CICLO B
TIEMPO ORDINARIO
XXIV DOMINGO
Cristo pregunta a sus discípulos: ¿Quién decís que soy yo? También nosotros
debemos preguntarnos: ¿Quién es Jesús para mi? ¿Mi fe se traduce en obras? Estas
preguntas nos llevan a repensar en quién creemos y por qué creemos. No podemos
responder de manera mecánica ni como algo aprendido. La respuesta que demos
orientará y transformará toda nuestra vida.
La fe no consiste en creer en algo, sino en creer en Alguien. Es una adhesión
profunda y total a la persona de Jesús. No basta creer que Jesús es Dios, como los
apóstoles en el Evangelio. Es necesario seguirlo de cerca, unidos a Él, impulsados
por la caridad. Jesús no vino a enseñarnos unas teorías, sino la senda que conduce
a la vida. Cristo no es una costumbre o una ideología. Es camino, verdad y vida. La
fe cristiana, cuando es auténtica, pone a todo el hombre en movimiento. Es la vida
entera la que debe responder a la llamada de Dios. Cristo quiere hacerle entender a
Pedro que no es suficiente creer que Él es Dios, sino que era necesario además
seguirlo por el camino de la cruz.
"Dios, nuestro Salvador...quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento pleno de la verdad" (1Tm 2,3-4). “El que crea y se bautice, se
salvará” (Mc 16,15-16). Dios es amor y quiere que todos los hombres participen de
su vida. La fe es la respuesta libre y total del hombre a este amor de Dios,
manifestado en Cristo. Jesús de Nazaret lleva a cumplimiento este plan de Dios.
En esto consiste ser cristiano: una fe viva, consecuente, que nos lleva a amar
verdaderamente a Dios y a los hermanos, de todo corazón (oración colecta), con
toda nuestra vida y no sólo con el sentimiento (oración después de la comunión),
porque el amor no es sólo un sentimiento. Siguiendo a Cristo, viviendo en
comunión existencial con él, de persona a persona, de corazón a corazón, dando
frutos de buenas obras. Vivir (y morir) con Cristo y como Cristo:
La fe viva es creer en Cristo, el Hijo de Dios, fiarnos de Él: “mi Se￱or me ayuda,
por eso, no quedaré defraudado” (primera lectura). Y, al mismo tiempo, la fe con
obras es creer a Cristo, Dios y hombre verdadero, como prototipo de nuestra
relación con Dios y con los hombres. Creer en Cristo, creer a Cristo y su mensaje,
que es camino, verdad y vida y no una costumbre (Tertuliano) ni una tradición ni
una ideología más, sino una Persona, que quiere nuestro bien y nos da su vida, que
es gracia filial y gracia fraterna, para que seamos y vivamos como hijos de Dios y
hermanos de los hombres. La fe viva hará que tengamos los criterios y
sentimientos de Cristo Jesús. Hemos de pensar como Dios (Evangelio).
La fe sin obras está muerta. No nos salva, porque las obras son la prueba de que
existe una fe verdadera (segunda lectura). "Uno puede incluso tener una recta fe
en el Padre y en el Hijo, como en el Espíritu Santo, pero si carece de una vida
recta, su fe no le servirá para la salvaci￳n” (San Juan Cris￳stomo).
Decía Benedicto XVI: “Según el modelo expuesto en la parábola del buen
Samaritano, la caridad cristiana es ante todo respuesta a una necesidad inmediata
en una determinada situaci￳n”. Y seguía diciendo el Papa que el amor al prójimo no
es una actitud genérica o abstracta, “poco exigente en sí misma, sino que requiere
mi compromiso práctico aquí y ahora”. La religi￳n cristiana se resume en una sola
cosa: la fe que actúa por el amor (Gál 5,6). La fe es la fuente del amor y además,
pone el amor en el centro.
La cruz no es una cruenta manifestación de pasividad. En Cristo fue la consecuencia
de haber puesto valientemente la verdad, el amor, la justicia por encima de su
propio interés y provecho: Cristo es el mártir resucitado. “El que quiera venirse
conmigo que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga” (Evangelio).
El camino de la cruz es el camino del amor: son sinónimos. La cruz es la revelación
definitiva y el signo supremo del amor de Dios. Es el camino para entrar en el
misterio de amor, que es Dios. El camino de la cruz es el único que conduce a la
victoria del amor sobre el odio. Decía Benedicto XVI: “Cuando habla de la cruz que
debemos llevar, no se trata del gusto del tormento o de un moralismo mezquino. Es
el impulso del amor, que comienza por sí mismo, pero no se busca a sí mismo, sino
que impulsa a la persona al servicio de la verdad, la justicia y el bien”.
El amor es la senda propuesta por Jesús, que es la expresión de la verdadera fe,
fuente, a su vez, del amor y que además, pone el amor en el centro. El que ama al
prójimo con un corazón generoso conoce verdaderamente a Dios. El que dice que
tiene fe, pero no ama a los hermanos, no es un verdadero creyente. Dios no habita
en él. Lo afirma claramente Santiago en la segunda lectura. El amor al prójimo no
es una actitud genérica o abstracta, poco exigente. Requiere mi compromiso
práctico aquí y ahora en la vida concreta.
El que quiera salvar su vida ha de vivir con Cristo y como Cristo: ha de perderla por
Él y por el Evangelio. Seguir a Cristo, vivir en comunión existencial con Él, de
persona a persona, de corazón a corazón. En esto consiste ser cristiano, desde una
fe viva, consecuente, que nos lleva a amar a Dios y a los hermanos. Es la respuesta
a la pregunta de Jesús.
MARIANO ESTEBAN CARO