hasta el punto de morir; quédense aquí y velen
conmigo.» Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: "Padre
mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino
como quieras tú". Viene entonces donde los discípulos y los encuentra dormidos; y
dice a Pedro: "¿Conque no han podido velar una hora conmigo? Velen y oren, para
que no caigan en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil". Y
alejándose de nuevo, por segunda vez oró así: "Padre mío, si esta copa no puede
pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad". Volvió otra vez y los encontró
dormidos, pues sus ojos estaban cargados. Los dejó y se fue a orar por tercera vez,
repitiendo las mismas palabras. Viene entonces donde los discípulos y les dice:
Ahora ya pueden dormir y descansar. Miren, ha llegado la hora en que el Hijo del
hombre va a ser entregado en manos de pecadores. ¡Levántense!, ¡vámonos! Miren
que el que me va a entregar está cerca". Todavía estaba hablando, cuando llegó
Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo numeroso con espadas y palos,
de parte de los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El que le iba a entregar
les había dado esta señal: "Aquel a quien yo dé un beso, ése es; préndanlo". Y al
instante se acercó a Jesús y le dijo: "¡Salve, Rabbí!", y le dio un beso. Jesús le dijo:
"Amigo, ¡a lo que estás aquí!" Entonces aquéllos se acercaron, echaron mano a
Jesús y le prendieron. En esto, uno de los que estaban con Jesús echó mano a su
espada, la sacó e, hiriendo al siervo del Sumo Sacerdote, le llevó la oreja. Dícele
entonces Jesús: "Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que empuñen
espada, a espada perecerán. ¿O piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que
pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles? Mas, ¿cómo se
cumplirían las Escrituras de que así debe suceder?" En aquel momento dijo Jesús a
la gente: "¿Como contra un salteador han salido a prenderme con espadas y palos?
Todos los días me sentaba en el Templo para enseñar, y no me detuvieron. Pero
todo esto ha sucedido para que se cumplan las Escrituras de los profetas". Entonces
los discípulos le abandonaron todos y huyeron. Los que prendieron a Jesús le
llevaron ante el Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los
ancianos. Pedro le iba siguiendo de lejos hasta el palacio del Sumo Sacerdote; y,
entrando dentro, se sentó con los criados para ver el final. Los sumos sacerdotes y
el Sanedrín entero andaban buscando un falso testimonio contra Jesús con ánimo
de darle muerte, y no lo encontraron, a pesar de que se presentaron muchos falsos
testigos. Al fin se presentaron dos, que dijeron: "Este dijo: Yo puedo destruir el
Santuario de Dios, y en tres días edificarlo". Entonces, se levantó el Sumo
Sacerdote y le dijo: "¿No respondes nada? ¿Qué es lo que éstos atestiguan contra
ti?" Pero Jesús seguía callado. El Sumo Sacerdote le dijo: "Yo te conjuro por Dios
vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios". Dícele Jesús: "Sí, tú lo has
dicho. Y yo os declaro que a partir de ahora verán al hijo del hombre sentado a la
diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo". Entonces el Sumo Sacerdote
rasgó sus vestidos y dijo: "¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de
testigos? Acaban ustedes de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?" Respondieron ellos
diciendo: "Es reo de muerte".
HOMILÍA:
En pocas palabras, las que escuchamos en la segunda lectura de hoy, el apóstol
Pablo nos resume el misterio grande de la pasión, muerte y resurrección de Cristo.
En su carta a los cristianos de Filipos les dice que Jesús, a pesar de ser Dios, no
tuvo a menos despojarse de tal condición para hacerse siervo, sometiéndose
totalmente a la voluntad del Padre.
Quiere decir, por tanto, que la obra de la redención que obra el Hijo, es también
obra del Padre y del Espíritu Santo. Las tres divinas Personas trabajan al unísono
para hacer realidad lo impensable: que el Hijo de Dios se conviertiera en uno de
nosotros, para rescatarnos de nuestra condición mortal y librarnos del pecado y de
la muerte.
Ya varios siglos antes el profetas Isaías, al igual que otros, anunció la llegada de
ese “siervo sufriente”, dispuesto a aceptar toda clase de ultrajes.
Y todo eso por amor, pues el Creador obró desde el principio haciendo todas las
cosas magníficas, en especial lo que se refiere al ser humano. Esto no quita que en
otras partes pueda haber seres inteligentes con más o menos cualidades, pues el
Universo todo es obra de Dios, y El pudo haber puesto en otras partes del mismo,
otras criaturas, de las que nada se nos ha revelado, ni tampoco con nuestros
esfuerzos hemos podido conocer nada todavía.
Los hombres han sentido la necesidad de conocer a Dios, pero como sólo podemos
conocerlo si El se nos revela, muchos buscaron la forma de imaginarse cómo podría
ser.
Pero la imaginación del ser humano no logró nunca acercarse siquiera a la realidad
divina. De ahí que se inventara dioses cuyos atritutos eran más de superhombres
que de Dios.
A esos dioses rindió tributo, temiendo sus exabruptos y sus castigos para
apaciguarlos, o buscando recibir favores que les ayudasen a resolver los problemas
del diario vivir.
Pero cuando el verdadero Dios se revela, primero al pueblo de Israel y luego, por
medio del Hijo, a toda la humanidad, nos presenta a un Dios todopoderoso, pero
también amoroso, que no necesita ni desea que paguemos por sus favores ni le
tengamos miedo, sino que está dispuesto a dárnoslo todo, inclusive una vida eterna
a su lado, sólo porque nos ama.
Lo que hoy nos presenta el Evangelio es el drama del amor incomprendido de Dios
por nosotros.
Y es que la decisión del Padre de enviarnos a su Hijo, era todo lo contrario a lo que
hasta ese momento los hombres habían creído de Dios.
Los dioses falsos que los humanos se inventaron exigían sacrificios, y el verdadero
Dios rechaza tales sacrificios. Lo dice por medio del profeta Oseas: “Porque yo
quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos” (6,6).
De ahí que diera a su Hijo el encargo de realizar el verdadero sacrificio redentor, el
de sí mismo clavado en una cruz. Esto es algo inaudito que hace exclamar a Pablo:
“Cristo muri￳ por los impíos; - en verdad, apenas habrá quien muera por un justo;
por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; - mas la prueba de que
Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por
nosotros” (Romanos 5,6-8)
También lo dice Juan en su evangelio: “Porque tanto am￳ Dios al mundo que dio a
su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida
eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino
para que el mundo se salve por él” (3,16-17).
La Iglesia imita hoy la acción de aquellos judíos que recibieron a Jesús en Jerusalén
entre gritos de júbilo y alabanza, mientras sostenían en sus manos ramos de
diversos árboles, dando la bienvenida al que proclamaban “hijo de David” o “el que
viene en el nombre del Se￱or”, es decir, al “Mesías”, el Ungido de Dios.
Quizás algunos de esos que ese dia gritaban jubilosos cambiaron luego sus gritos
de alabanza por aquel infame “Crucifícale”. Así somos los humanos. Hoy recibimos
a Dios, y al otro día lo negamos con nuestros pecados.
Pero esta fiesta es una oportunidad para que todos nosotros, contemplando el amor
con que Cristo se entregó a la voluntad del Padre para que fuéramos sus hijos y
herederos de la eterna gloria, nos decidamos a seguirlo, pues sólo El es la
respuesta a nuestros íntimos deseos de felicidad.
Nos dice Pablo: "Si hemos muerto con él, también viviremos con él; si nos
mantenemos firmes, también reinaremos con él" (2 Timoteo 2,11-12).
El hizo ya su parte, nos toca a nosotros hacer la nuestra. Si hoy solamente nos
afligimos recordando lo que Jesús sufrió, pero nada cambia en nuestra vida,
estaremos negándonos la oportunidad de aceptar la salvación que a El le costó todo
el padecimiento que hoy recordamos.
Esta celebración tiene que ser una renovación de nuestro compromiso de seguir
proclamando que Jesús es el Señor. El no terminó en la cruz. El triunfó de la
muerte resucitando. Su triunfo será nuestro si lo aceptamos verdaderamente como
nuestro Redentor y Salvador.